La ostra (relato corto)

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petroleocrudo
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La ostra (relato corto)

Mensaje por petroleocrudo »

La ostra


Los tumbos de la noche me llevaron a las puertas de una de las discotecas de moda de Lechería, junto a un grupo de buenos amigos, todos intoxicados por una jornada de excesos que constituían rutina y ritual de nuestros días. Eran los días previos a la Copa América del 2007, y Puerto la Cruz, ciudad sede, bullía entre samba, alcohol y algarabía. Como era costumbre, había una pequeña muchedumbre apretujada frente al gorila que guardaba la entrada. La espera se hacía corta gracias a la botella del indio que guardaba en el bolsillo trasero de mis raídos Levi`s y refrescaba los ánimos del grupo. Odiaba ese lugar. Lo odiaba de manera visceral; su hedor a reggaeton a todo volumen, sus egos vacíos de nuevos y viejos ricos que ordenaban botellas de Blue Label, sus toneladas de silicón que se contoneaban. Personas y personalidades intercambiables, empeñados en hacer valer los tópicos y lugares comunes con que se acusa a nuestra generación: los culos, la camioneta, la farándula.

Fue entonces que llegó el golpe de suerte: El gorila, San Pedro de mar y trópico, me negó la entrada señalando con aires de superioridad mis sandalias y pantalones rotos. Por un momento salí de mis cabales y lo insulté. Nunca más volvería a ir a ese bar. Mis amigos ofrecieron ir a otro local, pero me negué. Preferí no hacerlos perder más tiempo decidiendo a que otro sitio ir.

Me despedí de ellos y salí volando de ahí. No quería dormir aún y la noche me llamaba. Empecé a deambular errante por la calles de la ciudad, sin rumbo fijo, intentando ordenar mis pensamientos que corrían desbocados. A la distancia, luces. Muchas luces. Era el Estadio Olímpico, que a pocos días del inicio de la gran competencia Continental, no estaba listo. Fueron esos dos soles blancos y ese arco de estrellas que me llamaron.

Entré sin problemas al complejo polideportivo. Temprano, en el estacionamiento principal, hubo un concierto gratuito del que aún quedaban los típicos rezagados excitados por la música y los espíritus, por lo que mi presencia pasó desapercibida. En lugar de acercarme a la gente que aún celebraba cerca de la tarima, me dirigí al otro extremo de la explanada, directamente al Estadio. Las luces me llamaban y yo las seguía como una luciérnaga perdida.

Grupos de obreros realizaban las más diversas labores en el exterior del coloso de hierro y concreto. Unos se encargaban de pegar los avisos de señalización interna, mientras otros pintaban sillas con los colores de la bandera, grupos de publicistas peleaban entre ellos colocando vallas diversas, y algún periodista deambulaba perdido en la zona.

Caminé y caminé, no podía parar de hablar con los trabajadores que veía alrededor del recinto. Verlos trabajar mientras media ciudad dormía y media bebía, para que todo estuviera en condiciones el día del primer juego, no dejaba de asombrarme. El mundo no se detenía. Vi entonces mi gran oportunidad. En la entrada principal solo había un vigilante distraído. Decidí acercarme y entablar conversación con el, dando a entender que yo estaba de una u otra manera relacionado con los que trabajaban a aquellas horas. Tras el breve intercambio, entré con naturalidad. Funcionó. Ya era uno de ellos.

No subí hacia la grada, sino que seguí los entresijos internos que llevaban directamente al campo. Era notable. Solo cuando di la vuelta por la pista, pude apreciar la totalidad del coso, con su gran arco iluminado sobre la principal. El estadio era una gran ostra abierta, y tenía perla. ¡Tenía perla!.


Todos mis sentidos se vieron abrumados. La música de la construcción de fondo, los colores vivos de los asientos, el concreto bajo mis pies. Todo era perfecto. El José Antonio Anzoátegui aún no olía a fútbol, sino a mezcla perfecta entre ciudad y campo. El césped recién sembrado y el polvillo de construcción bailaban en armonía solo para mi, un equilibrio que la presencia de miles de personas inequívocamente destruiría. Nunca podré olvidar ese olor, el olor de mi iglesia particular. Me senté en una esquina del rectángulo verde, a contemplar el espectáculo de una soledad perturbada por los dulces sonidos del trabajo, que para mí eran solo la música de fondo, y por una nube de insectos gigantescos que zumbaban enardecidos; en una semana no estaría ahí, ahuyentada por el gran río humano.

Decidí seguir explorando el templo, y subí a la tribuna principal. Me senté junto a un obrero de braga gris, que me contó que estaban trabajando dobles y triples turnos para que todo estuviera listo a tiempo. El entendía. Disfrutaba su trabajo y sentía que estaba dejando algo, una huella en el mundo. Mientras el se levantaba para resumir sus labores, me dirigí a las cabinas de transmisiones. No había un alma. Una vista panorámica perfecta del campo de juego, privilegiada. Por primera vez vi lo mismo que un Lázaro Candal o un Reyes Álamo. El rectángulo perfecto desde el ángulo perfecto.

Había un teléfono en la mesa de la cabina. Tenía tono. Supe lo que tenía que hacer. A pesar de que disfrutaba la soledad, el espacio para mi y mis pensamientos, necesitaba compartir lo que veía y sentía. La llamé. Ella estaba dormida en su casa y yo había perdido la noción del tiempo. Cualquier otra persona hubiera pensado que estaba loco. Estaba desbocado tratando de explicar lo inexplicable, pero ella entendió, y se alegró a la distancia, porque comprendía que ese extraño día era importante para mi. Mi felicidad la llenaba.

Regresé a la tribuna principal, donde volví a ver al hombre de la braga gris. Le invité un par de tragos de la botella que todavía guardaba en el bolsillo. Compartimos en silencio mientras el resto del mundo seguía su camino. Le dejé la botella mientras emprendía el camino de regreso a casa, pero sabía que volvería. No sería la misma ostra, mi ostra solitaria, pero entendí que esa es la naturaleza de las cosas. Todo cambia. Mi relación con el Olímpico apenas comenzaba.
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petroleocrudo
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Re: La ostra (relato corto)

Mensaje por petroleocrudo »

Agradecería cualquier crítica, amigos. No todos al mismo tiempo, que la página colapsa :cunao:

El relato, más que desarrollar al personaje, solo busca transmitir lo que vió y sintió en esa experiencia. Gracias.
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Fernando Vidal
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Re: La ostra (relato corto)

Mensaje por Fernando Vidal »

Creo que sí se expresa adecuadamente lo que siente el personaje al contemplar el estadio, pero así como está, el relato más parece parte de un texto más largo (algún capítulo) que un relato independiente con nudo y desenlace propios.
Saludos. :)
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Nínive
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Re: La ostra (relato corto)

Mensaje por Nínive »

Pues.....no me ha dicho mucho, la verdad. Seguramente soy yo, que esta temática no me llama y no soy capaz de ponerme en la piel del protagonista. Por ejemplo, nunca diría "templo" a un estadio de fútbol. :cunao: Me falta que cuente una historia, un final, una motivación....
Quitando ésto, está bien narrado, exceptuando alguna tilde que falta y dificulta ligeremente la lectura.
Saludos :60:
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lucia
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Re: La ostra (relato corto)

Mensaje por lucia »

La descripción tiene un ritmo pausado que le pega a lo que cuentas, pero hay un par de detalles que chirrían. Las sillas de los estadios no las pintan, las llevan ya directamente con el plástico del color que toque, y el césped en un campo de fútbol de estos no lo suelen sembrar en el sitio, sino que lo llevan en formas de tepes.
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