CAPITULO I
Me llamo Elvira tengo 34 años y trabajo de teleoperadora en una gran empresa,
(ojo con el adverbio gran que es un detalle importante para que usted lector se haga una
idea, aunque sea aproximada, de las características de la empresa, grandes beneficios
para los accionistas, sueldos ridículos para los empleados y un cierto hacinamiento en el
lugar donde mi cuerpo, junto con el del resto de mis compañeros, se ubica cada mañana
de ocho a tres.
Me siento una privilegiada con el horario no así con el sueldo, 1.050 euros
mensuales, a veces ni llego, ya que parte del mismo es de incentivos y si la empresa
algún mes se queda un poco corta de beneficios de algún sitio lo tienen que recuperar
(lo curioso es que siempre es del mismo) en fin, que para remontar la última semana del
mes hay que hacer más esfuerzos que Noé para introducir en el barco a tantos animales
y por lo que respecta al trabajo, la motivación y satisfacción es la justa, ya me contará
usted, lector que satisfacción puede tener colgarse diariamente un pinganillo en la oreja
(para los neófitos es como vulgarmente llamamos en nuestro gremio al teléfono) y estar
durante siete horas seguidas hablando por el mismo para hacer encuestas, presupuestos,
reclamar deuda o lo que se tercie porque la teleoperadora, aunque parezca mentira, es
como el hombre orquesta y lo mismo sirve para un roto que para un descosido.
Pero no quiero que me malinterprete lector, pensando que me quejo por tener un
trabajo de mierda, no es el caso, estoy aquí porque quiero, fundamentalmente porque
soy una vaga acomodada a un trabajo fácil, que no supone ningún esfuerzo para
encontrar, ni trauma alguno si te echan o te largas. Siempre he funcionado así, la ley del
mínimo esfuerzo, mi espíritu de sacrificio es cero y mi visión de futuro nula, por eso
estudie lo que amaba, sin pensar no ya en un futuro lejano sino en el inmediato, ese que
aparece en cuanto finalizas la carrera y te colocas en el mundo laboral. Estudié historia
del arte, claro que podría haber opositado, pero ya le he dicho que soy muy vaga y
opositar requiere mucho esfuerzo y disciplina, cualidades que me faltan, y si mezclamos
mi falta de esfuerzo unido a una carrera con poca salida profesional, el resultado es
teleoperadora.
Me paso las mañanas de lunes a viernes entre encuestas, presupuestos y morosos
intentando que cada conversación me afecte lo menos posible, una especie de robot
detrás de un teléfono y entre llamada y llamada sueño, para compensar mi anodina vida,
que soy la mujer más inteligente, la más guapa y simpática del planeta y como no, todos
los hombre caen rendidos a mis pies. En mis sueños soy una autentica heroína inmersa
en historias absolutamente fantásticas, llenas de peligros, sufriendo mucho y por
supuesto con final feliz, suelen ser verdaderos dramones, algo así como cumbres
borrascosas en versión moderna solo que, a diferencia de Emily Bronte, en mis dramas
no hay muertes. Estas ensoñaciones son mi vía de escape, mientras trabajo voy tejiendo
historias no escritas que al filo de mi imaginación cobran vida, tanta que por eso estoy
aquí con bolígrafo y papel escribiendo, para hacerle participe de una de mis historias,
una pequeña parcela de mi vida que no fue producto de mi imaginación, fue un suceso
real pero tan extraño y fuera de la realidad que necesito escribirlo primero para creerlo
y segundo para presumir.
Soy partidaria de la autocrítica porque la considero fundamental para un buen
desarrollo físico y psíquico, pero en este caso trataré de ser lo más aséptica posible y
limitarme a narrar los hechos tal y como sucedieron sin interferir con mis opiniones.
Eran las 15:30 horas de un martes 1 de mayo, había terminado la jornada laboral
y como el calor del sol invitaba a la alegría, decidí prolongar mi estancia bajo él,
deseche el autobús y camine despacio, disfrutando cada rayo hasta mi casa. Por el
camino iba absorta en mi mundo de fantasía imaginando una vez más una historia
imposible. Iba tan abstraída que no reparé en un hombre vestido con traje negro que con
paso ágil venía a mi encuentro, el hombre de oscuro interceptó mi camino colocándose
justo enfrente y quedando así, varado como una ballena en la playa.
Distraída, como iba, en mi propio mundo sólo me dí cuenta de su existencia
cuando mi cuerpo, ya cansado por el largo paseo, chocó contra el suyo. Sus cálidas y
cuidadas manos me tocaron los hombros, gesto que me obligó a observar el rostro al
que pertenecían esas manos que con tanta familiaridad se me habían aproximado. Unos
ojos vivaces me contemplaban tras una expresión divertida. Observe su bien rasurada
barba y su blanco y brillante cabello peinado hacia atrás, la actitud de su cuerpo
transmitía la seguridad de las personas acostumbradas a mandar y ser obedecidas por lo
que, instintivamente casi me cuadre ante él. Era un hombre alto de complexión fuerte,
mi nariz quedó a la altura de su tórax y el fuerte olor de su perfume atrofió parte de mi
olfato.
Volví a mirarle, la expresión de su rostro se había esfumado, ahora me miraba
como si hubiera visto al mismo barrabás. Pensé en la cantidad de personas raras que
había por el mundo, pero afortunadamente era de día y había demasiada gente por la
calle para sentir miedo, por muy loco que estuviera el tipo no se atrevería a nada con
tanto publico.
- Disculpe señorita ¿nos conocemos?.
- Que yo sepa, es la primera vez que le veo.
El tipo me siguió mirando como hipnotizado, aunque su cara estaba desencajada y
pálida poco a poco volvió a la normalidad y el tono bronceado de su piel, le devolvió el
aspecto saludable que inicialmente tenía.
Me lanzó una forzada sonrisa, más bien una mueca, con ella parecía indicarme que
el periodo de éxtasis había pasado y que tenía delante a una persona sana y equilibrada.
‐ Le pido disculpas señorita, por mi extraño comportamiento, es que tiene usted
un parecido extraordinario con alguien que conozco.
Por primera vez me fijé en su grave y bien modulada voz que imprimía a su tono
seguridad y dominio, con un leve arrastre de las eses, que producía un sonido muy
peculiar en cada frase.
‐ Si no tiene prisa la invito a un café, me gustaría poder compensar de algún modo
el mal rato que ha pasado con mi extraño comportamiento.
‐ No se preocupe, ya está aclarado y no tiene que compensarme de nada.
‐ Insisto. Se parece usted tanto a ella, a Elisa, que me encantaría poder charlar un
rato… conozco una cafetería aquí al lado, que preparan un café increíble,
podemos ir andando…
La invitación quedó suspendida en el aire, aspiré profundo y su perfume permaneció
atrapado entre mi nariz y mi boca, era extremadamente fuerte pero superado el primer
impacto, luego resultaba agradable.
Sopesé la invitación, ir a tomar algo con un completo desconocido, a priori no me
parecía la mejor de las opciones, pero por otra parte observé sus ojos y en ellos vi una
mirada que rozaba la súplica, sentí lástima (jamás lo he entendido ya que lo último que
aquel hombre inspiraba era lástima) por lo que la idea de charlar un rato con él ya no me
pareció tan absurda y además, saber quien era Elisa, no sé porqué, me pareció
fundamental para poder seguir hilando mi futuro, alguien necesario en mi vida.
Repasé mentalmente mis obligaciones de la tarde, por si alguna de ellas era
inexcusable: Hacer la compra (podía esperar), terminar el boceto, comenzado hacía ya
tres días, de una bailarina en una mala imitación de Edgar Degas (porque espere otro día
no pasa nada), hacerme la manicura (mis uñas aguantan otros dos días), poner una
lavadora (tenía ropa para el día siguiente por lo que no hay prisa). Las actividades
propias de una mujer normal y solitaria y que no había ningún problema en posponer.
La decisión ya estaba tomada, el único problema era mi estómago que hacía más de seis
horas que no ingería nada y una molesta sensación en la boca del mismo, me hacía
sentir incómoda.
‐ Es que no he comido nada desde hace horas…
‐ La invito a comer.
‐ No, por Dios…
‐ Insisto.
Su capacidad de convicción era incuestionable y mis papilas gustativas estaban
dispuestas a venderse al mejor postor, por lo que acepté la invitación con todas las
consecuencias.
Me llevó a un restaurante próximo donde el metre se deshizo en saludos, estaba
claro que el hombre de oscuro frecuentaba el lugar porque a pesar de la hora, pude
elegir cualquiera de los maravillosos platos que presentaba la carta.
Nos sentamos en una mesa próxima a una ventana que daba a un jardín espectacular
lleno de plantas y fuentes. Habían construido caminos de piedra en medio de la hierba y
algún jardinero con gran sentido estético se había entretenido en imitar formas con los
setos, me pareció un poco hortera, pero he de reconocer que el conjunto era
impresionante.
Cogí la carta y empecé a leer, francamente no entendí nada, parecía escrito en otro
idioma, que si emulsión de roquefort que si carpacho de alcachofas con foie.. pedí
ayuda a mi anfitrión (que por cierto ya va siendo hora que le escriba por su nombre,
Mateo) y en honor a la verdad he de decir que en mi vida había comido ni comeré
semejantes exquisiteces. Yo que de natural soy tragona (me sobran algunos kilos) y
disfruto comiendo, en aquel entorno parecía que el sentido del gusto y el olfato se
habían intensificado, me sumergí en los aromas y sabores como un buceador dispuesto a
descubrir los tesoros que el mar le ofrece, las texturas de los alimentos me acariciaban
el paladar y su olor me reconfortaba.
Creo que Mateo estuvo hablando durante todo el tiempo mientras movía con
desgana una ensalada, pero yo no escuchaba, inmersa como estaba en aquel caos de
sabores que me tenía atrapada.
De vez en cuando me dejaba sola, retozando en aquella fiesta de alimentos, para
hacer llamadas desde su móvil (conté tres), también nos interrumpieron un par de
conocidos suyos, la conversación fue breve, más bien un intercambio de cumplidos.
Sólo cuando terminé la fiesta, le presté toda mi atención, me explicó que tenía varias
empresas, era partidario de la diversificación del negocio por lo que sus empresas
pertenecían a distintos sectores: textil, asesorías, inmobiliarias…. Su punto fuerte era el
textil, confeccionaban la ropa en un país Asiático (costes baratos) y la vendían con unos
márgenes que me provocaron mareo, tenía una amplia red de distribuidores autónomos
por todo el país que le movían la mercancía a tal velocidad que prácticamente no la
almacenaba.
Yo le conté fragmentos sobre mi aburrida vida, se la ofrecía a trozos con la
esperanza de que con el primero se empachara y no se atreviera a pedir más, pero Mateo
persistía poniendo la misma atención que si estuviera escuchando lo más interesantes
que jamás había oído. Ese interés de mi interlocutor me tenía fascinada, por lo que hable
más de lo que debía ante un desconocido. Le puse al día sobre mi trabajo, ocio,
amistades.. su actitud silenciosa y atenta, provocaba la conversación por lo que seguí
hablando, no se durante cuanto tiempo, hasta que me interrumpió para decirme que ya
no quedaba nadie en el restaurante y que seria mejor continuar la conversación en otro
lugar, tal vez una cafetería.
Estuve de acuerdo, pero la verdad es que no quería dejar aquel lugar casi de cuento,
convencida como estaba de lo difícil que sería que yo volviera por allí (poco podía
imaginar que pocos días después, cuando iba a vivir una historia que no me
correspondía, volvería a ver al metre y alguno de los camareros que nos habían
atendido). Pero continuemos con el relato para no perder el hilo de los hechos. Salimos
del restaurante y cuando llevábamos caminados escasos metros, el móvil de Mateo
volvió a sonar, me aparté discretamente para que pudiera hablar en privado y espere
contemplando la única nube que permanecía suspendida en un cielo impecable. De vez
en cuando me llegaban retazos de las conversación de Mateo que elevaba el tono como
si estuviera discutiendo.
Cuando terminó se acercó a mi, parecía disgustado, fruncía el ceño mientras me
decía que un imprevisto le obligaba a posponer el café para otro día, lo lamentaba
mucho pero no podía quedarse. Lo vi alejarse, la espalda recta, la cabeza erguida. Me
sorprendió su andar armonioso más propio de una persona joven que de alguien a punto
de jubilarse.
Una pregunta sin respuesta quedó suspendida en el aire ¿Quién era Elisa?.
RESTO DE CAPITULOS EN http://www.teryalvarez.com
Con el miedo en los tacones (Capítulo I)
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- Mensajes: 17
- Registrado: 03 May 2011 07:22
Re: Con el miedo en los tacones (Capítulo I)
Con las líneas así, salteadas con otras líneas en blanco, se hace difícil seguir la historia.
Nuestra editorial: www.osapolar.es
Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
Mis diseños
Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
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Con el miedo en los tacones CAP.I
CAPITULO I
Me llamo Elvira tengo 34 años y trabajo de teleoperadora en una gran empresa,
(ojo con el adverbio gran que es un detalle importante para que usted lector se haga una
idea, aunque sea aproximada, de las características de la empresa, grandes beneficios
para los accionistas, sueldos ridículos para los empleados y un cierto hacinamiento en el
lugar donde mi cuerpo, junto con el del resto de mis compañeros, se ubica cada mañana
de ocho a tres.
Me siento una privilegiada con el horario no así con el sueldo, 1.050 euros
mensuales, a veces ni llego, ya que parte del mismo es de incentivos y si la empresa
algún mes se queda un poco corta de beneficios de algún sitio lo tienen que recuperar
(lo curioso es que siempre es del mismo) en fin, que para remontar la última semana del
mes hay que hacer más esfuerzos que Noé para introducir en el barco a tantos animales
y por lo que respecta al trabajo, la motivación y satisfacción es la justa, ya me contará
usted, lector que satisfacción puede tener colgarse diariamente un pinganillo en la oreja
(para los neófitos es como vulgarmente llamamos en nuestro gremio al teléfono) y estar
durante siete horas seguidas hablando por el mismo para hacer encuestas, presupuestos,
reclamar deuda o lo que se tercie porque la teleoperadora, aunque parezca mentira, es
como el hombre orquesta y lo mismo sirve para un roto que para un descosido.
Pero no quiero que me malinterprete lector, pensando que me quejo por tener un
trabajo de mierda, no es el caso, estoy aquí porque quiero, fundamentalmente porque
soy una vaga acomodada a un trabajo fácil, que no supone ningún esfuerzo para
encontrar, ni trauma alguno si te echan o te largas. Siempre he funcionado así, la ley del
mínimo esfuerzo, mi espíritu de sacrificio es cero y mi visión de futuro nula, por eso
estudie lo que amaba, sin pensar no ya en un futuro lejano sino en el inmediato, ese que
aparece en cuanto finalizas la carrera y te colocas en el mundo laboral. Estudié historia
del arte, claro que podría haber opositado, pero ya le he dicho que soy muy vaga y
opositar requiere mucho esfuerzo y disciplina, cualidades que me faltan, y si mezclamos
mi falta de esfuerzo unido a una carrera con poca salida profesional, el resultado es
teleoperadora.
Me paso las mañanas de lunes a viernes entre encuestas, presupuestos y morosos
intentando que cada conversación me afecte lo menos posible, una especie de robot
detrás de un teléfono y entre llamada y llamada sueño, para compensar mi anodina vida,
que soy la mujer más inteligente, la más guapa y simpática del planeta y como no, todos
los hombre caen rendidos a mis pies. En mis sueños soy una autentica heroína inmersa
en historias absolutamente fantásticas, llenas de peligros, sufriendo mucho y por
supuesto con final feliz, suelen ser verdaderos dramones, algo así como cumbres
borrascosas en versión moderna solo que, a diferencia de Emily Bronte, en mis dramas
no hay muertes. Estas ensoñaciones son mi vía de escape, mientras trabajo voy tejiendo
historias no escritas que al filo de mi imaginación cobran vida, tanta que por eso estoy
aquí con bolígrafo y papel escribiendo, para hacerle participe de una de mis historias,
una pequeña parcela de mi vida que no fue producto de mi imaginación, fue un suceso
real pero tan extraño y fuera de la realidad que necesito escribirlo primero para creerlo
y segundo para presumir.
Soy partidaria de la autocrítica porque la considero fundamental para un buen
desarrollo físico y psíquico, pero en este caso trataré de ser lo más aséptica posible y
limitarme a narrar los hechos tal y como sucedieron sin interferir con mis opiniones.
Eran las 15:30 horas de un martes 1 de mayo, había terminado la jornada laboral
y como el calor del sol invitaba a la alegría, decidí prolongar mi estancia bajo él,
deseche el autobús y camine despacio, disfrutando cada rayo hasta mi casa. Por el
camino iba absorta en mi mundo de fantasía imaginando una vez más una historia
imposible. Iba tan abstraída que no reparé en un hombre vestido con traje negro que con
paso ágil venía a mi encuentro, el hombre de oscuro interceptó mi camino colocándose
justo enfrente y quedando así, varado como una ballena en la playa.
Distraída, como iba, en mi propio mundo sólo me dí cuenta de su existencia
cuando mi cuerpo, ya cansado por el largo paseo, chocó contra el suyo. Sus cálidas y
cuidadas manos me tocaron los hombros, gesto que me obligó a observar el rostro al
que pertenecían esas manos que con tanta familiaridad se me habían aproximado. Unos
ojos vivaces me contemplaban tras una expresión divertida. Observe su bien rasurada
barba y su blanco y brillante cabello peinado hacia atrás, la actitud de su cuerpo
transmitía la seguridad de las personas acostumbradas a mandar y ser obedecidas por lo
que, instintivamente casi me cuadre ante él. Era un hombre alto de complexión fuerte,
mi nariz quedó a la altura de su tórax y el fuerte olor de su perfume atrofió parte de mi
olfato.
Volví a mirarle, la expresión de su rostro se había esfumado, ahora me miraba
como si hubiera visto al mismo barrabás. Pensé en la cantidad de personas raras que
había por el mundo, pero afortunadamente era de día y había demasiada gente por la
calle para sentir miedo, por muy loco que estuviera el tipo no se atrevería a nada con
tanto publico.
- Disculpe señorita ¿nos conocemos?.
- Que yo sepa, es la primera vez que le veo.
El tipo me siguió mirando como hipnotizado, aunque su cara estaba desencajada y
pálida poco a poco volvió a la normalidad y el tono bronceado de su piel, le devolvió el
aspecto saludable que inicialmente tenía.
Me lanzó una forzada sonrisa, más bien una mueca, con ella parecía indicarme que
el periodo de éxtasis había pasado y que tenía delante a una persona sana y equilibrada.
‐ Le pido disculpas señorita, por mi extraño comportamiento, es que tiene usted
un parecido extraordinario con alguien que conozco.
Por primera vez me fijé en su grave y bien modulada voz que imprimía a su tono
seguridad y dominio, con un leve arrastre de las eses, que producía un sonido muy
peculiar en cada frase.
‐ Si no tiene prisa la invito a un café, me gustaría poder compensar de algún modo
el mal rato que ha pasado con mi extraño comportamiento.
‐ No se preocupe, ya está aclarado y no tiene que compensarme de nada.
‐ Insisto. Se parece usted tanto a ella, a Elisa, que me encantaría poder charlar un
rato… conozco una cafetería aquí al lado, que preparan un café increíble,
podemos ir andando…
La invitación quedó suspendida en el aire, aspiré profundo y su perfume permaneció
atrapado entre mi nariz y mi boca, era extremadamente fuerte pero superado el primer
impacto, luego resultaba agradable.
Sopesé la invitación, ir a tomar algo con un completo desconocido, a priori no me
parecía la mejor de las opciones, pero por otra parte observé sus ojos y en ellos vi una
mirada que rozaba la súplica, sentí lástima (jamás lo he entendido ya que lo último que
aquel hombre inspiraba era lástima) por lo que la idea de charlar un rato con él ya no me
pareció tan absurda y además, saber quien era Elisa, no sé porqué, me pareció
fundamental para poder seguir hilando mi futuro, alguien necesario en mi vida.
Repasé mentalmente mis obligaciones de la tarde, por si alguna de ellas era
inexcusable: Hacer la compra (podía esperar), terminar el boceto, comenzado hacía ya
tres días, de una bailarina en una mala imitación de Edgar Degas (porque espere otro día
no pasa nada), hacerme la manicura (mis uñas aguantan otros dos días), poner una
lavadora (tenía ropa para el día siguiente por lo que no hay prisa). Las actividades
propias de una mujer normal y solitaria y que no había ningún problema en posponer.
La decisión ya estaba tomada, el único problema era mi estómago que hacía más de seis
horas que no ingería nada y una molesta sensación en la boca del mismo, me hacía
sentir incómoda.
‐ Es que no he comido nada desde hace horas…
‐ La invito a comer.
‐ No, por Dios…
‐ Insisto.
Su capacidad de convicción era incuestionable y mis papilas gustativas estaban
dispuestas a venderse al mejor postor, por lo que acepté la invitación con todas las
consecuencias.
Me llevó a un restaurante próximo donde el metre se deshizo en saludos, estaba
claro que el hombre de oscuro frecuentaba el lugar porque a pesar de la hora, pude
elegir cualquiera de los maravillosos platos que presentaba la carta.
Nos sentamos en una mesa próxima a una ventana que daba a un jardín espectacular
lleno de plantas y fuentes. Habían construido caminos de piedra en medio de la hierba y
algún jardinero con gran sentido estético se había entretenido en imitar formas con los
setos, me pareció un poco hortera, pero he de reconocer que el conjunto era
impresionante.
Cogí la carta y empecé a leer, francamente no entendí nada, parecía escrito en otro
idioma, que si emulsión de roquefort que si carpacho de alcachofas con foie.. pedí
ayuda a mi anfitrión (que por cierto ya va siendo hora que le escriba por su nombre,
Mateo) y en honor a la verdad he de decir que en mi vida había comido ni comeré
semejantes exquisiteces. Yo que de natural soy tragona (me sobran algunos kilos) y
disfruto comiendo, en aquel entorno parecía que el sentido del gusto y el olfato se
habían intensificado, me sumergí en los aromas y sabores como un buceador dispuesto a
descubrir los tesoros que el mar le ofrece, las texturas de los alimentos me acariciaban
el paladar y su olor me reconfortaba.
Creo que Mateo estuvo hablando durante todo el tiempo mientras movía con
desgana una ensalada, pero yo no escuchaba, inmersa como estaba en aquel caos de
sabores que me tenía atrapada.
De vez en cuando me dejaba sola, retozando en aquella fiesta de alimentos, para
hacer llamadas desde su móvil (conté tres), también nos interrumpieron un par de
conocidos suyos, la conversación fue breve, más bien un intercambio de cumplidos.
Sólo cuando terminé la fiesta, le presté toda mi atención, me explicó que tenía varias
empresas, era partidario de la diversificación del negocio por lo que sus empresas
pertenecían a distintos sectores: textil, asesorías, inmobiliarias…. Su punto fuerte era el
textil, confeccionaban la ropa en un país Asiático (costes baratos) y la vendían con unos
márgenes que me provocaron mareo, tenía una amplia red de distribuidores autónomos
por todo el país que le movían la mercancía a tal velocidad que prácticamente no la
almacenaba.
Yo le conté fragmentos sobre mi aburrida vida, se la ofrecía a trozos con la
esperanza de que con el primero se empachara y no se atreviera a pedir más, pero Mateo
persistía poniendo la misma atención que si estuviera escuchando lo más interesantes
que jamás había oído. Ese interés de mi interlocutor me tenía fascinada, por lo que hable
más de lo que debía ante un desconocido. Le puse al día sobre mi trabajo, ocio,
amistades.. su actitud silenciosa y atenta, provocaba la conversación por lo que seguí
hablando, no se durante cuanto tiempo, hasta que me interrumpió para decirme que ya
no quedaba nadie en el restaurante y que seria mejor continuar la conversación en otro
lugar, tal vez una cafetería.
Estuve de acuerdo, pero la verdad es que no quería dejar aquel lugar casi de cuento,
convencida como estaba de lo difícil que sería que yo volviera por allí (poco podía
imaginar que pocos días después, cuando iba a vivir una historia que no me
correspondía, volvería a ver al metre y alguno de los camareros que nos habían
atendido). Pero continuemos con el relato para no perder el hilo de los hechos. Salimos
del restaurante y cuando llevábamos caminados escasos metros, el móvil de Mateo
volvió a sonar, me aparté discretamente para que pudiera hablar en privado y espere
contemplando la única nube que permanecía suspendida en un cielo impecable. De vez
en cuando me llegaban retazos de las conversación de Mateo que elevaba el tono como
si estuviera discutiendo.
Cuando terminó se acercó a mi, parecía disgustado, fruncía el ceño mientras me
decía que un imprevisto le obligaba a posponer el café para otro día, lo lamentaba
mucho pero no podía quedarse. Lo vi alejarse, la espalda recta, la cabeza erguida. Me
sorprendió su andar armonioso más propio de una persona joven que de alguien a punto
de jubilarse.
Una pregunta sin respuesta quedó suspendida en el aire ¿Quién era Elisa?.
RESTO DE CAPITULOS EN www.teryalvarez.com
Me llamo Elvira tengo 34 años y trabajo de teleoperadora en una gran empresa,
(ojo con el adverbio gran que es un detalle importante para que usted lector se haga una
idea, aunque sea aproximada, de las características de la empresa, grandes beneficios
para los accionistas, sueldos ridículos para los empleados y un cierto hacinamiento en el
lugar donde mi cuerpo, junto con el del resto de mis compañeros, se ubica cada mañana
de ocho a tres.
Me siento una privilegiada con el horario no así con el sueldo, 1.050 euros
mensuales, a veces ni llego, ya que parte del mismo es de incentivos y si la empresa
algún mes se queda un poco corta de beneficios de algún sitio lo tienen que recuperar
(lo curioso es que siempre es del mismo) en fin, que para remontar la última semana del
mes hay que hacer más esfuerzos que Noé para introducir en el barco a tantos animales
y por lo que respecta al trabajo, la motivación y satisfacción es la justa, ya me contará
usted, lector que satisfacción puede tener colgarse diariamente un pinganillo en la oreja
(para los neófitos es como vulgarmente llamamos en nuestro gremio al teléfono) y estar
durante siete horas seguidas hablando por el mismo para hacer encuestas, presupuestos,
reclamar deuda o lo que se tercie porque la teleoperadora, aunque parezca mentira, es
como el hombre orquesta y lo mismo sirve para un roto que para un descosido.
Pero no quiero que me malinterprete lector, pensando que me quejo por tener un
trabajo de mierda, no es el caso, estoy aquí porque quiero, fundamentalmente porque
soy una vaga acomodada a un trabajo fácil, que no supone ningún esfuerzo para
encontrar, ni trauma alguno si te echan o te largas. Siempre he funcionado así, la ley del
mínimo esfuerzo, mi espíritu de sacrificio es cero y mi visión de futuro nula, por eso
estudie lo que amaba, sin pensar no ya en un futuro lejano sino en el inmediato, ese que
aparece en cuanto finalizas la carrera y te colocas en el mundo laboral. Estudié historia
del arte, claro que podría haber opositado, pero ya le he dicho que soy muy vaga y
opositar requiere mucho esfuerzo y disciplina, cualidades que me faltan, y si mezclamos
mi falta de esfuerzo unido a una carrera con poca salida profesional, el resultado es
teleoperadora.
Me paso las mañanas de lunes a viernes entre encuestas, presupuestos y morosos
intentando que cada conversación me afecte lo menos posible, una especie de robot
detrás de un teléfono y entre llamada y llamada sueño, para compensar mi anodina vida,
que soy la mujer más inteligente, la más guapa y simpática del planeta y como no, todos
los hombre caen rendidos a mis pies. En mis sueños soy una autentica heroína inmersa
en historias absolutamente fantásticas, llenas de peligros, sufriendo mucho y por
supuesto con final feliz, suelen ser verdaderos dramones, algo así como cumbres
borrascosas en versión moderna solo que, a diferencia de Emily Bronte, en mis dramas
no hay muertes. Estas ensoñaciones son mi vía de escape, mientras trabajo voy tejiendo
historias no escritas que al filo de mi imaginación cobran vida, tanta que por eso estoy
aquí con bolígrafo y papel escribiendo, para hacerle participe de una de mis historias,
una pequeña parcela de mi vida que no fue producto de mi imaginación, fue un suceso
real pero tan extraño y fuera de la realidad que necesito escribirlo primero para creerlo
y segundo para presumir.
Soy partidaria de la autocrítica porque la considero fundamental para un buen
desarrollo físico y psíquico, pero en este caso trataré de ser lo más aséptica posible y
limitarme a narrar los hechos tal y como sucedieron sin interferir con mis opiniones.
Eran las 15:30 horas de un martes 1 de mayo, había terminado la jornada laboral
y como el calor del sol invitaba a la alegría, decidí prolongar mi estancia bajo él,
deseche el autobús y camine despacio, disfrutando cada rayo hasta mi casa. Por el
camino iba absorta en mi mundo de fantasía imaginando una vez más una historia
imposible. Iba tan abstraída que no reparé en un hombre vestido con traje negro que con
paso ágil venía a mi encuentro, el hombre de oscuro interceptó mi camino colocándose
justo enfrente y quedando así, varado como una ballena en la playa.
Distraída, como iba, en mi propio mundo sólo me dí cuenta de su existencia
cuando mi cuerpo, ya cansado por el largo paseo, chocó contra el suyo. Sus cálidas y
cuidadas manos me tocaron los hombros, gesto que me obligó a observar el rostro al
que pertenecían esas manos que con tanta familiaridad se me habían aproximado. Unos
ojos vivaces me contemplaban tras una expresión divertida. Observe su bien rasurada
barba y su blanco y brillante cabello peinado hacia atrás, la actitud de su cuerpo
transmitía la seguridad de las personas acostumbradas a mandar y ser obedecidas por lo
que, instintivamente casi me cuadre ante él. Era un hombre alto de complexión fuerte,
mi nariz quedó a la altura de su tórax y el fuerte olor de su perfume atrofió parte de mi
olfato.
Volví a mirarle, la expresión de su rostro se había esfumado, ahora me miraba
como si hubiera visto al mismo barrabás. Pensé en la cantidad de personas raras que
había por el mundo, pero afortunadamente era de día y había demasiada gente por la
calle para sentir miedo, por muy loco que estuviera el tipo no se atrevería a nada con
tanto publico.
- Disculpe señorita ¿nos conocemos?.
- Que yo sepa, es la primera vez que le veo.
El tipo me siguió mirando como hipnotizado, aunque su cara estaba desencajada y
pálida poco a poco volvió a la normalidad y el tono bronceado de su piel, le devolvió el
aspecto saludable que inicialmente tenía.
Me lanzó una forzada sonrisa, más bien una mueca, con ella parecía indicarme que
el periodo de éxtasis había pasado y que tenía delante a una persona sana y equilibrada.
‐ Le pido disculpas señorita, por mi extraño comportamiento, es que tiene usted
un parecido extraordinario con alguien que conozco.
Por primera vez me fijé en su grave y bien modulada voz que imprimía a su tono
seguridad y dominio, con un leve arrastre de las eses, que producía un sonido muy
peculiar en cada frase.
‐ Si no tiene prisa la invito a un café, me gustaría poder compensar de algún modo
el mal rato que ha pasado con mi extraño comportamiento.
‐ No se preocupe, ya está aclarado y no tiene que compensarme de nada.
‐ Insisto. Se parece usted tanto a ella, a Elisa, que me encantaría poder charlar un
rato… conozco una cafetería aquí al lado, que preparan un café increíble,
podemos ir andando…
La invitación quedó suspendida en el aire, aspiré profundo y su perfume permaneció
atrapado entre mi nariz y mi boca, era extremadamente fuerte pero superado el primer
impacto, luego resultaba agradable.
Sopesé la invitación, ir a tomar algo con un completo desconocido, a priori no me
parecía la mejor de las opciones, pero por otra parte observé sus ojos y en ellos vi una
mirada que rozaba la súplica, sentí lástima (jamás lo he entendido ya que lo último que
aquel hombre inspiraba era lástima) por lo que la idea de charlar un rato con él ya no me
pareció tan absurda y además, saber quien era Elisa, no sé porqué, me pareció
fundamental para poder seguir hilando mi futuro, alguien necesario en mi vida.
Repasé mentalmente mis obligaciones de la tarde, por si alguna de ellas era
inexcusable: Hacer la compra (podía esperar), terminar el boceto, comenzado hacía ya
tres días, de una bailarina en una mala imitación de Edgar Degas (porque espere otro día
no pasa nada), hacerme la manicura (mis uñas aguantan otros dos días), poner una
lavadora (tenía ropa para el día siguiente por lo que no hay prisa). Las actividades
propias de una mujer normal y solitaria y que no había ningún problema en posponer.
La decisión ya estaba tomada, el único problema era mi estómago que hacía más de seis
horas que no ingería nada y una molesta sensación en la boca del mismo, me hacía
sentir incómoda.
‐ Es que no he comido nada desde hace horas…
‐ La invito a comer.
‐ No, por Dios…
‐ Insisto.
Su capacidad de convicción era incuestionable y mis papilas gustativas estaban
dispuestas a venderse al mejor postor, por lo que acepté la invitación con todas las
consecuencias.
Me llevó a un restaurante próximo donde el metre se deshizo en saludos, estaba
claro que el hombre de oscuro frecuentaba el lugar porque a pesar de la hora, pude
elegir cualquiera de los maravillosos platos que presentaba la carta.
Nos sentamos en una mesa próxima a una ventana que daba a un jardín espectacular
lleno de plantas y fuentes. Habían construido caminos de piedra en medio de la hierba y
algún jardinero con gran sentido estético se había entretenido en imitar formas con los
setos, me pareció un poco hortera, pero he de reconocer que el conjunto era
impresionante.
Cogí la carta y empecé a leer, francamente no entendí nada, parecía escrito en otro
idioma, que si emulsión de roquefort que si carpacho de alcachofas con foie.. pedí
ayuda a mi anfitrión (que por cierto ya va siendo hora que le escriba por su nombre,
Mateo) y en honor a la verdad he de decir que en mi vida había comido ni comeré
semejantes exquisiteces. Yo que de natural soy tragona (me sobran algunos kilos) y
disfruto comiendo, en aquel entorno parecía que el sentido del gusto y el olfato se
habían intensificado, me sumergí en los aromas y sabores como un buceador dispuesto a
descubrir los tesoros que el mar le ofrece, las texturas de los alimentos me acariciaban
el paladar y su olor me reconfortaba.
Creo que Mateo estuvo hablando durante todo el tiempo mientras movía con
desgana una ensalada, pero yo no escuchaba, inmersa como estaba en aquel caos de
sabores que me tenía atrapada.
De vez en cuando me dejaba sola, retozando en aquella fiesta de alimentos, para
hacer llamadas desde su móvil (conté tres), también nos interrumpieron un par de
conocidos suyos, la conversación fue breve, más bien un intercambio de cumplidos.
Sólo cuando terminé la fiesta, le presté toda mi atención, me explicó que tenía varias
empresas, era partidario de la diversificación del negocio por lo que sus empresas
pertenecían a distintos sectores: textil, asesorías, inmobiliarias…. Su punto fuerte era el
textil, confeccionaban la ropa en un país Asiático (costes baratos) y la vendían con unos
márgenes que me provocaron mareo, tenía una amplia red de distribuidores autónomos
por todo el país que le movían la mercancía a tal velocidad que prácticamente no la
almacenaba.
Yo le conté fragmentos sobre mi aburrida vida, se la ofrecía a trozos con la
esperanza de que con el primero se empachara y no se atreviera a pedir más, pero Mateo
persistía poniendo la misma atención que si estuviera escuchando lo más interesantes
que jamás había oído. Ese interés de mi interlocutor me tenía fascinada, por lo que hable
más de lo que debía ante un desconocido. Le puse al día sobre mi trabajo, ocio,
amistades.. su actitud silenciosa y atenta, provocaba la conversación por lo que seguí
hablando, no se durante cuanto tiempo, hasta que me interrumpió para decirme que ya
no quedaba nadie en el restaurante y que seria mejor continuar la conversación en otro
lugar, tal vez una cafetería.
Estuve de acuerdo, pero la verdad es que no quería dejar aquel lugar casi de cuento,
convencida como estaba de lo difícil que sería que yo volviera por allí (poco podía
imaginar que pocos días después, cuando iba a vivir una historia que no me
correspondía, volvería a ver al metre y alguno de los camareros que nos habían
atendido). Pero continuemos con el relato para no perder el hilo de los hechos. Salimos
del restaurante y cuando llevábamos caminados escasos metros, el móvil de Mateo
volvió a sonar, me aparté discretamente para que pudiera hablar en privado y espere
contemplando la única nube que permanecía suspendida en un cielo impecable. De vez
en cuando me llegaban retazos de las conversación de Mateo que elevaba el tono como
si estuviera discutiendo.
Cuando terminó se acercó a mi, parecía disgustado, fruncía el ceño mientras me
decía que un imprevisto le obligaba a posponer el café para otro día, lo lamentaba
mucho pero no podía quedarse. Lo vi alejarse, la espalda recta, la cabeza erguida. Me
sorprendió su andar armonioso más propio de una persona joven que de alguien a punto
de jubilarse.
Una pregunta sin respuesta quedó suspendida en el aire ¿Quién era Elisa?.
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- Foroadicto
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Re: Con el miedo en los tacones CAP.I
hola tery, bienvenida, he leído el primer capitulo y está bastante bien. Me gustó mucho, sobre todo la escena del restaurante y me quedo con la incognita de lo que pones en la parte de final ¿de quién era Elisa? y también quiero saberlo, como la protagonista
Te mando un abtazo y felicidades por el texto y cuidate un monton, bye
Te mando un abtazo y felicidades por el texto y cuidate un monton, bye
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