Debo reconocer que la primera vez que lo vi, causó en mi una mezcla de temor y desconfianza.
Estaba en el cementerio. Había llevado unas flores a la tumba de mi madre y estaba con la mente en otra parte cuando de detrás de un panteón apareció.
-Buenos días Señor- Escoba en mano y con paso tambaleante se acercó a mí y empezó a barrer las hojas que el otoño había precipitado de los olmos que había en las proximidades. Juntaba en pequeños montones las hojas que el viento se encargaba de esparcir de nuevo.
Era un hombre de mediana edad. Alrededor de los treinta y cinco o cuarenta años, ojos claros, piel morena, a medio afeitar y con el pelo ensortijado y revuelto por el viento. Bien vestido pero a la vez con un aspecto de dejadez, con la ropa arrugada y alguna que otra mancha.
- Buenos días- le contesté con cierto recelo. Últimamente se había publicado en la prensa que en el cementerio se estaban produciendo numerosos robos y que incluso había bandas especializadas en asaltar a los visitantes.
- Este otoño parece que se ha anticipado y ha decidido tirar todas las hojas de golpe. Uno no da abasto a recogerlas todas- Comentaba de forma distraída mientras continuaba barriendo alrededor de donde me encontraba.
Hablaba de forma pausada, sin atropellarse, como si hablara para sí mismo.
–Tengo que pedir a los de la limpieza que me dejen un par de bolsas para recoger las hojas porque así no hay manera de mantener esto limpio- Y mientras barría doblo la esquina y se fue de la misma forma que había aparecido.
Estuve un rato mas sumergido en mis pensamientos hasta que una ráfaga de viento helado me hizo volver a la realidad. Ya de vuelta al coche pude verle sentado en un banco con unas dos o tres bolsas de plástico llenas de lo que parecía ser ropa a su lado y mirando hacia uno de los nichos. Al verme me saludo con la mano y le devolví el saludo.
Iba casi cada semana al cementerio y siempre aparecía de improviso, como si de un espíritu errante se tratara, con su escoba barriendo, hubiera o no hojas, hiciera viento o no. Y cada vez que me iba lo veía sentado en el mismo banco, con la mirada dirigida hacia uno de los nichos y sus bolsas acompañándolo.
Lo único que cambiada de una semana a otra eran los gatos. Cada vez había mas gatos a su alrededor. De todos lo tipos de color de pelaje y tamaños. Tenía distribuidos alrededor del banco pequeños recipientes para comida y agua improvisados con culos de botellas de agua y cartones de vino barato.
Recuerdo que uno de los días lo vi bastante demacrado y pálido. Le pregunté si había comido. –Hace dos días que no llego a tiempo al comedor municipal, pero me apaño con cuatro galletas que tengo por aquí.- Busqué en los bolsillo y reuní las pocas monedas que llevaba encima. Apenas 5 euros. Se los di.
Al principio no me los quería coger y a base de insistir me los aceptó. –En cuanto pueda se los devuelvo, que yo no soy de los de ir pidiendo limosna.-
Fueron pasando los meses y siempre que iba estaba allí. Lloviera, hiciera frío… daba igual, siempre estaba sentado un su banco, rodeado de los gatos y sus bolsas.
En una ocasión cuando acabé mi visita en lugar de dirigirme al coche me fui hacia su banco. Me senté a su lado. Ya no me ocasionaba temor. El sol caía sobre el horizonte y nos iluminaba con un brillo pálido de esas tardes de primavera en las que el calor del día empieza a dejar paso al frescor del atardecer.
Empezamos a charlar del tiempo, de los gatos, de las escobas de la limpieza del cementerio… -No siempre he tenido esta vida- me dijo mientras dirigía su mirada hacia el bloque de nichos que teníamos delante de nosotros…
“ Hasta hace tres años era copropietario de una empresa de material eléctrico. El boom de la construcción me fue muy bien y me permitió ganarme un hueco en el mercado. Llegué a tener doce empleados a mi cargo y si bien la crisis había hecho daño, podía mantener esos puestos de trabajo. De hecho gracias a mis empleados y sus ganas de que la empresa fuera adelante íbamos consiguiendo capear el temporal. Mi mujer trabajaba en otra empresa de administrativa. Bien podía haber trabajado conmigo, pero decidimos que era mejor que cada uno tuviera su trabajo sus compañeros, su independencia.
Recuerdo que el día en que mi vida cambió me levante bien, como cualquier día pero estando en mi despacho, preparando los pagos de las facturas del día, la vista se me empezó a nublar, sentí mareos y como un peso en todos los músculos de mi cuerpo que no me dejaban moverme, ni hablar ni ver. Todo se volvió negro y no recuerdo nada mas de ese día.
Desperté dos años después. Mi mujer me contó que tuve un ictus cerebral y que quedé en coma. Durante ese periodo de tiempo mi mujer dejó su trabajo y se hizo cargo de la empresa como mejor pudo junto con mi socio. Pero claro, no conocía el mundillo, no sabía es estado de la empresa, los trabajos pendientes y los futuros contratos.
No se si fue casualidad o no, pero varias constructoras cerraron. Los contratos se anularon y dejó de entrar dinero. Mi socio, aprovechando el desconocimiento por parte de mi mujer de cómo estaba la empresa vació las cuentas y se fugó dejando varios meses de nóminas y pagos a proveedores pendientes. Después de eso vinieron las demandas judiciales, los embargos y lo que hasta ese momento era una vida normal y corriente se convirtió para mi mujer en un calvario.
Cuando desperté, volví a la vida, si se le puede llamar así a lo que tengo ahora. Lo primero que vi fue el rostro sonriente de mi mujer ocultando lagrimas que imaginé que eran de alegría.
Me fui recuperando poco a poco, el ictus no me había ocasionado grandes daños cerebrales, un poco de retardo a la hora de hablar y un poco de descoordinación al andar, así que me puedo considerar afortunado.
Mi mujer es la que estaba peor, había perdido muchos kilos y la cara siempre alegre que paseaba se había transformado en una ojerosa tristeza que intentaba disimular mientras me animaba y me decía que saldríamos adelante.
Yo sabía que algo no andaba bien. Que aparte de toda la historia de la empresa, los embargos y nuestra repentina pobreza, había algo mas que me ocultaba.
No lo supe hasta que fue demasiado tarde. En poco tiempo se me fue. Fue un cáncer fulminante que termino con ella. Supongo que el ver como toda nuestra vida se desmoronaba aceleró su evolución y lo peor de todo es que no me quiso decir nada para que no me preocupara y frenara mi recuperación.
Ahora solo me dedico a mantener su tumba limpia y bien conservada. Es lo único que ya puedo hacer para devolverle todo lo que ella hizo por mi mientras estaba en coma, sólo eso, hacerle compañía y ver pasar los días”
En eso que una de las primeras mariposas que había despertado a la primavera se posó en uno de los nichos. Su mirada, que en todo el tiempo que me contaba su historia no se había apartado de ese nicho, se iluminó.
Intenté averiguar algo más sobre su vida. Cómo se las arreglaba para comer, dormir… pero empezó a sentirse incómodo y evadió mis preguntas. Se levantó, cogió su escoba y disculpándose se despidió de mi –Perdone, pero debo barrer unos pasillos mas antes de que anochezca. Otro día charlamos.-
Me despedí de él. Pero me marché con un peso en el corazón que me dejó intranquilo los siguientes días.
Pasaron dos semanas hasta que pude volver al cementerio. Había tenido que realizar viajes fuera de la ciudad y no había podido acudir antes.
Me extrañó no verlo en su banco sentado, ni tampoco que viniera a barrer el pasillo donde yo estaba. Estuve como una media hora y cuando me marchaba pasé por delante del banco y ya no había ni gatos ni los comederos, ni las bolsas, ni él.
Pasé por varios pasillos del cementerio. Se había hecho habitual que pernoctaran en él varios indigentes. Les pregunté a alguno por el hombre, que por cierto ni sabía cómo se llamaba. Ninguno me supo decir nada de él.
Me dirigí al coche y busqué la salida del cementerio. En una de las vías principales vi dos empleados de limpieza y les pregunté si sabían algo del hombre que estaba en el banco de la zona alta del cementerio, el que siempre estaba rodeado de gatos.
Me dijeron que hacía una semana lo encontraron muerto en el banco donde dormía. Se lo llevó una ambulancia y no supieron nada más.
Volví a su banco y dirigí la mirada hacia en nicho donde estaba su mujer. Había señales de que se había abierto hace poco e imaginé que lo enterraron ahí.
No había nombre, ni fecha, ni nada de nada. Se había ido tan anónimamente como había aparecido en el cementerio.
Un anónimo más (relato corto)
Re: Un anónimo más (relato corto)
Qué historia más triste.
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