Con el miedo en los tacones (Capítulo I)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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Teryalvarez
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Con el miedo en los tacones (Capítulo I)

Mensaje por Teryalvarez »

CAPITULO I

Me llamo Elvira tengo 34 años y trabajo de teleoperadora en una gran empresa,

(ojo con el adverbio gran que es un detalle importante para que usted lector se haga una

idea, aunque sea aproximada, de las características de la empresa, grandes beneficios

para los accionistas, sueldos ridículos para los empleados y un cierto hacinamiento en el

lugar donde mi cuerpo, junto con el del resto de mis compañeros, se ubica cada mañana

de ocho a tres.

Me siento una privilegiada con el horario no así con el sueldo, 1.050 euros

mensuales, a veces ni llego, ya que parte del mismo es de incentivos y si la empresa

algún mes se queda un poco corta de beneficios de algún sitio lo tienen que recuperar

(lo curioso es que siempre es del mismo) en fin, que para remontar la última semana del

mes hay que hacer más esfuerzos que Noé para introducir en el barco a tantos animales

y por lo que respecta al trabajo, la motivación y satisfacción es la justa, ya me contará

usted, lector que satisfacción puede tener colgarse diariamente un pinganillo en la oreja

(para los neófitos es como vulgarmente llamamos en nuestro gremio al teléfono) y estar

durante siete horas seguidas hablando por el mismo para hacer encuestas, presupuestos,

reclamar deuda o lo que se tercie porque la teleoperadora, aunque parezca mentira, es

como el hombre orquesta y lo mismo sirve para un roto que para un descosido.

Pero no quiero que me malinterprete lector, pensando que me quejo por tener un

trabajo de mierda, no es el caso, estoy aquí porque quiero, fundamentalmente porque

soy una vaga acomodada a un trabajo fácil, que no supone ningún esfuerzo para

encontrar, ni trauma alguno si te echan o te largas. Siempre he funcionado así, la ley del

mínimo esfuerzo, mi espíritu de sacrificio es cero y mi visión de futuro nula, por eso

estudie lo que amaba, sin pensar no ya en un futuro lejano sino en el inmediato, ese que

aparece en cuanto finalizas la carrera y te colocas en el mundo laboral. Estudié historia

del arte, claro que podría haber opositado, pero ya le he dicho que soy muy vaga y

opositar requiere mucho esfuerzo y disciplina, cualidades que me faltan, y si mezclamos

mi falta de esfuerzo unido a una carrera con poca salida profesional, el resultado es

teleoperadora.

Me paso las mañanas de lunes a viernes entre encuestas, presupuestos y morosos

intentando que cada conversación me afecte lo menos posible, una especie de robot

detrás de un teléfono y entre llamada y llamada sueño, para compensar mi anodina vida,

que soy la mujer más inteligente, la más guapa y simpática del planeta y como no, todos

los hombre caen rendidos a mis pies. En mis sueños soy una autentica heroína inmersa

en historias absolutamente fantásticas, llenas de peligros, sufriendo mucho y por

supuesto con final feliz, suelen ser verdaderos dramones, algo así como cumbres

borrascosas en versión moderna solo que, a diferencia de Emily Bronte, en mis dramas

no hay muertes. Estas ensoñaciones son mi vía de escape, mientras trabajo voy tejiendo

historias no escritas que al filo de mi imaginación cobran vida, tanta que por eso estoy

aquí con bolígrafo y papel escribiendo, para hacerle participe de una de mis historias,

una pequeña parcela de mi vida que no fue producto de mi imaginación, fue un suceso

real pero tan extraño y fuera de la realidad que necesito escribirlo primero para creerlo

y segundo para presumir.

Soy partidaria de la autocrítica porque la considero fundamental para un buen

desarrollo físico y psíquico, pero en este caso trataré de ser lo más aséptica posible y

limitarme a narrar los hechos tal y como sucedieron sin interferir con mis opiniones.

Eran las 15:30 horas de un martes 1 de mayo, había terminado la jornada laboral

y como el calor del sol invitaba a la alegría, decidí prolongar mi estancia bajo él,

deseche el autobús y camine despacio, disfrutando cada rayo hasta mi casa. Por el

camino iba absorta en mi mundo de fantasía imaginando una vez más una historia

imposible. Iba tan abstraída que no reparé en un hombre vestido con traje negro que con

paso ágil venía a mi encuentro, el hombre de oscuro interceptó mi camino colocándose

justo enfrente y quedando así, varado como una ballena en la playa.

Distraída, como iba, en mi propio mundo sólo me dí cuenta de su existencia

cuando mi cuerpo, ya cansado por el largo paseo, chocó contra el suyo. Sus cálidas y

cuidadas manos me tocaron los hombros, gesto que me obligó a observar el rostro al

que pertenecían esas manos que con tanta familiaridad se me habían aproximado. Unos

ojos vivaces me contemplaban tras una expresión divertida. Observe su bien rasurada

barba y su blanco y brillante cabello peinado hacia atrás, la actitud de su cuerpo

transmitía la seguridad de las personas acostumbradas a mandar y ser obedecidas por lo

que, instintivamente casi me cuadre ante él. Era un hombre alto de complexión fuerte,

mi nariz quedó a la altura de su tórax y el fuerte olor de su perfume atrofió parte de mi

olfato.

Volví a mirarle, la expresión de su rostro se había esfumado, ahora me miraba

como si hubiera visto al mismo barrabás. Pensé en la cantidad de personas raras que

había por el mundo, pero afortunadamente era de día y había demasiada gente por la

calle para sentir miedo, por muy loco que estuviera el tipo no se atrevería a nada con

tanto publico.

- Disculpe señorita ¿nos conocemos?.

- Que yo sepa, es la primera vez que le veo.

El tipo me siguió mirando como hipnotizado, aunque su cara estaba desencajada y

pálida poco a poco volvió a la normalidad y el tono bronceado de su piel, le devolvió el

aspecto saludable que inicialmente tenía.

Me lanzó una forzada sonrisa, más bien una mueca, con ella parecía indicarme que

el periodo de éxtasis había pasado y que tenía delante a una persona sana y equilibrada.

‐ Le pido disculpas señorita, por mi extraño comportamiento, es que tiene usted

un parecido extraordinario con alguien que conozco.

Por primera vez me fijé en su grave y bien modulada voz que imprimía a su tono

seguridad y dominio, con un leve arrastre de las eses, que producía un sonido muy

peculiar en cada frase.

‐ Si no tiene prisa la invito a un café, me gustaría poder compensar de algún modo

el mal rato que ha pasado con mi extraño comportamiento.

‐ No se preocupe, ya está aclarado y no tiene que compensarme de nada.

‐ Insisto. Se parece usted tanto a ella, a Elisa, que me encantaría poder charlar un

rato… conozco una cafetería aquí al lado, que preparan un café increíble,

podemos ir andando…

La invitación quedó suspendida en el aire, aspiré profundo y su perfume permaneció

atrapado entre mi nariz y mi boca, era extremadamente fuerte pero superado el primer

impacto, luego resultaba agradable.

Sopesé la invitación, ir a tomar algo con un completo desconocido, a priori no me

parecía la mejor de las opciones, pero por otra parte observé sus ojos y en ellos vi una

mirada que rozaba la súplica, sentí lástima (jamás lo he entendido ya que lo último que

aquel hombre inspiraba era lástima) por lo que la idea de charlar un rato con él ya no me

pareció tan absurda y además, saber quien era Elisa, no sé porqué, me pareció

fundamental para poder seguir hilando mi futuro, alguien necesario en mi vida.

Repasé mentalmente mis obligaciones de la tarde, por si alguna de ellas era

inexcusable: Hacer la compra (podía esperar), terminar el boceto, comenzado hacía ya

tres días, de una bailarina en una mala imitación de Edgar Degas (porque espere otro día

no pasa nada), hacerme la manicura (mis uñas aguantan otros dos días), poner una

lavadora (tenía ropa para el día siguiente por lo que no hay prisa). Las actividades

propias de una mujer normal y solitaria y que no había ningún problema en posponer.

La decisión ya estaba tomada, el único problema era mi estómago que hacía más de seis

horas que no ingería nada y una molesta sensación en la boca del mismo, me hacía

sentir incómoda.

‐ Es que no he comido nada desde hace horas…

‐ La invito a comer.

‐ No, por Dios…

‐ Insisto.

Su capacidad de convicción era incuestionable y mis papilas gustativas estaban

dispuestas a venderse al mejor postor, por lo que acepté la invitación con todas las

consecuencias.

Me llevó a un restaurante próximo donde el metre se deshizo en saludos, estaba

claro que el hombre de oscuro frecuentaba el lugar porque a pesar de la hora, pude

elegir cualquiera de los maravillosos platos que presentaba la carta.

Nos sentamos en una mesa próxima a una ventana que daba a un jardín espectacular

lleno de plantas y fuentes. Habían construido caminos de piedra en medio de la hierba y

algún jardinero con gran sentido estético se había entretenido en imitar formas con los

setos, me pareció un poco hortera, pero he de reconocer que el conjunto era

impresionante.

Cogí la carta y empecé a leer, francamente no entendí nada, parecía escrito en otro

idioma, que si emulsión de roquefort que si carpacho de alcachofas con foie.. pedí

ayuda a mi anfitrión (que por cierto ya va siendo hora que le escriba por su nombre,

Mateo) y en honor a la verdad he de decir que en mi vida había comido ni comeré

semejantes exquisiteces. Yo que de natural soy tragona (me sobran algunos kilos) y

disfruto comiendo, en aquel entorno parecía que el sentido del gusto y el olfato se

habían intensificado, me sumergí en los aromas y sabores como un buceador dispuesto a

descubrir los tesoros que el mar le ofrece, las texturas de los alimentos me acariciaban

el paladar y su olor me reconfortaba.

Creo que Mateo estuvo hablando durante todo el tiempo mientras movía con

desgana una ensalada, pero yo no escuchaba, inmersa como estaba en aquel caos de

sabores que me tenía atrapada.

De vez en cuando me dejaba sola, retozando en aquella fiesta de alimentos, para

hacer llamadas desde su móvil (conté tres), también nos interrumpieron un par de

conocidos suyos, la conversación fue breve, más bien un intercambio de cumplidos.

Sólo cuando terminé la fiesta, le presté toda mi atención, me explicó que tenía varias

empresas, era partidario de la diversificación del negocio por lo que sus empresas

pertenecían a distintos sectores: textil, asesorías, inmobiliarias…. Su punto fuerte era el

textil, confeccionaban la ropa en un país Asiático (costes baratos) y la vendían con unos

márgenes que me provocaron mareo, tenía una amplia red de distribuidores autónomos

por todo el país que le movían la mercancía a tal velocidad que prácticamente no la

almacenaba.

Yo le conté fragmentos sobre mi aburrida vida, se la ofrecía a trozos con la

esperanza de que con el primero se empachara y no se atreviera a pedir más, pero Mateo

persistía poniendo la misma atención que si estuviera escuchando lo más interesantes

que jamás había oído. Ese interés de mi interlocutor me tenía fascinada, por lo que hable

más de lo que debía ante un desconocido. Le puse al día sobre mi trabajo, ocio,

amistades.. su actitud silenciosa y atenta, provocaba la conversación por lo que seguí

hablando, no se durante cuanto tiempo, hasta que me interrumpió para decirme que ya

no quedaba nadie en el restaurante y que seria mejor continuar la conversación en otro

lugar, tal vez una cafetería.

Estuve de acuerdo, pero la verdad es que no quería dejar aquel lugar casi de cuento,

convencida como estaba de lo difícil que sería que yo volviera por allí (poco podía

imaginar que pocos días después, cuando iba a vivir una historia que no me

correspondía, volvería a ver al metre y alguno de los camareros que nos habían

atendido). Pero continuemos con el relato para no perder el hilo de los hechos. Salimos

del restaurante y cuando llevábamos caminados escasos metros, el móvil de Mateo

volvió a sonar, me aparté discretamente para que pudiera hablar en privado y espere

contemplando la única nube que permanecía suspendida en un cielo impecable. De vez

en cuando me llegaban retazos de las conversación de Mateo que elevaba el tono como

si estuviera discutiendo.

Cuando terminó se acercó a mi, parecía disgustado, fruncía el ceño mientras me

decía que un imprevisto le obligaba a posponer el café para otro día, lo lamentaba

mucho pero no podía quedarse. Lo vi alejarse, la espalda recta, la cabeza erguida. Me

sorprendió su andar armonioso más propio de una persona joven que de alguien a punto

de jubilarse.

Una pregunta sin respuesta quedó suspendida en el aire ¿Quién era Elisa?.

RESTO DE CAPITULOS EN http://www.teryalvarez.com
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lucia
Cruela de vil
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Re: Con el miedo en los tacones (Capítulo I)

Mensaje por lucia »

Con las líneas así, salteadas con otras líneas en blanco, se hace difícil seguir la historia.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Teryalvarez
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Registrado: 03 May 2011 07:22

Con el miedo en los tacones CAP.I

Mensaje por Teryalvarez »

CAPITULO I

Me llamo Elvira tengo 34 años y trabajo de teleoperadora en una gran empresa,

(ojo con el adverbio gran que es un detalle importante para que usted lector se haga una

idea, aunque sea aproximada, de las características de la empresa, grandes beneficios

para los accionistas, sueldos ridículos para los empleados y un cierto hacinamiento en el

lugar donde mi cuerpo, junto con el del resto de mis compañeros, se ubica cada mañana

de ocho a tres.

Me siento una privilegiada con el horario no así con el sueldo, 1.050 euros

mensuales, a veces ni llego, ya que parte del mismo es de incentivos y si la empresa

algún mes se queda un poco corta de beneficios de algún sitio lo tienen que recuperar

(lo curioso es que siempre es del mismo) en fin, que para remontar la última semana del

mes hay que hacer más esfuerzos que Noé para introducir en el barco a tantos animales

y por lo que respecta al trabajo, la motivación y satisfacción es la justa, ya me contará

usted, lector que satisfacción puede tener colgarse diariamente un pinganillo en la oreja

(para los neófitos es como vulgarmente llamamos en nuestro gremio al teléfono) y estar

durante siete horas seguidas hablando por el mismo para hacer encuestas, presupuestos,

reclamar deuda o lo que se tercie porque la teleoperadora, aunque parezca mentira, es

como el hombre orquesta y lo mismo sirve para un roto que para un descosido.

Pero no quiero que me malinterprete lector, pensando que me quejo por tener un

trabajo de mierda, no es el caso, estoy aquí porque quiero, fundamentalmente porque

soy una vaga acomodada a un trabajo fácil, que no supone ningún esfuerzo para

encontrar, ni trauma alguno si te echan o te largas. Siempre he funcionado así, la ley del

mínimo esfuerzo, mi espíritu de sacrificio es cero y mi visión de futuro nula, por eso

estudie lo que amaba, sin pensar no ya en un futuro lejano sino en el inmediato, ese que

aparece en cuanto finalizas la carrera y te colocas en el mundo laboral. Estudié historia

del arte, claro que podría haber opositado, pero ya le he dicho que soy muy vaga y

opositar requiere mucho esfuerzo y disciplina, cualidades que me faltan, y si mezclamos

mi falta de esfuerzo unido a una carrera con poca salida profesional, el resultado es

teleoperadora.

Me paso las mañanas de lunes a viernes entre encuestas, presupuestos y morosos

intentando que cada conversación me afecte lo menos posible, una especie de robot

detrás de un teléfono y entre llamada y llamada sueño, para compensar mi anodina vida,

que soy la mujer más inteligente, la más guapa y simpática del planeta y como no, todos

los hombre caen rendidos a mis pies. En mis sueños soy una autentica heroína inmersa

en historias absolutamente fantásticas, llenas de peligros, sufriendo mucho y por

supuesto con final feliz, suelen ser verdaderos dramones, algo así como cumbres

borrascosas en versión moderna solo que, a diferencia de Emily Bronte, en mis dramas

no hay muertes. Estas ensoñaciones son mi vía de escape, mientras trabajo voy tejiendo

historias no escritas que al filo de mi imaginación cobran vida, tanta que por eso estoy

aquí con bolígrafo y papel escribiendo, para hacerle participe de una de mis historias,

una pequeña parcela de mi vida que no fue producto de mi imaginación, fue un suceso

real pero tan extraño y fuera de la realidad que necesito escribirlo primero para creerlo

y segundo para presumir.

Soy partidaria de la autocrítica porque la considero fundamental para un buen

desarrollo físico y psíquico, pero en este caso trataré de ser lo más aséptica posible y

limitarme a narrar los hechos tal y como sucedieron sin interferir con mis opiniones.

Eran las 15:30 horas de un martes 1 de mayo, había terminado la jornada laboral

y como el calor del sol invitaba a la alegría, decidí prolongar mi estancia bajo él,

deseche el autobús y camine despacio, disfrutando cada rayo hasta mi casa. Por el

camino iba absorta en mi mundo de fantasía imaginando una vez más una historia

imposible. Iba tan abstraída que no reparé en un hombre vestido con traje negro que con

paso ágil venía a mi encuentro, el hombre de oscuro interceptó mi camino colocándose

justo enfrente y quedando así, varado como una ballena en la playa.

Distraída, como iba, en mi propio mundo sólo me dí cuenta de su existencia

cuando mi cuerpo, ya cansado por el largo paseo, chocó contra el suyo. Sus cálidas y

cuidadas manos me tocaron los hombros, gesto que me obligó a observar el rostro al

que pertenecían esas manos que con tanta familiaridad se me habían aproximado. Unos

ojos vivaces me contemplaban tras una expresión divertida. Observe su bien rasurada

barba y su blanco y brillante cabello peinado hacia atrás, la actitud de su cuerpo

transmitía la seguridad de las personas acostumbradas a mandar y ser obedecidas por lo

que, instintivamente casi me cuadre ante él. Era un hombre alto de complexión fuerte,

mi nariz quedó a la altura de su tórax y el fuerte olor de su perfume atrofió parte de mi

olfato.

Volví a mirarle, la expresión de su rostro se había esfumado, ahora me miraba

como si hubiera visto al mismo barrabás. Pensé en la cantidad de personas raras que

había por el mundo, pero afortunadamente era de día y había demasiada gente por la

calle para sentir miedo, por muy loco que estuviera el tipo no se atrevería a nada con

tanto publico.

- Disculpe señorita ¿nos conocemos?.

- Que yo sepa, es la primera vez que le veo.

El tipo me siguió mirando como hipnotizado, aunque su cara estaba desencajada y

pálida poco a poco volvió a la normalidad y el tono bronceado de su piel, le devolvió el

aspecto saludable que inicialmente tenía.

Me lanzó una forzada sonrisa, más bien una mueca, con ella parecía indicarme que

el periodo de éxtasis había pasado y que tenía delante a una persona sana y equilibrada.

‐ Le pido disculpas señorita, por mi extraño comportamiento, es que tiene usted

un parecido extraordinario con alguien que conozco.

Por primera vez me fijé en su grave y bien modulada voz que imprimía a su tono

seguridad y dominio, con un leve arrastre de las eses, que producía un sonido muy

peculiar en cada frase.

‐ Si no tiene prisa la invito a un café, me gustaría poder compensar de algún modo

el mal rato que ha pasado con mi extraño comportamiento.

‐ No se preocupe, ya está aclarado y no tiene que compensarme de nada.

‐ Insisto. Se parece usted tanto a ella, a Elisa, que me encantaría poder charlar un

rato… conozco una cafetería aquí al lado, que preparan un café increíble,

podemos ir andando…

La invitación quedó suspendida en el aire, aspiré profundo y su perfume permaneció

atrapado entre mi nariz y mi boca, era extremadamente fuerte pero superado el primer

impacto, luego resultaba agradable.

Sopesé la invitación, ir a tomar algo con un completo desconocido, a priori no me

parecía la mejor de las opciones, pero por otra parte observé sus ojos y en ellos vi una

mirada que rozaba la súplica, sentí lástima (jamás lo he entendido ya que lo último que

aquel hombre inspiraba era lástima) por lo que la idea de charlar un rato con él ya no me

pareció tan absurda y además, saber quien era Elisa, no sé porqué, me pareció

fundamental para poder seguir hilando mi futuro, alguien necesario en mi vida.

Repasé mentalmente mis obligaciones de la tarde, por si alguna de ellas era

inexcusable: Hacer la compra (podía esperar), terminar el boceto, comenzado hacía ya

tres días, de una bailarina en una mala imitación de Edgar Degas (porque espere otro día

no pasa nada), hacerme la manicura (mis uñas aguantan otros dos días), poner una

lavadora (tenía ropa para el día siguiente por lo que no hay prisa). Las actividades

propias de una mujer normal y solitaria y que no había ningún problema en posponer.

La decisión ya estaba tomada, el único problema era mi estómago que hacía más de seis

horas que no ingería nada y una molesta sensación en la boca del mismo, me hacía

sentir incómoda.

‐ Es que no he comido nada desde hace horas…

‐ La invito a comer.

‐ No, por Dios…

‐ Insisto.

Su capacidad de convicción era incuestionable y mis papilas gustativas estaban

dispuestas a venderse al mejor postor, por lo que acepté la invitación con todas las

consecuencias.

Me llevó a un restaurante próximo donde el metre se deshizo en saludos, estaba

claro que el hombre de oscuro frecuentaba el lugar porque a pesar de la hora, pude

elegir cualquiera de los maravillosos platos que presentaba la carta.

Nos sentamos en una mesa próxima a una ventana que daba a un jardín espectacular

lleno de plantas y fuentes. Habían construido caminos de piedra en medio de la hierba y

algún jardinero con gran sentido estético se había entretenido en imitar formas con los

setos, me pareció un poco hortera, pero he de reconocer que el conjunto era

impresionante.

Cogí la carta y empecé a leer, francamente no entendí nada, parecía escrito en otro

idioma, que si emulsión de roquefort que si carpacho de alcachofas con foie.. pedí

ayuda a mi anfitrión (que por cierto ya va siendo hora que le escriba por su nombre,

Mateo) y en honor a la verdad he de decir que en mi vida había comido ni comeré

semejantes exquisiteces. Yo que de natural soy tragona (me sobran algunos kilos) y

disfruto comiendo, en aquel entorno parecía que el sentido del gusto y el olfato se

habían intensificado, me sumergí en los aromas y sabores como un buceador dispuesto a

descubrir los tesoros que el mar le ofrece, las texturas de los alimentos me acariciaban

el paladar y su olor me reconfortaba.

Creo que Mateo estuvo hablando durante todo el tiempo mientras movía con

desgana una ensalada, pero yo no escuchaba, inmersa como estaba en aquel caos de

sabores que me tenía atrapada.

De vez en cuando me dejaba sola, retozando en aquella fiesta de alimentos, para

hacer llamadas desde su móvil (conté tres), también nos interrumpieron un par de

conocidos suyos, la conversación fue breve, más bien un intercambio de cumplidos.

Sólo cuando terminé la fiesta, le presté toda mi atención, me explicó que tenía varias

empresas, era partidario de la diversificación del negocio por lo que sus empresas

pertenecían a distintos sectores: textil, asesorías, inmobiliarias…. Su punto fuerte era el

textil, confeccionaban la ropa en un país Asiático (costes baratos) y la vendían con unos

márgenes que me provocaron mareo, tenía una amplia red de distribuidores autónomos

por todo el país que le movían la mercancía a tal velocidad que prácticamente no la

almacenaba.

Yo le conté fragmentos sobre mi aburrida vida, se la ofrecía a trozos con la

esperanza de que con el primero se empachara y no se atreviera a pedir más, pero Mateo

persistía poniendo la misma atención que si estuviera escuchando lo más interesantes

que jamás había oído. Ese interés de mi interlocutor me tenía fascinada, por lo que hable

más de lo que debía ante un desconocido. Le puse al día sobre mi trabajo, ocio,

amistades.. su actitud silenciosa y atenta, provocaba la conversación por lo que seguí

hablando, no se durante cuanto tiempo, hasta que me interrumpió para decirme que ya

no quedaba nadie en el restaurante y que seria mejor continuar la conversación en otro

lugar, tal vez una cafetería.

Estuve de acuerdo, pero la verdad es que no quería dejar aquel lugar casi de cuento,

convencida como estaba de lo difícil que sería que yo volviera por allí (poco podía

imaginar que pocos días después, cuando iba a vivir una historia que no me

correspondía, volvería a ver al metre y alguno de los camareros que nos habían

atendido). Pero continuemos con el relato para no perder el hilo de los hechos. Salimos

del restaurante y cuando llevábamos caminados escasos metros, el móvil de Mateo

volvió a sonar, me aparté discretamente para que pudiera hablar en privado y espere

contemplando la única nube que permanecía suspendida en un cielo impecable. De vez

en cuando me llegaban retazos de las conversación de Mateo que elevaba el tono como

si estuviera discutiendo.

Cuando terminó se acercó a mi, parecía disgustado, fruncía el ceño mientras me

decía que un imprevisto le obligaba a posponer el café para otro día, lo lamentaba

mucho pero no podía quedarse. Lo vi alejarse, la espalda recta, la cabeza erguida. Me

sorprendió su andar armonioso más propio de una persona joven que de alguien a punto

de jubilarse.

Una pregunta sin respuesta quedó suspendida en el aire ¿Quién era Elisa?.

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karen mendoza prada
Foroadicto
Mensajes: 3973
Registrado: 25 Ago 2010 20:59

Re: Con el miedo en los tacones CAP.I

Mensaje por karen mendoza prada »

:o hola tery, bienvenida, he leído el primer capitulo y está bastante bien. Me gustó mucho, sobre todo la escena del restaurante y me quedo con la incognita de lo que pones en la parte de final ¿de quién era Elisa? y también quiero saberlo, como la protagonista :cunao:
:P Te mando un abtazo y felicidades por el texto y cuidate un monton, bye :hola:
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