El silencio (relato)

[tantoquecontar]

-Es que tiene cuatro años y no ha dicho una sola palabra...
-Quizá no tenga nada interesante que contar.
-No bromee, doctor. Estoy muy preocupada.
-Lo siento. Pero los exámenes demuestran que su salud es buena, no tiene ninguna anomalía que le impida hablar. Sabemos que no es sordo, así que es seguro que podría imitar lo que oye. Por otro lado no demuestra ninguna frustración que nos haga pensar en traumas psicológicos o ánimo de llamar la atención... Creo que no debe usted presionarlo. Hablará cuando lo considere oportuno, en el momento más inesperado, quizá incluso por descuido. Sólo debe darle tiempo y confianza.
-¿Y cómo le daré más confianza?
-Esa no es una pregunta que yo pueda responderle a una madre.

Ella lo observa de pie, apoyada en la barra donde le prepara el desayuno cada mañana, en silencio, con una tranquilidad fingida que sólo delatan las pequeñas pieles mordisqueadas en la punta de sus dedos. El niño está sentado a la mesa, recién duchado y peinado con mimo. El suave olor de la colonia se mezcla con el de las ceras con las que dibuja en grandes folios blancos. Ha pintado una casa como la suya, grande, blanca y con una jardín poblado de pequeñas flores amarillas. A la derecha de la casa ha puesto un coche y un árbol con un columpio. A la izquierda a su padre, con lo que parece una camisa abotonada hasta el cuello y corbata, y su madre, ataviada con una falda azul con tirantes, la misma que ahora ella se retuerce con una mano mientras la otra se acerca ya a las ceras que él no usa.

Aparta del bloque de folios uno con esquinas dobladas y las aplana, limpia de volutas de cera el papel y traza con rosa tres figuras que se dan la mano: una muy alta con largos brazos ligeramente flexionados, otra un poco más baja a la que pinta una coleta y, en el centro, una diminuta silueta vestida con pantalones cortos. Poco a poco rellena lo personajes y los dota de ojos, narices y bocas sonrientes. Los viste y los peina y pronto se puede observar que están en un jardín en el que un gran sol naranja arranca verdes brillantes y amarillos y violetas. Todo el fondo se va tiñendo de azul claro hasta cubrir cada uno de los huecos que antes eran blancos. Al dejar la cera, casi consumida, aparta la estampa para contemplarla con ternura.

-Qué bonito

El niño sonríe mientras alterna las miradas entre ella y el cuadro recién terminado. Tiene todavía la cera roja en una mano y la otra sujeta el papel, y mantiene con su madre una mirada cálida que sella su complicidad antes de acabar de colorear el tejado de su dibujo. No los ha visto, pero enfrente de él hay dos grandes ojos que se cubren rápidamente con una fina película de agua. En el borde de un párpado se hincha una gota que anuncia carreras por las mejillas. Ella se levanta al tiempo que con el dorso de la mano evita que se pierda la lágrima y recoge el dibujo que se lleva al comedor mientras piensa que habrá que enmarcarlo, que habrá que lucirlo en una de las paredes crema de la habitación, que habrá que celebrar siempre el sol, el cielo, las flores, porque no todos los días encuentra una un tesoro en un papel.

[daphne91]

Me gusta, me gusta mucho!
Estoy deseando saber cómo sigue.
Me gusta el estilo de explicar las cosas, es fácil de leer e interesante!

[lucia]

Daphne, no creo que siga. Yo lo veo autoconclusivo.

[daphne91]

Ups! Pues vaya! Aún así, me gusta el estilo!

[tantoquecontar]

Sí, Daphne, es autoconclusivo, como apunta la Avería. Me alegro de que te guste. Lo escribí hace mucho tiempo. Creo que ahora no sería capaz ni de darle un fin a un relato.
Gracias!

[larusa]

Sí, Daphne, es autoconclusivo, como apunta la Avería. Me alegro de que te guste. Lo escribí hace mucho tiempo. Creo que ahora no sería capaz ni de darle un fin a un relato.
Gracias!

Sólo hay que ponerse a ello (y tener tiempo, claro)