Airada propuesta de prohibición de los sexshops

[Bufo Alvarius]

Sí, venga, confesemos que los buenos tiempos eran aquellos en los que te metías en una tienda de animales para comprar un collar a tu perro y, de repente, zas, tu mente (impelida acaso por eones y eones de abstinencia sexual, es decir, más de tres o cuatro horas sin hacerte una buena paja) te ordenaba coger, por alguna extraña razón, el collar más bonito de todos y lo depositabas en la cinta transportadora, ante la mirada ignorante de la pobre cajera, que pasaba el lector por la etiqueta sin tener la más mínima idea de que aquel artilugio (concebido y fabricado específicamente para sujetar el cuello de un animal de compañía) iba a adquirir, por obra de una mente sexualmente maquiavélica y enferma, otras funciones, mucho más turbias. Experimentabas, además, la indescriptiblemente gozosa sensación de ser el único en toda la tienda que sabía para qué particular propósito iba a ser aquello. Le soltabas los billetes a la cajera (con una importante erección en los pantalones y la mirada un poco sucia, esperando impacientemente el momento de poder pervertir el uso de ese inocente artilugio) y acaso entonces, por un instante, y debido a ese prominente bulto genital, la cajera se te quedaba mirando, mientras manipulaba el collar y lo introducía en una bolsa de plástico y zas, una conexión lógica se producía en su cerebro entre el collar, tu mirada lasciva y tu paquete. De súbito, ella entendía; y tú te dabas cuenta de que habías sido fatalmente descubierto. Pero no pasaba nada... porque si en el rostro de la cajera advertías cierta mueca de profunda repugnancia, sólo tenías que coger el collar y largarte, fingiendo (lo mejor que te permitiese tu conocimiento del método Stanislavski, claro está) cierta normalidad. No en vano, ¿cómo podría demostrar ella que ese collar no era para tu perro, pues esta es su función standard, para ello ha sido fabricado y todo el mundo sabe que tú tienes un chucho?

Ahora bien, si en cambio... y sé que entramos ya en el terreno de lo onírico y lo numinoso, de lo al filo de lo imposible, al menos en el mundo de lo psicológicamente conocido en las relaciones cotidianas entre la libido de una mujer y la de un hombre... y si en cambio, decía, la cajera se da cuenta de tus verdaderas intenciones y, en vez de esbozar una cara de asco, te lanza una mirada cómplice y sorprendida, una que parece decir “vaya, llevaba años y años manipulando collares de perro y bolsas de Royal Canin por 900 putos euros al mes, sumida en el taylorismo más absurdo y alienante que imaginarse pueda, y de repente, hoy mi mente ha hecho “click”, me he liberado, aunque sólo sea por un minuto, gracias a un cachondo enfermo como tú me ha hecho darme cuenta de la existencia de otras posibilidades, más allá del infumable matrix de la cotidianeidad.

Sí, sí, sé que estoy hablando de algo que pertenece a la misma naturaleza que los 67 milagros de Lourdes o que las paradojas más intrincadas de la física cuántica, pero... es que entonces esa gozosa sensación de ser el único que sabe para qué va a ser empleado ese collar, su lascivo secreto, se multiplicaría automáticamente por dos, al ser compartido por otra persona, por un alma gemela, que sabe de qué va el rollo... y, además, le gusta.

[Bufo Alvarius]

¿Os imagináis algo así en el sex shop? Por supuesto, la respuesta es NO. En esos ghettos para salidos, simples curiosos o imbéciles buscando un juguetito para las despedidas de solteros o solteras, todos los artilugios están destinados específicamente, desde el mismo momento de su fabricación en China o en Taiwan, para tener una utilidad sexual (lo que suprime la perversión del objeto, el giro sádico de su cotidianeidad inocente en morbo). Además, todo está indecentemente expuesto, exhibido, la tienda hasta paga legalmente sus impuestos como empresa (cuando lo que empalma de verdad en esto del sexo es lo oculto, lo prohibido, las tapaderas, los secretos, las segundas intenciones y significados, las intrincadas cremalleras o aperturas, las nebulosas transparencias). La cajera no sólo no conoce ya de antemano tus lujuriosas intenciones sino que si le echaras una mirada lasciva al comprar uno de esos aparatitos, lo único que esta pensaría es: “Joder, otro salido más”, mientras te envuelve mecánicamente un pene vibrador color rosa fosforito de cuatro velocidades, exactamente igual a los otros trescientos que ha manipulado y vendido esa misma mañana de trabajo (¡taylorismo del sexo!). Lo que en la tienda de animales o en el bazar de bricolaje es una posibilidad remota pero real, como que te toque el euromillón cualquier día de estos (y el goce de ser el único que en ese local sabe cuál va a ser el cometido de ese inocente objeto que depositas en la caja no te lo quita nadie), en estos antros (que alguien debería ilegalizar ipso facto) se convierte en el pan nuestro de cada día, en el antimorbo, en la cotidianeidad de la que precisamente huimos y que nos corroe las pelotas hasta lo más profundo del escroto.

[Ricardo Maraña]

Bufo hay una expresion que no me puedo aguantar en decirla, se dice mucho en el sur y a lo mejor en el norte tiene otra connotacion, pero no es nada ofensiva.

¡¡Note cabe na!!

Por cierto me gusta tu escrito

[lucia]

Bufo, muy inconfundiblemente tuyo. Y con el toque de las cajeras, la una con hastío y la otra con la posibilidad de que te responda pícara con un guiño

[Shimoda]

Sí, me resultaría más divertido comprar ese collar en un súper o un pet shop que en un sex shop. Aunque, si yo fuera la cajera y viera lo que llevas, sospecharía en seguida, te guiñaría un ojo y ahora seríamos dos
Saludos.

[dorsvenabili]

Sí, me resultaría más divertido comprar ese collar en un súper o un pet shop que en un sex shop. Aunque, si yo fuera la cajera y viera lo que llevas, sospecharía en seguida, te guiñaría un ojo y ahora seríamos dos
Saludos.

Da más morbo comprarlo en un pet-shop que en un sex shop. Al igual que puedes comprar la nata para jugar en un supermercado, el aceite de bebés en una perfumería y nadie sospecharía para que los quieres.