Por un rastrillo

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Marcelo Choren
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Por un rastrillo

Mensaje por Marcelo Choren »

Iba dispuesto a matar al cabrón de Fred. Llevaba el rastrillo, su rastrillo, y pensaba partírselo en medio de la cabezota.
Recorría el sendero que cruzaba el bosque cambiándome la herramienta de un hombro al otro. No es que fuera muy pesada, pero cuando hablo solo me gusta gesticular. Era uno de esos rastrillos antiguos, de hierro, con un largo mango de roble pulido por el manoseo y barnizado de sudores.

La discusión había empezado la noche anterior, en el Maxim’s.
Íbamos por la cuarta ronda de torpedos. Fred apuró el whisky y lo bajó con dos tragos de cerveza. Eructó y me miró muy serio. Yo le conozco el gesto, junta las cejas para que las ideas salgan a flote de esa masa gelatinosa que tiene por cerebro. En pocas palabras, se lo exprime.
«Oye» dijo. «¿Me prestarías tu camioneta?»
Me acodé en la barra y le hice un gesto circular a Lou, para que sirviera otra vuelta.
«Sí» dije. «¿Para cuándo la necesitas?»
Fred juntó más las cejas hasta que se le formó una banda única de pelos con reflejos verdes y violetas por los anuncios de neón.
«No la necesito» dijo. «Quería saber si eras tan buen amigo como para prestarme tu única posesión de más de cinco dólares»
Lou trajo las jarras de cerveza helada, con un dedo de espuma, y los dos vasos pequeños, rebosantes de Four Roses.
«Mira esto» dije a Fred. Bebí un poco de cerveza y dejé caer el vaso dentro de la jarra. «¿Qué te parece, eh? Ahora no necesito mezclarlo en la barriga»
Se encogió de hombros, pero no dijo nada. Había visto el truco demasiadas veces.
«Y si me la prestaras» dijo al rato. De verdad estaba exprimiéndose al máximo. «Si me prestaras ese cascajo de camioneta tuya, ¿cuándo tendría que devolvértela?»
«Cuando ya no la necesitaras» dije. No sabía a dónde quería ir a parar con su interrogatorio.
«¿Aunque fuera por mucho tiempo?» Parecía mirar algo detrás de mí, como si yo fuera de vidrio. Encendí el último Marlboro y estrujé el paquete vacío. Había muchos círculos húmedos frente a nosotros, y un cenicero enorme de cerámica. Tenía grabado “Vat 69” en bajorrelieve, aunque maldita fuera la vez en que una botella de Vat 69 habría entrado en el Maxim’s. Dejé caer el paquete dentro del cenicero.
Creo que Fred dijo algo en ese momento, pero no lo escuché. Alguien había puesto una moneda en la Jukebox, y Ritchie Valens cantaba La Bamba.
Unos vagos, ataviados todos por igual, con chaquetas de cuero negro y vaqueros, hacían unos contoneos asquerosos, como si tuvieran parásitos en las tripas y estuvieran devorándolos por dentro. Una chica con coleta restregaba el culo contra la máquina de discos. Parecían pasárselo de muerte.
Me acomodé en el taburete y la cuerina rechinó.
«¿Qué has dicho?» grité por encima de la voz chicana de Valens “y arriba y arriba, por ti seré”.
«Dije: ¿Qué te parecería si me la prestas hoy, y te la devuelvo el verano próximo»
«Me parecería que eres un cabrón hijo de puta» dije.
«Entonces tú eres ese cabrón hijo de puta» dijo. Bajó la cabeza hasta que el mentón puntiagudo le rozó la camisa. «Tú lo has dicho, un cabrón hijo de puta»
«¡Estás borracho, Fred Oates!» volví a gritar. «¿Qué mierda te pasa, eh?»
Bamba, Bamba.
«Hace un año te presté mi rastrillo» soltó. «¡Un año! Y no has tenido la puta decencia de devolvérmelo»
«¿Todo esto es por ese rastrillo de los huevos?» dije. «¿Todo este misterio para reclamarme un rastrillo más viejo que Matusalén?»
«¡Es mío!» me plantó uno de sus dedos mugrientos en el pecho. «Es mío, como lo fue de mi padre. Aunque sea viejo, es mío. Me lo pediste, Bobby, y yo te lo presté. ¡Hace un año!»
«¡Ya está bien!» dije. «¡Quita la zarpa!»
«¿Vas a devolvérmelo o qué?»
«Mañana mismo» dije. Me incorporé. De pronto el ambiente me resultó asfixiante de humo y olor a cerveza derramada. «Mañana te llevo tu rastrillo, idiota»
«Más te vale» dijo Fred.
«Espérame con el culo envaselinado» dije. Dejé caer unos billetes junto a la jarra vacía.
Al salir empujé a uno de los vagos.
Yo no soy marinero, soy capitán.
Al llegar a casa seguí bebiendo. A la madrugada el calor no había cedido. Salí al patio. Una neblina espesa parecía manar desde lo profundo del bosque. Fui hasta el cobertizo, ya había claridad suficiente como para no encender la luz. El rastrillo de la discusión seguía allí, apoyado contra la pared del fondo, tal como yo lo había dejado hacía meses.
Fred tenía razón, pero hay formas y formas de decir las cosas. Extendí una manta vieja que olía a heno y sudor de caballo. Me tendí encima y me dormí.

Desperté bastante tarde, ya habría pasado el mediodía, la espalda dura como una tabla. Metí la cabeza dentro del barreño hasta que el agua fresca me despertó del todo.
Recordé que no llevaba tabaco encima. Entré en la casa. Siempre guardo dos o tres paquetes por aquí y por allá. Detesto quedarme sin cigarrillos. En tanto me preparaba un café bien fuerte, fumé varios Marlboros uno detrás del otro. Ese imbécil de Fred no iba a humillarme en público así como así. Menos por una estúpida herramienta que nunca usaba.

El sendero desembocaba en su patio trasero. El pasto me llegaba a media espinilla, y había que caminar con cuidado para no tropezarse con las piedras, grandes como balones, que Fred jamás había retirado. ¡Tener la cara de reclamarme el rastrillo! ¿Para qué?
A último momento dejé caer el objeto de la pelea, que se hundió en la hierba. Si quería usarlo, que lo buscara él mismo.
Golpeé sobre el marco de la puerta-mosquitero y entré sin esperar a que me abrieran.
Sara se volvió a medias. Inclinada sobre la pila, refregaba unos cacharros de aluminio con una esponja amarilla y verde. El sudor le pegaba vestido de algodón, resaltando las curvas de su cuerpo generoso. Supe que debajo no llevaba ninguna otra prenda. A pesar del color de su piel, de un blanco cremoso, yo estaba convencido de que por sus venas corría la sangre de varios sobrinos del Tío Tom.
Nunca supe dónde se la había encontrado Fred. Pero, con seguridad, no había sido en un internado de señoritas. Si estaban casados, yo no vi ningún papel que lo certificara.
—Hola Bobby —dijo Sara. Su voz sensual se correspondía con el resto—. ¿Buscas a tu amigo?
—Sí —dije. La imaginé desnuda—. ¿Anda por aquí?
—¿No oyes la tele? Está en la sala.
—¿Estás bien?
—Sí —dijo—. ¿Y tú?
—Sí —dije—. ¿Quieres fumar?
—Ahora no, gracias. Quizá más tarde.
—¿Puedo? —dije, y señalé el frigorífico.
—Adelante —dijo Sara. Sus ojos no se apartaban de los míos—. Sírvete lo que quieras.
Dentro del frigorífico había algunos Tupper y una cantidad de latas de Miller Lite. Abrí una y bebí un largo sorbo.
Entré en la sala relamiéndome los labios. Fred me espió por el rabillo del ojo y me hizo una seña para que me sentara en el sofá. Llevaba la misma ropa de la noche anterior, y sus insoportables All Star con puntera de goma. Se hallaba como siempre, despatarrado sobre su sillón de orejas. El tapizado conserva zonas verdes, con floripondios amarillos. Donde se apoya Fred es de un color gris rata, deshilachado.
—Están dando “Casablanca” —dijo sin apartar los ojos de la pantalla—. Me gusta esta película.
—No me sorprende —dije—. Es la única que has llegado a entender.
—¡Oye! —se incorporó apoyándose en los codos—. ¿Qué bicho te ha picado? Si vas a quedarte ahí, tieso como una momia, podrías alcanzarme una cerveza, ¿no?
Regresé a la cocina. Con un estropajo, Sara frotaba unas manchas grasientas del mantel de hule. Le corría un hilo de sudor por el canalillo.
—Vengo a por combustible para cohetes —dije. Sara sonrió y meneó la cabeza. Se había sujetado el pelo con una banda de goma. Aprecié la curva de su mejilla y una oreja pequeña.
—Hoy empezáis temprano —dijo, y volvió a concentrarse en las manchas.
—No dejes para mañana lo que puedas beber hoy.
Sara interrumpió su tarea. Se humedeció los labios con una lengua rosada y puntiaguda.
—Debe haber otras cosas para hacer —dijo. Hizo una pausa antes de seguir—. Otras cosas, en lugar de ponerse como cubas todas las noches.
—Sugiéreme alguna —dije—. ¿Qué tienes en mente?
Sara entrecerró los párpados hasta que sus ojos fueron dos rendijas.
—Vete —dijo. En su voz no había enojo, quizá algo de fastidio—. Vete con el otro borracho.
Mi lata de Miller Lite se había acabado, así que cogí dos nuevas y me volví a la sala. Ilsa y Rick se despedían en el aeropuerto. ¡Y Fred se secaba las lágrimas! Ver para creer. ¡El muy cabrón se secaba las lágrimas con el antebrazo!
—¿Emocionado? —dije. Mientras, le tendía su medio litro de cerveza.
—¡Bah! —dijo, y se le colorearon las mejillas mal afeitadas—. Me pican los ojos.
—No sé qué le ves a esta peli —dije—. Es de lo más pastosa.
—Cállate, Bobby —dijo—. Es una obra maestra del cine.
Miré hacia la pantalla: Rick acababa de pegarle un tiro al Mayor Strasser que caía agarrándose la barriga.
—Ahora viene lo de “arresten a los sospechosos de siempre” y “Lou, creo que este es el comienzo de una hermosa amistad”
—¡Shhh! ¡Ya me jodiste el final!
—¿Qué te lo jodí? —dije—. Pero, si lo has visto un millón de veces.
—¡Y una mierda! Cuando pasan esta peli, aunque sea repetida, me olvido de todo para disfrutarla más.
Cuando el capitán Renault y Rick se perdieron en la neblina, Fred me miró.
—¡Qué! —le dije.
—Vienes a beberte mi cerveza y me arruinas la tarde, capullo.
—Y voy a arruinártela más —dije. Había recordado el motivo de mi visita—. Mucho más.
Fred se incorporó. Es tan grande como yo, pero sus músculos se han transformado en pura grasa tembleque. Adelantó su nariz bulbosa hasta que pude distinguir cada poro, cada una de las venillas rojas y azules que la cruzaban. Pude oler su aliento ácido, el tufo de sus sobacos, su mugre.
—Atrévete —dijo.
—Ya lo creo —dije—. Vamos a terminar la discusión que empezaste anoche.
—¿La discusión? —Fred retrocedió un paso, los ojos muy abiertos—. ¿Qué discusión?
Estrujé la lata de Miller Lite.
—Ve a por otras dos —dije—. Es tu turno.
Mientras Fred cumplía el encargo oí el golpe de la puerta-mosquitero. Sara debía haber salido a la galería. La imaginé a la sombra, sentada en la mecedora, el vestido de algodón, fragante de sus sudores de hembra, los pies descalzos. ¿Por qué pensaría que estaba descalza? No me acordaba de ese detalle. Quizá sólo fueran imaginaciones mías.
—Toma —Fred me golpeó el pecho con el envase frío—. Ahora háblame de esa disputa.
—Me humillaste en el Maxim’s —dije, algo desconcertado—. Me acusaste de quedarme algo tuyo.
—¿Yo? —se señaló con el pulgar—. ¿Yo hice eso?
—No seas cretino —dije—, claro que lo hiciste. Y a los gritos.
—Mira —Fred parecía más desconcertado que yo—. Sé que nos dijimos algo, pero ya veníamos muy asados, Bobby. No sé de qué hablábamos.
—No mientas, Fred, que te conozco.
—¿Por qué habría de mentirte? —sonrió de costado—. Cuando estoy trompa digo cosas que después no recuerdo.
—¿Ah, no? —dije, y solté un eructo—. Lástima, porque he venido a hacerte tragar tus palabras.
—Estás loco —dijo—. Te has vuelto loco del todo.
Lo sujeté por la pechera de la camisa. Hubo un sonido de tela que se rasga.
—Vas a ver qué tan loco estoy, Fred —dije—. Sal al patio y te daré la paliza de tu vida.
Se desprendió con un manotazo.
—De acuerdo —dijo. Le temblaba la voz—. Te espero en el patio.
Asentí.
Antes de salir, termínate la cerveza —agregó desde el paso a la cocina—. No hay por qué desperdiciarla.
Para beber le di la espalda.
Quizá hubiera exagerado un poco, pero no podía consentir que las cosas quedaran sin resolver. Encendí un Marlboro y me supo mal. Me obligué a fumarlo, allí de pie, frente a la tele apagada. Nos daríamos algunos puñetazos antes de que Sara interviniera. Luego nos iríamos al Maxim’s a hacer las paces.
Oí el conocido golpe de la puerta-mosquitero y unos pasos apresurados.
Era Sara. Sí, iba descalza. Yo no lo había imaginado. Me felicité por la observación.
—¡Bobby! —dijo. Advertí sus ojos muy abiertos, los labios incoloros—. Es Fred.
—¿Qué le pasa a Fred? —dije—. ¿Te ha enviado como mediadora?
Me arrepentí antes de terminar la frase. Sara parecía desencajada.
—¿Qué pasa? —repetí.
—Fred —Sara se pasó una mano por la frente—. Fred está muerto, Bobby.
—Acaba de salir por esa puerta —dije, y supe que Sara decía la verdad—. ¿Qué pasó?
—Salió al patio —dijo—. Se puso a caminar entre la hierba. Parecía preocupado, o tal vez muy borracho, no lo sé.
—¿Y? —dije. Mientras, imaginé a Fred, mi amigo de toda la vida, muerto hacía menos de cinco minutos. No pude dar ni un paso, como si de pronto me hubiera quedado paralítico.
—Pisó algo —siguió Sara—. Creo que se trataba de ese viejo rastrillo que había estado buscando desde el otoño pasado.
—El... ¿rastrillo?
—Sí. ¿No es irónico? —dijo—. Venir a encontrárselo así, justo cuando ya no lo buscaba.
Retrocedí hasta chocar con el sillón de orejas. No necesité tocarlo para saber que aún conservaba la tibieza del cuerpo de Fred.
—Lo pisó —dijo Sara—. Pisó el estúpido rastrillo, y el mango lo golpeó en la frente.
—Eso no puede matar a nadie, Sara —dije. Quizá ella se hubiera apresurado a dar a Fred por muerto—. No puede ser suficiente para matar a ese cabezota.
—Cayó de espaldas —dijo—. Se partió la cabeza con una de esas piedras que nunca se decidió a quitar.
Me llevé una mano a los labios y los noté resecos. En ese momento necesitaba una cerveza más que cualquier cosa en el mundo. Salvo a mi amigo Fred.
—Tal vez sólo se haya desmayado —dije. Supe que era mentira—. Vayamos a ver.
—Si está desmayado —la voz de Sara volvía a ser normal—, ¿por qué su sesos están desparramados por el suelo?
Recuperé la movilidad como si hubiera tocado un cable eléctrico con los dedos mojados.
Corrí al patio. Iba a bajar de la galería cuando Sara me retuvo por un brazo. Nunca me había tocado antes. Sus manos eran tersas y cálidas.
—No te acerques, Bobby —dijo, y había premura en su ansiedad—. Ni se te ocurra acercarte.
—Si está vivo...
—... No lo está —dijo—. Ya me fijé bien.
—Pero...
—Pero, nada —insistió—. Ahora mismo te vas a tu casa.
—Necesitarás ayuda.
—Me arreglaré sola. ¿Es que no entiendes?
—No sé qué es lo que debo entender.
Sara me arrastró de vuelta a la cocina. Abrió otras dos latas de Miller y me tendió una. Me supo a gloria.
—Bobby —dijo. Hablaba pausado, como si tratara de hacerse entender por un crío de cinco años—. Va a venir la poli a husmear. ¿Te imaginas lo que pensarán en cuanto nos vean?
Negué con un gesto.
—Dos hombres, una mujer. El marido muere de una manera un poco rara...
—No hemos hecho nada —dije.
Sara se dejó caer en una silla con las piernas separadas. Inclinó el cuerpo hasta apoyar los codos en los muslos. Desde donde yo estaba alcanzaba a verle los pechos hasta el borde de los pezones. Ella levantó la vista y se quedó mirándome con fijeza, como calculando algo. No me molesté en disimular.
—Vete —dijo—. Vete ahora mismo. He de hacer una llamada.
—De acuerdo —dejé la lata vacía dentro del fregadero.
—No vengas antes de que yo te avise.
Nos miramos de nuevo, con fijeza.
Supe que me tiraría a esa hembra antes de que el bueno de Fred empezara a pudrirse bajo tierra.
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Berlín
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Re: Por un rastrillo

Mensaje por Berlín »

Una historia estupenda, con su principio y su final, nada queda en el aire, todo queda muy atado. Correcta la escritura, correctísima, diría yo. Original y con un punto de erotismo bien administrado. Ese hilo de sudor en el escote de la mujer, ese sudor a hembra, esa promesa de cama que flota en el aire...
Me ha encantado el punto de fatalidad, y aunque el relato se inicia con la amenaza de una paliza no creo que hubiera intención de maldad en los actos, pero la casualidad se hace presente y toma las riendas de forma funesta.
En fin, Marcelo, que te reconozco el oficio y el saber.
Un placer leerte.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Marcelo Choren
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Re: Por un rastrillo

Mensaje por Marcelo Choren »

Gracias, Berlín.
Habrás notado que "el cabrón de Fred" una vez muerto se transforma en "el bueno de Fred". ¿Cuánta gente sufre idéntico cambio por el mero hecho de morirse?
Si el diablo no hubiera metido la cola, habría pasado lo que pronostica el narrador: unos cuantos golpes, y a hacer las paces en el bar.
Como dos buenos borrachines, se van de boca, pero hablan más de lo que obran. Y en el fondo, a su manera un tanto brusca, se profesan verdadero afecto.
Me sorprendió Sara, no supe que estaba allí hasta que Bobby entró en la cocina. En ese momento descubrí que tenía una historia entre manos.
Me alegra que te haya entretenido.
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Berlín
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Re: Por un rastrillo

Mensaje por Berlín »

Supe que me tiraría a esa hembra antes de que el bueno de Fred empezara a pudrirse bajo tierra.
Es cierto eso que dices. La muerte borra todos nuestros pecados ante los demás y casi casi nos santifica jaja
En cuanto a los dos personajes, no me cabe duda de que se profesan un cariño extraño, a su manera.
No sé que tiene tu historia que anoche me fui a dormir pensando en ella. Me dejó como un sabor a campos de algodón en la boca, a música negra, quizás es esa alusión a la sangre de Sara corriendo por las venas...

Tócala otra vez, Sam...
Fíjate, hasta la elección de la película tiene su importancia, porque he leído el resto del relato con esta musiquilla en la cabeza.

Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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lucia
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Re: Por un rastrillo

Mensaje por lucia »

En este caso, ya era el bueno de Fred antes, cuando reconoce que quiere los puñetazos para acabar celebrando la reocnciliación con otra borrachera en el Maxim's. Como siempre, el escrito está impecable.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Eleanis
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Re: Por un rastrillo

Mensaje por Eleanis »

Estupendo relato, Marcelo. Como dice Berlín, todo está en su lugar, la ilación es perfecta y la redacción impecable.
Da gusto leer historias como esta.
Saludos.
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elultimo
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Re: Por un rastrillo

Mensaje por elultimo »

Marcelo, enhorabuena, me ha encantado tu historia, sobre todo los toques de humor negro. Eso de muerte por rastrillo... aunque sea triste porque deja a medias una reconciliación, la verdad es que me ha hecho mucha gracia la forma en que sucede.
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Vientoo
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Re: Por un rastrillo

Mensaje por Vientoo »

Engancha, engancha. Puedes palpar la historia como si fueses los ojos de esos borrachos e incluso alguna vez casi te llega el olor del sudor y el morbo de...
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Marcelo Choren
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Re: Por un rastrillo

Mensaje por Marcelo Choren »

Vaya, Berlín, haz colgado la versión original de As time goes by con las voz tremolante de Dooley Wilson. Es que yo soy como Fred: he visto Casablanca unas veinte veces (no es una cifra exagerada), hasta escribí un final alternativo en el que Rick se queda con Ilsa y se va con ella en el avión.

Lucía, como dije, son dos borrachines que —a su manera ruda— se aprecian de verdad. Incluso, a pesar de su determinación por romperle la cabeza, Bobby desiste de ello y deja caer el rastrillo.

Eleanis, persisto en mi intención: entretener al lector, arrebatarlo por unos momentos de su realidad y "meterlo" en otra lo más verosímil posible. Quizá para que no se percate del salto entre los dos mundos.

Elultimo, en principio nadie tenía que morir. Era una gresca con algún ojo negro, como máximo. Luego venía una muy etílica reconciliación, con promesas de amistad eterna, para terminar el relato con otra discusión igual de tonta... Iba todo sobre ruedas, hasta que Sara se interpuso.

Vientoo, me gusta bombardear los sentidos del lector, aun con elementos "ocultos". ¿A que no imaginaste a Sara como una mujer bella? Rotunda, quizá, pero no como una belleza al uso. Ya me dirás.

Gracias a todos por leer y comentar.
Marcelo
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Vientoo
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Re: Por un rastrillo

Mensaje por Vientoo »

A mi lo que me toco los eggs es que la gente pase ,lea los relatos y no diga ni pio montepio.
Y bueno chapó para el o la que tenga ..eggs de criticar.
A ver si se crea la costumbre y todos somos menos amigos y más escritores...
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nosequé
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Re: Por un rastrillo

Mensaje por nosequé »

Una cuento muy rural. Muy de machotes y como no, una mujer que cierre el circulo.
Dos amigotes, ciegos de alcohol y buen corazón. En el fondo se quieren.
El relato es duro a pesar de los párrafos que intentan suavizar la historia
Por cierto la mujer no se interpuso, estaba ahí, siempre estuvo pero ese día la vio.

:D :D
La felicidad es un sillita al sol :-D
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Marcelo Choren
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Re: Por un rastrillo

Mensaje por Marcelo Choren »

Vientoo. Estamos en un espacio donde día a día aparecen muchísimos textos, no siempre es posible comentarlos todos. Yo entro por poco tiempo, entonces elijo al azar. Si lo que leo no me llega, evito decirlo. Quizá eso sea un error, pero he visto cuántas veces el autor se revuelve contra el observador —como si se tratara de un juicio de valor sobre su persona— antes que trabajar sobre la observación.

Nosequé. La ironía modula los sentimientos. Sirve para resaltar o atemperar lo que se muestra. La mujer se me interpuso a . No estaba en mis cálculos.

Gracias por los aportes,
Marcelo
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Re: Por un rastrillo

Mensaje por Vientoo »

¿Y la continuación del relato para cuando?
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Marcelo Choren
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Re: Por un rastrillo

Mensaje por Marcelo Choren »

Vientoo escribió:¿Y la continuación del relato para cuando?
Uysss...
Cuando termino un cuento, lo termino (valga la tautología). Pensar en una continuación equivaldría, en realidad, a imaginar otro cuento con los mismos personajes. Es decir, más que una continuación, se trataría de un encadenamiento.
En este caso, si siguiera adelante con Sara y Bobby, intuyo que me acercaría más de lo debido a El cartero siempre llama dos veces.
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Re: Por un rastrillo

Mensaje por Berlín »

Estoy de acuerdo contigo, a mi me encanta tal cómo está. Me ha dejado muy buen sabor de boca.

el tema de Sara y Bobby puedo imaginarlo yo sola.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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