Una mosca en la sopa (Memorias) - Charles Simic

En principio incluye biografías, autoayuda, libros de viajes, arte y otros que no sean ensayos o de divulgación.

Moderador: magali

Responder
Avatar de Usuario
triste
Foroadicto
Mensajes: 4009
Registrado: 25 Abr 2012 12:15

Una mosca en la sopa (Memorias) - Charles Simic

Mensaje por triste »

Imagen

Charles Simic, Una mosca en la sopa Memorias

Traducción de Jaime Blasco


ISBN: 978-84-938087-4-7


Charles Simic tenía siete años cuando cruzó a pie las montañas de Eslovenia junto a su madre y su hermano con la intención de alcanzar la frontera austriaca y huir así de la Yugoslavia comunista para luego alcanzar París y allí esperar el momento de reunirse con su padre, que había escapado a los EE. UU. Es sólo uno de los episodios que narra en estas memorias en las que relata también su infancia en un Belgrado bombardeado por unos y por otros, poblado de personajes dignos de una película de Kusturica; la llegada en barco a la tierra prometida, Nueva York; sus años de juventud bohemia cuando dudaba entre hacerse poeta o pintor, o su estancia en Francia como policía militar, sin olvidar hondas reflexiones sobre el porqué de la poesía. La mirada de Simic es aguda: “Sinceramente resulta imposible, para mí o para cualquier otro, afirmar que alguien posee un estatus especial en virtud de su condición de víctima”, afirma. Pero su peripecia es muy singular, y su mirada, excepcionalmente inteligente, sensible, socarrona y original. Una mosca en la sopa es un libro esencial de uno de los grandes escritores contemporáneos.

Charles Simic (Belgrado, 1938) es uno de los mayores poetas contemporáneos en lengua inglesa. Autor de luminosos ensayos sobre literatura y cine, el lector en castellano cuenta con tres ediciones de su poesía. El mundo no se acaba y otros poemas (DVD, 1999, ed. de Mario Lucarda) traduce el libro por el que obtuvo el premio Pulitzer. Desmontando el silencio (Ayuntamiento de Lucena, 2008, ed. de Jordi Doce) antologa la primera parte de su obra y La voz a las tres de la madrugada (DVD, 2010, ed. de Martín López-Vega) recopila lo mejor de sus últimos libros. El Fondo de Cultura Económica editó en 2005 Alquimia de tendajón, sobre Joseph Cornell. Sus últimos libros de poemas son My Noiseless Entourage (2006) y That Little Something (2008).

Fuente: Vaso Roto
1
Avatar de Usuario
triste
Foroadicto
Mensajes: 4009
Registrado: 25 Abr 2012 12:15

Re: Una mosca en la sopa (Memorias) - Charles Simic

Mensaje por triste »

A veces, cuando pienso en cuál es mi libro favorito, vienen a mi mente varios títulos que me han gustado mucho. Hace un par de noches subí un texto donde hablaba sobre uno de ellos (El túnel, de Ernesto Sabato). En lo que escribí, mencioné que hay libros en los que uno se ve frente a un espejo. No es que ''descubras'' algo nuevo de ti, solo estás frente al espejo y te dices ''ese soy yo'', el que ya sabías que eras, pero te ves.

Pues algo así me pasa con este libro. Lo leí hace casi dos años, cuando trabajaba en una librería del centro de mi ciudad. Podíamos llevarnos algunos libros prestados, así que el nombre de éste me llamó la atención, y además había leído ya algunos poemas de Simic.

El libro me maravilló. La forma que tiene Simic de escribir es... embriagante. Nunca en mi vida he estado borracha, pero si debo imaginarlo, entonces debe ser como leer a ciertos autores que me hacen sentir como Charles lo hizo (¿casualidad que otro de esos autores también se llame Charles?). Su infancia en Yugoslavia es impresionante, la forma en la que narra los juegos en medio de edificios derrumbados por explosiones es impresionate y conmovedora. Su estancia en París y su juventud en Nueva York son todo eso que yo, de alguna forma, he vivido en esta ciudad de la que nunca me he movido.

Consejos para escritores, para la vida, para seguir aquí y aguantar. Para ver lo bueno. Eso es lo que las memorias de Simic me dejó.

Ojalá mucha gente leyera este libro, porque creo que en él hay mucho de lo que los escritores contemporáneos podrían aprender.

Dejo un fragmento que me gusta muchísimo (y que encontré disponible en la página de la editorial, por si no pueden ponerse aquí fragmentos tan largos de libros):

De Una mosca en la sopa

Hace treinta años, cuando vivía en Nueva York, me quedaba casi todas las noches despierto escuchando los farragosos soliloquios de Jean Shepherd en la radio. Era un programa en el que se decían muchas cosas interesantes y se podía escuchar un poco de música. Una noche contó una larga historia que todavía recuerdo sobre cierto ritual sagrado que practicaba una tribu amazónica. A grandes rasgos, era algo así.

Una vez cada siete años los miembros de esta remota tribu cavan un profundo agujero en la espesura de la selva y dejan allí a su mejor flautista. Después, los miembros de la tribu se despiden de él para no regresar jamás. A los siete días, el flautista, con las piernas cruzadas en lo hondo del agujero, empieza a tocar. Los miembros de su tribu no pueden escucharle, por supuesto, sólo los dioses pueden hacerlo, y de hecho esa es la finalidad del rito.

Según Shepherd, que no tenía ningún reparo en engañar a sus insomnes oyentes, un antropólogo había permanecido escondido durante el ritual y había conseguido grabar al flautista. Esa noche, Shepherd iba a emitir aquella grabación.

Me pareció espeluznante. Un hombre a punto de morir, aturdido por el hambre y la desesperación, reunía las pocas fuerzas y la fe en los dioses que le quedaban. Un Orfeo del Nuevo Mundo, pensé.

Shepherd siguió hablando y hablando hasta que por fin, en el silencio de la madrugada, en mi cuchitril de la calle Trece Este, se escuchó el sonido débil y sobrenatural de la flauta: un lamento solitario e infinitamente triste mezclado, de vez en cuando, con la respiración todavía audible de aquel ser vivo resignado a aceptar la terrible situación en la que se hallaba. En aquel entonces me dio igual que la historia fuera real o una invención de Shepherd, y sigo pensando lo mismo. En realidad, todos vivimos en el fondo de nuestro agujero particular, incluso aquí en Nueva York.

Todas las artes tienen que ver con el callejón sin salida en el que nos encontramos. Es su atracción fatal. «Las palabras me fallan», suelen decir los poetas. Todo poema es un acto de desesperación o, si lo prefieren, una tirada de dados. Dios es el público ideal, sobre todo si no puedes dormir o si te encuentras en un agujero en el Amazonas. Si falta, peor todavía.

El poeta se sienta ante el papel en blanco con la necesidad de decir muchas cosas en el espacio limitado del poema. El mundo es enorme, el poeta está solo y el poema no es más que un fragmento de lengua, una pluma que rasga el silencio de la noche.

Puede darse el caso de que el poeta quiera hablarte de su vida. Un puñado de imágenes resultantes de un fugaz momento de felicidad o lucidez extremas. El anhelo secreto de la poesía es detener el tiempo. El poeta desea rescatar un rostro, un estado de ánimo, una nube en el cielo, un árbol en el viento y tomar una especie de fotografía mental de ese momento en que el lector se reconoce a sí mismo. Los poemas son instantáneas de otras personas en las que nos reconocemos a nosotros mismos.

Por otra parte, el poeta se ve empujado a decir la verdad. «¿Cómo debe expresarse la verdad?», se pregunta Gwendolyn Brooks. La verdad importa. Acertar importa. El consejo del realista es: abre los ojos y mira. Los defensores de la imaginación aconsejan: cierra los ojos para ver mejor. Hay una verdad que se percibe con los ojos abiertos y otra a la que se accede con los ojos cerrados, y a veces estas dos verdades no se reconocen cuando se cruzan por la calle.

Además, uno querría decir algo sobre los tiempos en los que vive. Toda época tiene sus injusticias y sus sufrimientos desmedidos, y la nuestra no es ni mucho menos una excepción. Hay que enfrentarse a la historia de la maldad humana, y todos los días encontramos nuevos ejemplos sobre los que reflexionar. Se puede pensar en ello todo lo que se quiera, pero comprenderlo ya es otra historia. Vivimos en una época en que hay cientos de formas de explicar el mundo. Se puede creer en cualquier cosa, en todas las religiones y en todas las variedades de cientificismo. Quizá la tarea de la poesía sea rescatar los vestigios de autenticidad que todavía se pueden encontrar en las ruinas de los sistemas religiosos, filosóficos y políticos.

Además, uno querría escribir un poema tan bien acabado que hiciera honor a la tradición representada por Emily Dickinson, Ezra Pound y Wallace Stevens, por nombrar tan sólo a algunos maestros.

Por otra parte, uno espera superar esa tradición, revolucionarla y ponerla del revés, y encontrar un espacio vital propio.

Por otra parte, uno querría entretener al lector con ayuda de deslumbrantes metáforas, arrebatos de imaginación y declaraciones desgarradoras.

Por otra parte, la mayor parte del tiempo uno no tiene ni idea de lo que hace. Las palabras hacen el amor en la página como moscas en el calor del verano, y el poema le debe tanto a la casualidad como a la intención. Probablemente incluso más.

Esto no es más que una pequeña comanda de un enorme menú que sólo podría servir una de esas divinidades hindúes con muchos brazos.

Un gran defecto de la poesía, o uno de sus mayores atractivos –depende de cómo se mire– es que pretende abarcarlo todo. A la fría luz de la razón, escribir poesía es imposible.
1
Responder