Vidas anónimas (Novela)

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Endika
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Vidas anónimas (Novela)

Mensaje por Endika »

Hola amigos de Ábrete libro!

Aunque hace mucho que no escribo en el foro, y no me conozcáis, os tengo de referencia para consejos y ideas en cuanto a publicación y escritura en general, el foro es genial, muy bien surtido de información, aprovecho para daros mi enhorabuena.
Es por eso no podía dejar de compartir con vosotros el proyecto en el que estoy trabajando de colaborador.
Vidas anónimas, es una novela escrita por un familiar (Mª Dolores Milán Martín) que me pidió ayuda con las correcciones y la maquetación. El libro llevaba escrito algún tiempo y por fin nos decidimos a darle la necesaria revisión para sacarlo a la luz.
Lo hemos publicado en Amazon hace poco, pero como os digo me gustaría colgarlo aquí por capítulos, espero de corazón que os guste, recibid un abrazo fuerte, espero que lo disfrutéis.




Vidas anónimas - Capítulo 1 - Inés

La estación esta hoy particularmente concurrida, mucho más de lo habitual.
Por eso, aunque Inés va corriendo, cuando llega a la altura del andén, el tren ya ha efectuado su salida, acompañado de su pitido indicando que no hay marcha atrás, igual que en su vida.
Ahora sólo puede ir hacia delante, detrás demasiado dolor quedó y aunque sigue ahí, latente en su corazón, ella intenta olvidar.

A Inés le gustaba ir en tren.
El observar a su alrededor le ayudaba a sentirse libre, ver como unos corrían, otros reían, cada uno con su historia particular.
Todo esto, común para mucha gente, a ella que había vivido de una manera muy distinta le gustaba.
Agradecía todos los días la oportunidad de simplemente poder vivir, llevar a los niños al colegio sin temor, sin tener nada que esconder, sin necesidad de ocultar su rostro por miedo a que se vieran los moratones de la paliza que Raúl, su marido, le daba una noche si y otra también.

Así fue como conoció a Joseba: en el tren.
El vasco-inglés, apodo por el que se le conocía en el pueblo cercano donde vivía, aquel día se sentó de nuevo frente a ella.

Inés le recorrió con la mirada.
Joseba era un hombre mayor, de unos 65 ó 70 años, el color de su pelo era blanco y utilizaba gafas sin montura, lo que le daba un aire interesante, su piel era de un dulce color dorado y su expresión transmitió a Inés desde el primer momento serenidad.
Siguió el recorrido por esa persona que tenía sentada enfrente un día más y, todo lo discreta que pudo, continuó observando e imaginando la clase de vida que podría llevar.
El suéter de color amarillo pálido iba resguardado por una cazadora sport.
Los pantalones de corte vaquero con zapatos estilo náutico, le hacían pensar en una persona vivida, poco convencional o cuanto menos, con muchas inquietudes.
Continuó con su deporte favorito: observar.
Se quedó un momento absorta en el tamaño de las manos de aquel hombre lo que la llevó a elucubrar sobre los trabajos que en su juventud habría tenido que desempeñar para desarrollar unas manos así. “Del estilo de las de Raúl” pensó. Un escalofrío recorrió su cuerpo menudo.

En ese momento Joseba, que se mostraba sonriente, consciente del examen al que estaba siendo sometido comentó:
—Se ha quedado usted fría ¿eh?
—¿Cómo? ¿perdón? —Alcanzó a responder Inés. —Estaba distraída y no le he escuchado.
—No, mujer, no se asuste, le he notado el escalofrío y le comentaba que se había quedado usted fría.—
Acto seguido extendió su amplia mano hacia ella, en señal de saludo.
Inés, que todavía no se había recuperado ni del escalofrío, ni de la sorpresa por la conversación que aquel hombre pretendía entablar con ella, por cortesía recibió la mano del desconocido en la suya.
—Me llamo Joseba. —Dijo él. Desprendiendo tanto en el tono de su voz como en la temperatura de su mano una calidez nueva y desconocida para ella.
—Yo soy Inés, encantada. — Pudo decir a duras penas.

Se sintió como descubierta, era una sensación familiar, el tener alguien a su lado juzgando lo que hacía y hasta lo que sentía. “Algún día podré librarme de este fantasma” se decía a si misma.
Por ese motivo lo que Joseba le estaba transmitiendo estaba empezando a desarmarla.
En esta reflexión estaba cuando este volvió a decir:
—Parece que la primavera se resiste este año ¿verdad?—
—Verdad.— Afirmó Inés, casi por inercia, el hombre dijo algo más, que a Inés le hizo gracia, y, siendo ella la primera sorprendida, empezó a sentirse cómoda con un extraño por primera vez en mucho tiempo, al rato se vieron los dos envueltos en una cálida conversación.

Inés nunca se había sentido así con un hombre cerca, siempre se encontraba como perdida, juzgada, en este caso estaba mas tranquila, quizás lo que pasaba es que se veía a si misma manteniendo un rato de charla, sin mas trascendencia, eso hacía que se sintiera mas segura.
“De todos modos cuando sea mi parada, me bajo y, en paz.” Pensaba “No hay que dar tantas vueltas a las cosas”

Al rato, por los altavoces nombraron la parada de Inés, que se levantó, dijo adiós a su interlocutor el cual extendiendo de nuevo su mano hacia ella le dijo:
—Un placer Inés, que tenga usted un buen día.—
Salió corriendo del tren, justo cuando ya pitaba de nuevo para cerrar las puertas.


Inés Torres tenía 30 años.
También tenía dos hijos, Germán de 6 años y Raúl de 2. Ellos, aunque aún fueran niños, eran el motor que día a día ayudaba a que en la vida de Inés el amor saliese vencedor en la batalla contra el miedo.
Aunque de estructura delgada y aparentemente frágil, Inés albergaba en su interior toda la fuerza necesaria para continuar adelante, sin flaquear. Pero manteniéndose siempre alerta, con el temor de que en cualquier momento alguno de sus verdugos apareciera en una esquina y se llevara a los tres de vuelta a su doloroso y reciente pasado.


Iba caminando y la brisa le hacía viajar a un mundo de sensaciones, uno de los pocos regalos que se permitía todos los días.

Ese día el camino hasta Agropur, la empresa para la que trabajaba como limpiadora, lo hizo pensando en Joseba, por muy amable que pareciera, no podía evitar que una oscura sombra de desconfianza se posara sobre él.
Se sentía extraña hablando con alguien a quién había conocido de esa manera tan poco usual, sin darse cuenta echaba de menos que Raúl no estuviera detrás de ella para reprochárselo y llevarla a casa a empujones, o quizás lo que realmente echaba en falta, aunque le doliera reconocerlo, era la seguridad aparente que sentía estando con su marido.
Pero ahora no estaba ninguno de ellos dos, ni Raúl, ni Juan Antonio, su padre.
Una mueca de burla cruzó su rostro al pensar en los dos verdugos ¡si la vieran ahora!
Ellos siempre se ocupaban de recordarle lo estúpida que era.
De enfrentarla contra ella misma, asegurando que nunca cambiaría nada, que sin ellos, no era nadie.
Pero un día todo cambio, y ya nada fue igual para ninguno de los tres.
Ni verdugos, ni víctima daban crédito al cambio radical que ocurrió en su vida de la noche a la mañana.
Sólo una corta llamada de teléfono de Inés, desde una cabina, antes de coger el primer tren hacia su nuevo destino.
“Estamos bien, no nos busquéis”
Su madre al descolgar y escucharla, no entendía lo que estaba ocurriendo. “No te preocupes por nosotros, mamá.” “No volveremos nunca.” “Yo no soy como tú. Necesito vivir sin este sentimiento de ahogo continuo que he sentido en mi pecho durante todos los días de mi vida. Te ruego que no nos busquéis.” “Ni muerta daría un paso hacia atrás, te quiero mucho” “Espero que lo comprendas. Adiós.”
Cuando dejó el teléfono no era consciente de lo que estaba haciendo, una fuerza interior guiaba sus pasos y ella se dejaba hacer. No quiso hacer caso del miedo que sentía, ni del ahogo del que tanto renegaba, que la invadía casi por completo.

Se dio cuenta de que ya estaba en la puerta de su trabajo cuando se dio de bruces con Juan Manuel Calvo, el único compañero con el que no terminaba de entenderse.
Este lanzando un juramento le dio los buenos días:
—A ver si miras por donde vas ¡Que no te enteras!—
Toda la ilusión que traía esa mañana se le desvaneció de golpe y cayó a sus pies para acompañar a su moral.
—Lo siento, no he querido molestarte.—Acertó a decir Inés, atemorizada.
Sonia, su compañera, que le observaba desde recepción, dijo:
—¿Por qué te amedrentas ante el? No es mas que tu, solo es un hombre. No dejes que te incomode con sus modales machistas. Se engrandece ante ti, por que siente tu temor. No se lo pongas fácil.—

Inés, por respuesta se encogió de hombros y continuó su camino.

Juan, sin embargo estaba aquel día especialmente malhumorado y cuando vio que Sonia volvía a lo suyo siguió a Inés hasta los aseos, donde estaba el cuarto de limpieza y volvió a la carga con lo que quedaba de ella.
—Mujer, no te enfades conmigo, si no sabes por donde vas, yo no tengo la culpa. Hay que estar atento, que esto—dijo señalando el espacio que había alrededor— es tu trabajo y tú y tus hijos coméis de el. Porqué ¿no tienes un hombre en casa, verdad? Que lástima, con lo mona que eres.—

Hablaba y hablaba, Inés no podía escuchar, Juan cada vez se acercaba más a ella y esta se encogía dando pasos hacia atrás. Entonces él la agarró con fuerza, mientras miraba hacia los lados para comprobar que estaban solos.
No hizo falta nada más, ni una palabra, ni un gesto.
Inés se revolvió furiosa, y sacando fuerzas de algún lugar, se soltó de un empujón de la mano de su compañero y empezó a gritarle:
—¡Nunca más, dije que nunca mas! ¡No vuelvas a acercarte a mi! ¿me oyes? ¡Nunca más! y cómo nombres a mis hijos, te juro que te mato.—
—Serénate mujer, que nos van a oír todos. —Decía Juan sobresaltado por la inesperada reacción de Inés.
—Que me importa.— Continuaba esta con los ojos enrojecidos y totalmente fuera de si.
—No es para tanto, solo te he cogido el brazo.—
Ahora ya no se mostraba fuerte sino asustado por la manera en como veía a su compañera.
El resto de la plantilla no tardo en llegar: Miguel, Víctor, Quique y Eric, corrían hacia el lugar donde estaban Inés y Juan, alarmados por los gritos de esta. Detrás venían Sonia, Aitor y por último Alberto.
—¿Qué ocurre aquí?— acertó este último a decir.
Todos estaban perplejos.
Quique y Eric se miraban asombrados, sin saber que decir. Ambos son responsables, junto con Víctor del equipo de montaje. Ellos dos, son amigos, se llevan prácticamente como hermanos.
Pese a estar acostumbrados a solventar problemas graves en la discoteca para la que trabajaban los fines de semana la situación les había dejado bastante desconcertados. Esta vez no se trataba de un par de desconocidos envalentonados por el alcohol, los gritos que escucharon eran de Inés, a la que veían todos los días.

La plantilla siempre había permanecido unida, pero la reacción de Inés, fue inesperada para todos, incluso para la propia Inés, que no estaba acostumbrada a su nueva vida.
El tiempo se había detenido, ninguno de los trabajadores se atrevía casi ni a respirar. El aire se hizo espeso, un fuerte olor a desinfectante proveniente del cuarto de limpieza cubría toda la estancia donde se encontraba la plantilla de Agropur.
Ahí estaban todos, en los aseos de la empresa, siendo testigos de un espectáculo que a nadie gustaba y ante el que no sabían como reaccionar.



Juan mantenía la cara desencajada. Sólo acertaba a decir que únicamente la había agarrado. En contrapartida con lo que decía, el brazo de Inés mostraba aún las marcas de sus dedos. Esta volvió la cara hacia sus compañeros, roja de ira.
Fue un instante y se derrumbó.
No podía mas, aquello estaba siendo demasiado para ella, y corriendo se metió en uno de los cuartos de baño.
Allí, acurrucada en un rincón, se sentía segura, a salvo de las miradas de todos.
¡Tantos días había pasado así! tantas noches escondida con el cuerpo amoratado por los golpes, que hasta le reconfortó encontrar, entre tanto caos, una sensación conocida.
En la soledad de aquel sitio no se estaba mal, lloraba compungida, pero aliviada.
Ella que se creía ¡tan valiente! Ahora no podía dejar de llorar, en aquel llanto salió todo el dolor de años atrás que siempre se ocupó de esconder.
Pero ya no podía más.
El frío del lugar fue penetrando poco a poco en ella adueñándose de su cuerpo, y el miedo tan cercano siempre, de nuevo se acomodó en su corazón.
No sabía el tiempo que había transcurrido cuando oyó unos golpes insistentes en la puerta:

—Inés, ¿estas ahí? Abre mujer, que vas a coger frío.— Era la voz consoladora de Alberto la que preguntaba.
—Déjame a mí.—Se oía decir a Sonia.
—Tiene que abrir.—Afirmaba Juan, desbordado como todos por las circunstancias, pero sintiendo que toda la responsabilidad era suya.
Ninguno de ellos la había visto nunca así.
De nuevo golpes en la puerta.
—Estamos todos aquí, nos tienes preocupados, abre por favor, no te quedes ahí.—
Inés, derrotada, solo podía responder con sollozos desde interior del aseo.

Al fin en un acopio de valor, Inés abrió la puerta.
Los compañeros que estaban fuera quedaron asombrados al ver lo que quedaba de esa mujer conocida pero tan oculta.
Inés mostraba la cara desencajada, los ojos aún estaban rojos de la ira acumulada y el rímel corrido dejaba tras su camino unos ronchones negros que recorrían su rostro, y que ella acentuaba pasándose la mano de forma casi distraída.
Su aspecto era verdaderamente siniestro.
Solo Alberto y Aitor, el marido de Sonia, supieron leer entre líneas, algo que era para ellos más que evidente.
Este último se acercó rápidamente hacia ella y, cogiéndola entre sus brazos le transmitió todo el amor que pudo.
Era la calma después de la tormenta, Inés se encontraba agotada, exhausta, y entre suspiros recibía todavía con recelo lo que Aitor le estaba ofreciendo de corazón.

¡Que sola y desamparada se sentía! Pero sobre todo estaba desilusionada al darse cuenta de que el creerse a si misma libre y valiente solo era un espejismo, seguramente su marido y su padre llevaban razón: nunca cambiaría nada.
Los demás seguían observando atónitos.
Aitor les indicó con la mano, que se fueran, que él se ocupaba, y en silencio marcharon.

Allí abrazados quedaron ellos dos.
Inés, tenía su delgado cuerpo helado, era presa de un frío intenso que salía de lo más profundo de su ser.
Aitor no sabía como continuar lo que con tanto amor había comenzado.
En silencio, pedía ayuda para el alma atormentada, pedía consuelo, ser guiado y saber que hacer, como Susana, su profesora de yoga le había enseñado.

Algo debía de ocurrir dentro de esta mujer para dar lugar a un resultado tan triste.
Aitor escudriñaba en su interior buscando respuestas ante aquel cuadro tan doloroso, donde lo que estaba guardado empujaba por salir.
“No es una mujer muy habladora” Pensaba Aitor, pero tampoco parecía histérica o con algún cuadro de esquizofrenia.
Simplemente, acertó por fin a descifrar, tenía miedo.

Acurrucada al lado de Aitor, se estaba bien, “hace calorcito” pensaba Inés.
Escuchaba el latido del corazón de aquel hombre y eso, muy a pesar suyo, le daba confianza. Recordaba cuando su madre la abrazaba con ternura después de haber pasado por las manos de su padre.

El resto de los compañeros hacia rato que se había ido y, la respiración de Inés se acompasó, se puso al unísono con la de Aitor.
Se incorporó en el asiento y mirando al infinito, perdidos sus ojos, comenzó por decir:

—No se lo que me ha pasado, te pido perdón. No esta bien abusar así de las personas que están a tu alrededor, lo siento.
—No te preocupes, todos tenemos momentos bajos y, estamos a tu lado para ayudarte y, perdóname tú, si soy indiscreto, pero creo ver que lo que ha ocurrido hoy aquí, no es fruto de la casualidad, es posible incluso que Juan solo haya sido el detonador de lo que ocurre dentro de ti.
Tienes que sincerarte contigo misma y dejar de lado el miedo, si no lo haces así, siempre estará ahí, en tu corazón, para atemorizarte y no es bueno, ni para ti, ni para tus hijos.
Entra en tu interior y reconoce la persona que eres, allí, dentro de ti, tú eres lo único que vas a encontrar, tus miedos, tus temores, pero también tu luz y tu amor.
No te dejes amedrentar, sal a su encuentro.
Ama a esa niña acobardada que encontrarás escondida en un rincón.
Abraza y perdónate a ti misma y a los que te hicieron tanto daño ¡están esperando a que te decidas!—

Inés, no comprendía nada de lo que Aitor decía, y siguiendo con su mirada perdida como si de alguien ajeno se tratara comenzó a hablar:
—Raúl me pegaba.
Al principio solo era una torta de vez en cuando, un leve empujón, como el de hoy con Juan. Pero al poco tiempo todo fue a más.
Mi incompetencia y su necesidad de descargarse conmigo, han vivido juntas desde el principio.
Te diré ¡que tontería! Creo que hasta le echo de menos.
Fíjate ¿Quién me lo iba a decir?
Acordarme del verdugo.
Por que no soy mala persona ¿a que no? Dime que no.— Continuaba Inés, de nuevo un poco fuera de si, y agarrando la camisa de su interlocutor.
—¿A que no?— Repetía —No soy mala madre, solo un poco descuidada ¿verdad? Dime que es así, por favor— Aitor se encontraba totalmente abrumado, respondía con la cabeza, una vez que no, otra que si, no sabía muy bien que criterio seguir, pero se daba cuenta de que a Inés le era indiferente, el episodio que ambos vivían solo era una manera de descargar tanto silencio, tanta humillación, tanto miedo contenido y oculto durante demasiados años.

Hubo un momento de respiro, Inés estaba callada y Aitor lejos de tranquilizarse, miraba más asustado si cabe a su compañera.
Esta seguía con la mirada perdida, puesta en el vacío.
Continuó con el monólogo rescatando las palabras a retazos entre la poca autoestima que aun conservaba y la necesidad imperiosa que tenia de ser escuchada.
—Mi padre, Juan, que casualidad se llama como nuestro compañero, también me pegaba.
Pase de sus manos a las de Raúl, no hubo tanta diferencia, únicamente que con Raúl me tenia que acostar y con mi padre no.
—Lo siento, Aitor, lo siento de veras, no tenia intención de que supieras todo esto.
Durante años, he callado.
Nadie de mi familia ha sabido lo que ocurría ¡me da tanta vergüenza!
Los únicos testigos: mis hijos.
Se me rompe el alma y el corazón cuando les miro y recuerdo todo lo que sus pequeños ojos han tenido que ver.
De ellos y por ellos saque el valor para abandonarlo todo y marcharme.
Aquel día. —continúo hablando Inés — Raúl vino como de costumbre de mal humor, no bebía, con lo cual no tenía ni la excusa de llegar borracho. En cuanto me miró, supe lo que me esperaba.
Los niños se habían ido a su cuarto, cuando oían la cerradura de la puerta, el mayor cogía al pequeño de la mano y se lo llevaba.
En su corta edad había visto ya demasiado.

“Tus pantalones están muy apretados, ya sabes lo que pienso de las mujeres que van así, como vas tú, provocando ¡que son unas guarras! Quítate eso ahora mismo, no quiero volver a verte a si ¿me oyes?” El tono de Raúl iba subiendo, hasta que llego a mí y, cogiéndome del brazo continuó “No te escucho responder ¿me oyes?” Yo decía que si con la cabeza, acurrucada en una esquina.
Una de sus manos apretaba fuerte mi brazo y con la otra me dio una bofetada. “Que pasa ¿no tienes lengua?”
“Si, si que te oigo.” acerté a decir, mientras rápidamente me quitaba los pantalones y el suéter demasiado ceñido para el gusto de mi marido.
Le vi, como me miraba y supe lo que ocurriría después. “Déjame” le dije con temor.
“Eres mi mujer ¿no?” Decía gritando. “Pues tendrás que estar ahí para lo que yo quiera.”
De un empujón me tiro en el sofá, me desgarró las bragas, era lo único que me quedaba puesto, para después, lo de siempre. Aún me parece estar escuchándole gemir y babear.
Me tomó allí mismo, a la fuerza. Se puso encima de mi, yo resistía al principio como siempre, lo hacía para sentir que ponía algo de mi parte y que quizás no ocurriera lo que ya era una costumbre, solo fue una ilusión y yo lo sabia. Me dejé hacer, harta ya, cansada y exhausta, deseando que terminara cuanto antes.
Oí un ruido distinto, instintivamente abrí los ojos y vi a mi pequeño, allí parado en la puerta del salón, mirando como violaban a su madre, fue un instante, mí marido ni se enteró, enseguida vino el mayor para llevarse a su hermano.
No puedo olvidar la mirada de mi hijo, la tengo clavada. Me persigue allí donde voy.

Dos días después, cogí todo el dinero que pude, a mis niños, unas maletas y nos fuimos.
No avisé a nadie. Solo una corta llamada a mi madre.
Ningún miembro de mi familia sabe donde estoy. Amigos nunca he tenido.
Todos, durante años han soportado a mi padre y mi madre aún sigue aguantando en silencio sus palizas.
Se que si saben donde estamos se lo dirían a Raúl y no, eso nunca más.
No volveremos a pasar por eso nunca más.
Yo no seré buena esposa, ni buena madre, pero mis hijos no merecen una infancia como la mía.
Siempre tuve un deseo ¿sabes? Siempre quise que mi madre tuviera el valor de defenderme ante mi padre. El valor del que yo carecía.
Mi madre me defraudo, más incluso que él.
Durante años, desee que quitara aquel desconocido de mi lado. Quise levantarme sin dolor en el cuerpo por el miedo y los golpes y eso nunca ocurrió.
Calló por ella y por mí.
Condenó mi existencia a la humillación y yo no puedo consentir que la historia se repita.
Necesito ayuda, necesito perdonar.
El odio me corroe por dentro.
El odio, el rencor y el miedo campan a sus anchas dentro de mí, no puedo continuar así, necesito perdonar. —Repetía Inés una y otra vez.

Fuera del aseo, el resto de los compañeros esperaban ansiosos.
Juan estaba desencajado, a duras penas podía llevar hasta sus labios la taza de tila que Sonia le había preparado.
La situación le desbordaba a él más que a nadie del equipo, por que en su interior sabía que la “pelea” con Inés, fue con ella, precisamente, por que su mujer nunca le habría permitido ni siquiera el primer empujón.
La grandeza y la superioridad que por unos momentos había sentido, le cayeron encima como una losa y se vio ante sus compañeros como realmente se veía ante si mismo, un ser pequeño y despreciable que necesitaba creerse superior ante los demás.

Todo su mundo cedió.
Su pasado le vino de golpe al corazón: el despido del trabajo anterior y toda la angustia que sintió durante tantos meses, viendo como no era capaz ni de mantener a su familia.
El también necesitaba ayuda.
Y se había dado cuenta, precisamente faltando al respeto y sin ninguna educación hacia la persona más vulnerable de toda la empresa.
Se había aprovechado de la situación y esta le devolvía el golpe.
No quería comprender que estaba pasando, pero en su interior sabia muy bien lo que se traía entre manos.
Dentro del aseo, Aitor, abrazado a Inés, no daba crédito a lo que estaba escuchando.
Desde el primer día que la vio, supo que algo no iba bien, pero él, siempre tan respetuoso, nunca se atrevió a preguntar, ni le dio a entender a su mujer que algo pasaba y parecía grave.
Era en su mirada, oscura y siempre huidiza, donde el leyó, sobre todas las cosas: miedo.

En aquel lugar, los dos juntos y mientras reconfortaba a Inés, comenzó a contarle su periplo vital, que para el fue sobre todo eso: Vital.


— Te voy a contar algo que muy pocas personas conocen de mi y de Sonia, espero que te ayude, por lo menos a darte cuenta de que la vida no es fácil para nadie. No se muy bien como ponerte en contexto, así que comenzare hablándote de Susana. Ella es muy buena amiga, hará ahora unos quince años que nos conocemos, justo el tiempo que Alberto lleva en la empresa.

—Es una mujer muy especial, — Continuó Aitor, — ya mayor, tendrá alrededor de 65 años más o menos, pero no imaginas la fuerza, la firmeza y al mismo tiempo la paz y armonía que irradia a su alrededor. Pero levántate, creo que estaremos mejor en mi despacho, nos tomamos una infusión y te cuento, ¿quieres venir? Creo que te hará bien comprobar que todos hemos tenido días bajos y solo es responsabilidad nuestra el transformar todo eso en amor, hacia nosotros mismos y hacia los demás.— Inés no respondió, seguía con la mirada perdida así que Aitor tomó la iniciativa; agarró con firmeza el cuerpo de la mujer, la incorporó y sin dejar de abrazarla salieron de los aseos.
Todos estaban esperando, Aitor con un gesto, indicó que los dejaran solos y le pidió a Sonia dos infusiones.


De camino al despacho, Aitor no soltó un solo momento a Inés, que se dejaba llevar.
Cuando llegaron, este le indicó con un gesto que se sentara en uno de los sofas que allí había y una vez que la acomodó, siguió recordando sus años de dolor y frustración, hasta que conoció a Susana.



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lucia
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Re: Vidas anónimas (Novela) capítulo 1

Mensaje por lucia »

La historia está bien y el derrumbe con la posterior liberación es creíble, pero sigue necesitando un repasito para corregir errores tipo raya punto final o sí afirmativo sin tildes y alguna coma desaparecida.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Endika
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Re: Vidas anónimas (Novela) capítulo 1

Mensaje por Endika »

Lucia! Gracias por leer el texto y por tu respuesta, he estado con poco tiempo para conectarme y no la había visto.
Te agradezco las correcciones que me comentas, mira que lo hemos repasado veces y todavía quedan cosas...
En breve subiré el segundo capítulo, gracias de nuevo y un saludo.
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Endika
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Vidas anónimas Capítulo 2

Mensaje por Endika »

Hola de nuevo, aquí os pongo el segundo capítulo de Vidas anónimas, el proyecto en el que estoy colaborando, espero que os guste, saludos.




Susana



—Cuando Alberto comenzó a trabajar en Agropur, Sonia y yo llevábamos cinco años trabajando para la empresa.
Nuestro antiguo director se jubiló y dimos por hecho que el puesto vacante sería para alguno de los dos. Pero no fue así. Tuvimos que experimentar el ver como venia alguien y robaba lo que creíamos nuestro por derecho y antigüedad. Nos costó bastante esfuerzo aceptarle como superior y tuvimos muchos conflictos con él y con la empresa a la que reprochábamos el contratar alguien de fuera, cuando dentro había ya personas tan válidas como “el nuevo”.

Nuestro mundo se desmoronó. Sentimos que no se confiaba en nosotros, pero a partir de aquel momento, la vida de ambos, la de Sonia y la mía tuvo un punto de inflexión importante, igual que te esta pasando a ti ahora.
Éramos jóvenes. —continuaba contando Aitor.— Sonia tenía 40 años y yo 35.
Llevábamos mucho tiempo sometiéndonos a pruebas clínicas, queríamos tener hijos, pero el tiempo iba pasando.
Cuando empezamos, nunca creímos que sería tan duro para los dos.
Siempre pensamos que nuestra pareja era fuerte, pero hubo situaciones en las que estuvimos a punto de dejarlo todo.
Nos vimos obligados a tomar las riendas, veíamos que nos ahogábamos ante cualquier pequeñez y todo se nos hacía un mundo.
El día a día era un sin vivir, sin comprender ni aceptar que no podíamos continuar así.
Teníamos que empezar por amarnos a nosotros mismos y no queríamos, Inés, te prometo que no queríamos.
Preferíamos regocijarnos en nuestro dolor, que era lo único conocido que nos quedaba, lo único a lo que que podíamos aferrarnos.
Yo fui, y no es falsa modestia, el que puso un poco de cordura y mucho amor para recuperar de las brasas el fuego del amor que en el pasado nos había unido.

Fue por aquella época cuando asistimos por primera vez a unas clases de yoga, que descubrí por casualidad en la herboristería por donde pasaba todos los días.
Ahora que lo recuerdo, me cuesta creer como empezó todo:
Cuando entré en aquel establecimiento lo que más llamo mi atención fueron los olores, aromas de hierbas secas, mezcla de manzanillas, tés y decenas de hierbas que no conocía pero que llenaban el aire de algo especial.
El sitio era grande y me entretuve dando unas vueltas, iba escudriñando, no sabía el motivo por el que me encontraba allí, y todo me resultaba novedoso.
Continuando con mi sorpresa descubrí, que no solo había hierbas, también vi productos de alimentación que jamás había oído nombrar.
Descubrí el seitán, arroz de muy diversos tipos, tofu, galletas y chocolates sin azúcar…
Todo era nuevo para mi, nunca hubiera imaginado que existieran todo ese tipo de cosas y hasta me sentí un poco avergonzado ante mi ignorancia.
Se me hacía difícil creer que todo aquello llevaba años pasando sin que yo fuera consciente de ello, en aquella herboristería había todo un mundo nuevo, desconocido hasta entonces para mi, que existía y tenía vida propia, completamente ajeno a los problemas por los que Sonia y yo estábamos pasando.

En el centro de la tienda había una gran pizarra, donde se encontraba escrita toda la información acerca de cursos y charlas que allí se ofrecían, me sentí abrumado por tal cantidad de datos y sensaciones nuevas.
Llamó mi atención un curso de yoga, no por nada en especial, era lo único que me sonaba un poco conocido. No me lo pensé y pregunte a la persona que estaba allí.
“Buenos días, quería saber algo mas sobre los cursos de yoga ¿puedes informarme?”
“Buenos días.” Respondió la mujer que atendía el mostrador. “Me llamo Susana y por supuesto que te puedo informar.” “Justo esta semana empezamos un nuevo curso, las sesiones son los martes y los jueves de 19.30 a 20.30.”
“De momento no hay mucha gente inscrita, unas ocho o diez personas, pero a mi me gusta así, si puede ser no más de una docena”. “Así el contacto con todos es más personal y se puede llegar mejor a las necesidades de cada uno.” “¿Has hecho algo de esto? ¿o es la primera vez?” “La verdad.” Respondí. “Es que siempre he estado un poco apartado de estas cosas, pero he sentido curiosidad por saber, por empezar a conocer algo nuevo.” “Hay muchas personas.” Prosiguió Susana. “La mayoría desgraciadamente, que no hacen un cambio en su vida hasta que no tiene una señal fuerte, algo doloroso, como una grave enfermedad, una separación... Perdona si soy indiscreta, pero me gusta conocer un poco a las personas con las que voy a trabajar, creo que no te he dicho, que las clases de yoga las imparto yo, y como te decía quisiera saber si ha ocurrido algo especial en tu vida, algo que te haga plantearte las cosas desde otro punto de vista o mirar el futuro desde una perspectiva distinta a lo que hasta ahora has hecho y sentido.”
Yo estaba un poco absorto, y la pregunta me pilló fuera de lugar.
Su tono de voz sonaba como si de una melodía se tratara, sin altibajos en la intensidad y lleno de cordialidad. Los rasgos del rostro se mostraban serenos y tranquillos, con una suavidad acorde a todo su cuerpo. No es una mujer grande, pero irradia una fortaleza que mantiene a quien escucha como embobado y, cuando me preguntó, yo no sabia que responder, tan abstraído como estaba. “¿Perdona?” respondí. Y sin saber de que manera comencé a decir “Creo que necesito un poco de guía, estoy bastante desencantado, ocurren cosas a mí alrededor que no comprendo y he sentido, al conversar contigo, que quizás encuentre la respuesta donde nunca se me ocurrió buscar: dentro de mi” “No se como te digo estas cosas.” Continué “Apenas te conozco, pero este sentimiento es nuevo para mi, solo se que no me crea la ansiedad a la que ya me estoy acostumbrando y por lo que dices, parece que es una señal.”
Pare mi verborrea en seco y le dije “Esta bien, nos vemos el martes, yo soy Aitor y vendré con Sonia, mi mujer.” “Traer ropa cómoda.” alcanzó a decir Susana. Me encontré tan fuera de lugar con todo aquello, que salí corriendo.

Ya en la calle, te puedes imaginar. —Aitor, seguía contándole a su compañera el periplo vital.
—No sabía hacia donde ir, estaba desconcertado. Recuerdo que me pare delante de un escaparate para, por lo menos, centrar el lugar hacia el que dirigir mis pasos, entonces repare en que era sábado todavía quedaban tres largos días para el martes y volver a ver a Susana, volver conectar con algo totalmente nuevo para mi.
La sangre hervía dentro de mi cuerpo, como hacia mucho tiempo que no ocurría, me sentí totalmente eufórico y casi hasta fuera de control. ¡Albergaba por fin un sentimiento de esperanza! no todo estaba perdido.
Al llegar a casa, corrí a contárselo a Sonia. Efusivo como estaba no pude imaginar su ofendida reacción: “Tu ya no me quieres, quieres ir a ese sitio por que esa mujer te gusta mas que yo, pretendes que vaya contigo para lavar tu conciencia” y terminó diciendo “Prueba a ver si ella te da los hijos que yo nunca te podré dar.” 
—No te puedes imaginar. —Continuaba Aitor. —Ahora si que estaba liado.
Sonia siempre ha sido una escéptica de todo lo que no puede ver, yo sabía que no lo iba a entender, pero no me esperaba tanto dolor. 
No se me ocurrió nunca pensar ni por un momento que albergara tanto rencor hacia si misma y tanta culpabilidad.
Ya teníamos bien claro que no podíamos tener hijos juntos.
Primero fueron sus óvulos cansados y para rematar la faena, mis espermatozoides son lentos. Cuando decidimos dejarlo todo, y continuar los dos solos, creí que el calvario había terminado, pero comprobé apesadumbrado que no era así.
Supe con lo que escuchaba que las cosas no estaban nada claras, no solo a nivel personal, sino también como pareja.
No obstante, a regañadientes y más por curiosidad, que por otra cosa, cuando llego el martes, allí estábamos los dos.

Entramos en la sala, todos estaban preparados.
Sonia se había empeñado en no llegar pronto y ahora yo estaba un poco apurado, ya sabes como me gusta la puntualidad.
Nos cambiamos de ropa rápidamente y enseguida entró Susana.
Todo comenzó.
Todavía hoy un escalofrío me recorre el cuerpo, cuando recuerdo la cara de Sonia mirándola, tu la conoces, yo temía que en cualquier momento dijera alguna cosa fuera de lugar pero para mi alivio y sorpresa, no fue así. Se limitó a escuchar. Ahora me doy cuenta de lo mal que se encontraba para mantener la calma y estar en silencio.
“Buenas tardes, amigas y amigos, soy Susana, vuestra profesora de yoga en este curso.
Algunos de vosotros ya me conocéis, pero como veo caras nuevas, me presentare:
Soy profesora de yoga y llevo metida en todo este embrollo alrededor de 20 años, aunque se positivamente que estoy desde mucho antes.
Os diré, cuando empecé a darme cuenta de que buscaba algo mas en mi vida tenia 30 años, así que si hacéis cálculos, rápidamente vais a daros cuenta de la edad que tengo, casi una abuela.” Dijo sonriendo con la broma. “Bueno.” Continuó. “Como muchos de vosotros, yo no sabía que es lo que ocurría en mi vida. Siempre he sido una mujer satisfecha, pero me he debatido en la constante pregunta sin respuesta: ¿para que estamos aquí?
No me entraba en la cabeza, que el propósito de nuestra venida al planeta sea solo conseguir logros materiales, que una vez conseguidos nos dejan insatisfechos y con un sentimiento de vacío interno.
Tiene que haber algo más.
Cuando era más joven, le daba vueltas y vueltas, me encontraba entre una felicidad absoluta y la insatisfacción interna, que dolía desde dentro.
Yo lo defino como si en determinados momentos me ahogara.
No encontré la piedra filosofal de un día para otro, aún a veces vuelvo a sentir ese dolor y ese ahogo, pero si os diré que fui cambiando todos mis hábitos, tanto de alimentación, como verbales, e incluso de pensamiento, me gusta decir que fui pintando las habitaciones de mi interior poco a poco. Empecé por la mas pequeña y mas fácil.
Cuando la di por terminada, vi que las demás habitaciones, también tenían necesidad de una manita de pintura.
Mientras hacia esto, muchos días me sentía igual que al principio pero lo que termino por desmoralizarme, fue cuando vi, que la primera habitación, esa que con tanto esmero había arreglado, estaba llena de manchas de humedad.
Tarde mucho tiempo en darme cuenta de que para pintar, primero debo sanear las paredes, ser constante y tener paciencia. Esperar a que se sequen las reformas y luego finalmente pintar y decorar.

Siempre he querido las cosas para ayer, en vez de para hoy o para mañana. Y eso me ha traído más de un quebradero de cabeza. He tenido que aprender a ser paciente conmigo misma.
A tener por lo menos, la mitad de la paciencia que siempre he tenido con los demás.
Hoy es el día que aunque se que me queda mucho por aprender y por hacer, estoy muy satisfecha de mi camino. Contenta y sin olvidar que en cuanto me descuido las manchas de humedad vuelven y me recuerdan que siempre es bueno dar una mano de pintura de vez en cuando para no volver a olvidar quienes somos.
Algunos de vosotros estáis aquí por algo parecido, otros, me consta habéis necesitado de experiencias mucho más dolorosas en el plano físico para lanzaros a lo que os es más desconocido: vosotros mismos.
Se que mi camino no ha sido fácil, pero estoy segura de que hay situaciones mucho mas dolorosas que las que yo he vivido.
Hay quien necesita un cáncer, una parálisis, cientos de situaciones distintas que nos buscamos para llegar al límite en el que se activa nuestro chip interior y sabemos que no podemos continuar así, que hay que cambiar y una vez en este punto no hay vuelta atrás.
No aprendemos a multiplicar para conformarnos con hacer sumas simples.
De ser así, la insatisfacción es algo que nos espera para frotarse las manos ante nuestra vuelta atrás, llevándonos de nuevo al sufrimiento y dejándonos peor de lo que estábamos.
Me gusta pensar que la mayoría de vosotros no ha llevado su vida hasta límites extremos para cambiar, sea como sea, aquí estamos aprendiendo y ayudándonos unos a otros. Y con esto termino ¡bienvenidos!”
—Más o menos así fue como se presentó, nos levantamos para aplaudir satisfechos ante tanta sinceridad. Lo recuerdo como un discurso rápido, una introducción a esta nueva experiencia que nos hizo reflexionar durante muchos días.
Fue como una entrada de aire fresco en nuestra vida, hasta entonces tan ordenada, tan pulcra, tan aséptica…
Esperábamos con expectativa primero, anhelo después y al final con calma los encuentros semanales con Susana y aquel grupo que nos hacía sentirnos tan bien.
Mientras todo esto ocurría, la vida, nuestra vida en común, aunque hecha añicos, continuaba.
Yo sentía como si de momento le hubiésemos puesto muletas al dolor durante tantos años escondido.
Cada vez que entrábamos aquí y veíamos a Alberto en su despacho, una llamarada salía de nuestro interior y no había Susanas suficientes en el mundo para apagar aquello.
Los celos, el trabajo no reconocido, la falta de hijos, todo salía en forma de reproches hacia aquella persona que, ajena a todo esto se mostraba ante nosotros como siempre ha sido: un ser excepcional.
Nunca nos dio motivos para aquel odio, precisamente por eso, al tratarnos con tanto amor, dejaba más al descubierto nuestra personalidad ruin y malvada.
Te puedo asegurar que fue una época insufrible.
Alberto siempre se mostró ajeno a nuestros desplantes y malas caras.
Tuvo mérito, viniendo a trabajar como director, sabiendo que no era bien recibido, pero nos demostró, y sigue haciéndolo, que hay muchas formas de encajar los desaires de la vida, que el sufrimiento y el dolor no son las únicas.
Sólo había consuelo para nosotros los martes y los jueves. Pero al volver aquí, era como si lo vivido el día anterior no fuera suficiente.

Ahora, después de 15 años todo se ve muy lejano.
Aprendimos a tener nuevos alicientes en nuestra vida, comenzamos a viajar más y sobre todo aprendimos a respetarnos para después intentar volver a amarnos.

Recuerdo especialmente, uno de los días, en que no hubo nadie en la clase, salvo nosotros dos, los incondicionales.
Nos sentamos en la sala y comenzamos una conversación sin apenas trascendencia, hasta que Susana fue directa y nos preguntó “¿Cómo va vuestro trabajo? Ya es momento de sentir cambios alrededor. Lleváis el tiempo suficiente aquí, como para tener ya los pequeños frutos de la primera cosecha.” Iba a responder y para mi sorpresa fue Sonia la que tomando la iniciativa dijo:
- “Voy a ser sincera contigo” Aquello me sonó como una amenaza,, Cuando Sonia comenzó a hablar, sentí, que por fin empezaba, por lo menos a saber, que el cambio solo depende de ella. “Cuando Aitor vino a casa y me contó que te había conocido” comenzó, dirigiendo su mirada hacia Susana, “No me gustó nada lo que escuche.” “Yo, estoy en un momento delicado de mi vida, y no me avergüenzo en decirte que tuve celos.” Susana sonreía, entre incrédula y sorprendida. Sonia continuó “Cuando te conocí supe que tenía motivos más que sobrados para sentirme así.”
“Tú, apareces ante nosotros, tan segura, con las cosas tan claras, y yo, no se ni por donde me da el aire.” “Hace apenas seis meses que nos conocemos y si, realmente la forma de ver las cosas ha cambiado para mi. Todo sigue su curso a nuestro alrededor pero, al menos vivir no es tan angustioso como lo era antes.”
“Estoy aprendiendo a aceptar lo que tengo en la vida como necesario y también que si no puedo cambiar mi presente, si puedo cambiar la forma en que lo vivo. Y tengo la opción de inventar una nueva forma de vivir.” Hablaba atropelladamente, lo que contrastaba con la forma sencilla y pausada de Susana para expresar sus sentimientos. “Quiero aceptarme como soy.” Prosiguió. “Intento cambiar lo que no me gusta de mí, pero muchas veces, me olvido de todo esto y todo lo peor, sale de mi como una fiera enjaulada. Al menor motivo me disparo” Reconoció dirigiendo la mirada hacia mi que estaba sentado a su lado escuchándola.
“Todavía me indigno, ante las actitudes de los demás, pero se que son lo tengo que cambiar de mi, Ellos son mi espejo y mi ayuda. Tú me has enseñado a verlo así, te lo agradezco” Recuerdo como Susana se ruborizó un poco al sentirse reconocida por su alumna. Ese fue un día especial, todavía, después de los años tiene mucho valor para mi.—Aitor hizo una pausa, y dirigiéndose a Inés con más solemnidad, prosiguió:

—Se que todo esto puede no ser importante para ti, Inés, que tus problemas y tus vivencias son más duros y más complicados de los que yo he tenido, pero esta es mi experiencia y es lo que te puedo ofrecer.—

Inés aunque medio dormida, prestaba atención, pero no tenía el cuerpo para muchos discursos. Agradeció toda la ayuda que se le estaba dando e hizo ademán de marcharse.
Su compañero volvió a la carga, no quería dejarla ir sin más: 
—Entonces... ¿Cuándo quieres ver a Susana?
—¿A quién? Ah si perdona, a tu amiga, la del yoga. Te voy a decir una cosa: Yo no estoy loca ¿sabes? Si voy a conocerla es por ti, pero no creo que lo que más necesite ahora sea una chalada de esas, que me dice que la única responsable de todo lo que me ocurre soy yo.—Respondió Inés tajantemente.
—No has escuchado nada de lo que he dicho ¿verdad? —dijo Aitor apesadumbrado y sintiendo que quizás se había ido por las ramas de su propia experiencia.
—Si, te he escuchado, todo eso esta muy bien, es tu experiencia y la de tu pareja, te agradezco tu preocupación por mí. Pero mi vida es distinta ¿entiendes? ¿Cómo me quito esta angustia que me ahoga y que me impide hasta dormir? —Replicaba Inés.
—Ya te lo he dicho. Eres una mujer muy valiente, estas aquí, sola, con tus hijos. Has emprendido un camino que no tiene marcha atrás, como todos los caminos.
Yo solo te tiendo mi mano, te quiero ayudar, igual que en momentos duros lo hicieron conmigo.
Quizás todo lo que te he contado hoy, solo haya servido para mi mismo, para recordar como me he encontrado y como estoy ahora.
Somos iguales Inés, y tengo el deber como ser humano de darte la misma mano que en su día me dieron a mí. Has gritado ¡socorro! Y te he escuchado.
Nunca mas estarás sola, no por que yo este a tu lado, si no por que vas aceptar que el camino es en soledad y hoy soy yo quién esta contigo. Mañana serás tú. Hoy yo te ayudo a quitar las ramas del camino y ver la luz, mañana serás tú quién lo haga por otro.—

Aitor había hecho todo lo que podía, sentía que no debía seguir forzando una conversación que Inés daba por terminada.

Después de aquel incidente, se produjo un punto de inflexión en la vida de todos los trabajadores.
Las cosas no ocurren por que si, y para aquel grupo de personas, el espectáculo vivido, el odio, el sufrimiento del que en aquel aseo fueron testigos no podían pasar desapercibidos.
Algo se movió en aquel lugar, pero sobre todo algo dentro de ellos ocurrió.
Ese día marcó un antes y un después que les hizo reflexionar sobre sus vidas y las cosas que son realmente importantes: el amor, la aceptación de uno mismo y tantas otras situaciones que de no haber sido por sus compañeros enfrentados no se hubieran cuestionado nunca.

Juan, con un amor y delicadeza hasta entonces oculto para todos, incluso para él mismo, empezó por disculparse con Inés y admitió delante de todos, ella incluida, que necesitaba ayuda.
Su vida era un infierno y le estaba llevando a su destrucción y a la de su familia.
Reconoció como se había sentido un tipo grande y duro ante su débil compañera y como esa grandeza se dio la vuelta y le hizo sentirse el ser más ruin y despreciable del planeta.
Fueron la frustración y el rencor que sentía hacía la vida que estaba viviendo los que hicieron posible aquella reacción tan vergonzosa como inapropiada.

Inés gracias a las palabras de Aitor y Juan por decisión propia, no dejaron pasar la oportunidad de conocerse un poco mejor a si mismos y poder dejar atrás los fantasmas del pasado. 
Los dos iniciaron unas sesiones con Susana. 
El incidente del aseo, al igual que la visita de Aitor a la herboristería marcó el principio de una nueva época en sus vidas.
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lucia
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Re: Vidas anónimas Capítulo 2

Mensaje por lucia »

Le sobra a este capítulo la parte del final, que queda como demasiado moralejil.

Y creo que sobrevaloras el yoga, pero eso es una opinión personal.
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Re: Vidas anónimas (Novela) capítulo 1

Mensaje por Endika »

Jajaja, a mi tampoco me gusta mucho este capítulo, pero es cosa de la autora, al final con el texto completo no queda tan desdibujado.

Gracias de nuevo por leer y por tus comentarios, se tienen en cuenta, pronto el capítulo 3.
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Shimoda
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Re: Vidas anónimas (Novela) capítulo 1

Mensaje por Shimoda »

Me gusta mucho mas el primer capítulo, el segundo me resulta flojito. A ambos les encuentro algunos fallos de gramática.
Cariños y :60:
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Re: Vidas anónimas (Novela) capítulo 1

Mensaje por Endika »

Shimoda! Que sorpresa ver un nuevo comentario! Gracias por leer, ya comentaba antes que a mi también me parece algo flojo, supongo que cuando sea un best seller la gente criticará este capítulo :wink: jajaja
A ver que os parece el tercero, abrazos y de nuevo mil gracias por leer.
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Endika
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Vidas anónimas Capítulo 3

Mensaje por Endika »

Por aquí el tercero, espero que os guste y de nuevo muchísimas gracias por los comentarios.

Joseba


Era 31 de diciembre del 2006, un día importante, el último día del año.
Joseba Urdaiz, junto con su amiga del alma Adela de Miguel, esperaban la llegada de Inés y sus dos hijos. No es nuevo que fueran de visita a su casa, desde la primera vez que Inés pisó aquel lugar, quedó enamorada del paisaje y la paz que allí se respiraba.
Los preparativos para la cena estaban llenos de cariño y de ilusión, ninguno de ellos se merecía menos. Y aunque su amistad fuera reciente la sensación que tenían era de conocerse de hacía muchos años.
Aún y así Joseba tuvo que insistir para que Inés aceptara, pero al final consiguió que accediera a pasar con ellos esa fecha tan especial.
Por otro lado en casa de ella, los niños e incluso Inés misma estaban un poco nerviosos, no acostumbraban a pasar la noche fuera y aunque había confianza, aún quedaban algunos temores ocultos.

El espejo del recibidor de la casa, día tras día había sido el testigo mudo de los cambios que en la vida de esta se habían ido produciendo.
Todas las mañanas, se miraba en ese espejo.
Descubría poco a poco a una persona totalmente nueva y distinta que se abría paso dejando atrás a la antigua Inés.
Ese día la casa, su casa, desprendía un dulce aroma, debido a la tarta que se terminaba de hacer en el horno de la cocina, desde allí, los vapores despertaban todas las papilas gustativas, lo cual, unido al perfume de Inés, hacía pensar que algo ocurría en aquel lugar, donde los tres miembros de la familia intentaban continuar con su vida y olvidar.

Era 31 de diciembre y había accedido a cenar con Joseba.
Su amistad se había ido reforzando poco a poco y cuando ella le comentó que pasaría el cambio de año, sola, con los niños, el no tuvo duda: 
—Vente a casa con ellos —Le dijo Joseba hacía unos días 
—Si los dos estamos solos ¿por que no pasarlo juntos? —Insistía 
—Ya sabes que mi casa es grande y podéis ocupar las habitaciones de mis nietos, con todos los juguetes que hay por allí no se aburrirán, descuida. Anímate, ya verás que cena tan rica nos prepara Adela.—
Inés había dudado una y otra vez, primero no sabía si ir o no, después cuando decidió ir, se preocupo por la ropa que seria oportuno llevar. “Sola con un hombre” pensaba, y al ,mismo tiempo se decía a si misma: “Pero voy con los niños, esta Adela, y es Joseba, no es un desconocido para mí, además ya le he visitado varias veces.” “Desde que empecé la terapia con Susana, ya no veo fantasmas en todos los hombres que se acercan a mí.” “Hemos descubierto entre los dos, algo que yo nunca había tenido con nadie. Hay una complicidad y una camaradería que para mí, son totalmente nuevos, he encontrado una persona con la que me puedo mostrar como soy, hacer bromas, reír…”
“Hacía mucho tiempo que no me reía de una manera sincera. Los niños también lo notan. Germán se ríe, cuando me ve pasándolo bien y Raúl lo mismo.” “No preguntan por su padre. Pero algún día les diré la verdad, cuando vea que están preparados y yo también lo este. Ahora es tiempo de vivir el presente, un presente que hacía mucho no era tan agradable para nosotros tres.”
Allí seguía, frente al espejo, dejándose llevar por sus reflexiones, cuando Raúl le tiro de los pantalones, demandando su atención.
—Estas muy guapa mama, pero venga, vámonos ya.
—Tienes razón pequeño, — le respondió cariñosamente—Venga, coged las chamarras, y poneos guantes y gorros, que hace frío. Germán, vete a por la bolsa del equipaje que nos vamos ya. — Apremio Inés.
—Espera, espera.— Decía Raúl y corriendo detrás de su hermano, metió en el equipaje un osito con el que siempre dormía y que rápidamente encontró su sitio acomodándose entre los pijamas y las zapatillas.
Estaban excitados ante la idea de dormir en un lugar distinto. Sabían que la casa de Joseba era grande, podrían jugar a lo que quisieran y además se acostarían tarde, ¡después de las doce!, les había dicho su madre. Esta se puso el abrigo, cogió el bolso y salieron los tres en aquella lluviosa tarde de diciembre.

Cuando llegaron a la estación, lo primero que llamó la atención de los niños fue el bullicio de personas que iban y venían. Raúl llevaba la tarta que habían hecho entre todos y Germán transportaba la pequeña bolsa con los enseres personales de los tres, los pequeños no podían dejar de mirar a todas partes.
Se sentaron dentro del primer vagón y acomodaron los equipajes en la rejilla que tenían encima de sus cabezas.
Para los niños aquello estaba siendo una verdadera fiesta y para Inés ¿qué decir? Los trenes seguían teniendo un encanto especial.
Sonó el pitido anunciando la puesta en marcha del coloso de hierro y los niños lo celebraron con aplausos y risas. No era mucho trayecto pero bastó para disfrutar viendo como entre el verde de los árboles y los campos, recorría valiente y altanero su camino ¡el tren! Siempre hacia delante como ellos.
El frescor del camino se adivinaba desde los cristales de las ventanas y todo lo que rápidamente pasaba ante los ojos de la familia les hacía saber que en esta vida las situaciones vienen y van.
Al bajar del tren, allí esperándoles, estaba Joseba.
—Buenas tardes, muchachitos, si que venís cargados ¿eh?
—Traemos pijamas y zapatillas. Mamá ha dicho que dormiremos en tu casa y nos tenemos que portar bien —decían los dos niños entusiasmados.
—Venga, subid al coche —dijo Joseba, quién mirando a Inés exclamó:
—¡Estas guapa hoy!— Y dándole las llaves volvió a decir —Llévanos a casa, hoy conduces tú.— Inés, estaba un poco aturdida, demasiados cambios en poco tiempo, pero acordándose de Susana, cogió las llaves al vuelo y dijo:
—¡Todos preparados! Metió el contacto y salieron rumbo a la casa.

Esta no estaba lejos de la estación.
El paisaje continuaba llenándoles todos los sentidos, miraban y miraban, como queriendo guardar lo que llenaba sus retinas y sus corazones para poder volver a sentirse así siempre que buscaran dentro de ellos mismos. Como si de un archivo se tratase.
Un lugar donde acudir siempre que uno se encuentre perdido o solo.

Cuando llegaron, Adela salió a su encuentro. Adela es la hermana postiza del anfitrión.
Es viuda como él.
Entre los dos tienen un pequeño pacto para compartir esa enorme casa, haciendo que sea confortable para ambos.
Ella se encarga de que todo este en orden y en perfecto estado.
Disfruta cogiendo rosas del jardín y llenando las diferentes estancias de fragancias.
Se complace al vivir en un lugar tan especial y compartir su vida con Joseba, respetando cada uno su intimidad.
Como universitarios que comparten piso, contando el uno con el otro y disfrutando también de la soledad y el equilibrio que los años les han ido aportando.

Salieron del coche y empezaron a acomodar sus cosas en una de las habitaciones de los nietos de Joseba.
—Vamos a dar un paseo por el campo.— dijo Inés totalmente ilusionada.
—Raúl y yo nos quedamos, iros vosotros.— dijo Germán, agarrando a su hermano de la mano.
—Vale, vale, pero no le deis guerra a Adela. ¿Vienes?.— continuo Inés, mirando a Joseba. 
—Si si, espera que cojo la cesta, por si encontramos setas.—
Así fue, como, salieron al campo para recibir el frescor de la lluvia y la caricia del viento. Estaban caminando en silencio, cuando Inés, agarrando el brazo de Joseba le dijo:
—Tengo que darte las gracias, por todo lo que haces. Nunca mi padre se porto así conmigo, tampoco los niños tuvieron nunca un abuelo tan cariñoso como tú. Estoy contenta de que permitas que seamos amigos.
—Yo también tengo que agradecer tu amistad. Que hayáis venido en una noche tan especial es importante para mí. Podría estar con mis hijos, pero yo prefiero estar aquí. Ellos ya vinieron en Nochebuena y hoy me siento bien estando con vosotros y con Adela. ¡Mira que montón de boletos!— Exclamó de repente Joseba.—Ayúdame a recogerlos, los cocinaremos al llegar, ¡ya veras como están de deliciosos!—
Empezaba a anochecer, aunque solo eran las seis de la tarde, y volvieron a la casa.
Desde lejos se veía la chimenea humeante, a Inés siempre le ha gustado ver el humo de las chimeneas, le hace sentir el calor del hogar que se adivina que hay dentro. 
Y así era, Adela había encendido el fuego y la casa estaba caldeada, los niños jugaban entre risas y gritos, era un espectáculo realmente amoroso. Inés lo contemplaba, sin poder evitar las lágrimas que, brotaban de sus ojos.
¡Que noche tan diferente! No estaban acostumbrados a vivir así.

La cena fue excelente.
Adela se dejo llevar por un enorme derroche de originalidad y todos se sentían desbordados en agradecimientos, sabiendo el trabajo y la ilusión que esta había puesto en que todo fuera del agrado de ella misma y los invitados a los que consideraba ya de la familia.
Cuando comieron las uvas, los niños se fueron a la cama.
Los mayores quedaron al calor de la chimenea oyendo el fuego crepitar y perdidos en sus propios pensamientos.
El silencio se apoderó de la estancia.
Un silencio para la reflexión y el perdón.
Adela, preparo té y sacó un álbum de fotos para mostrárselas a Inés.
En ellas estaban los hijos de Joseba, su mujer, sus nietos y Adela también, era amiga de la familia de toda la vida.
Mientras veían las fotografías, entre todas ellas, se coló una de un hombre vestido de soldado.
—Es Andrés, mi padre.—Dijo Joseba.
—¿Era militar? —Pregunto Inés.
—Si y no —Respondió este— Yo casi no le conocí, lucho en la guerra civil, en el bando de los republicanos, ya sabes, los que perdieron. Yo era un niño, fue cuando estallo la guerra civil. El luchó, con los republicanos, y a nosotros, los “niños de la guerra” nos llevaron a Inglaterra.
Mi madre no quiso nunca que fuéramos solos, así que nos marchamos todos, menos mi padre. Adela también se quedó. 
Su padre y el mío eran camaradas y como tantos otros no tuvieron la fortuna de morir en combate.
—¿Por qué dices que no tuvieron la fortuna de morir? Yo creo que hubo suerte para los que consiguieron sobrevivir— Dijo Inés.
—Hay una parte de la historia, que parece que no nos quieren contar y se ha ocultado hasta hace poco, por miedo antes y por dolor después. Si en casa no te la han contado es posible que la desconozcas.—Le respondió Joseba 
—Nosotros no lo creemos así.— Intervino Adela, con la voz apesadumbrada mirando a Joseba. 
—Andrés, el padre de Joseba y Arturo, el mío lucharon contra Franco. Cuando termino la guerra, huimos hacia Francia. 
El deber de los soldados como republicanos que eran, era luchar por la libertad, pero nadie les ayudó a conseguir la suya. —Había nostalgia y amargura en el tono de Adela, que estuvo tiempo con su padre, y aunque entonces era una niña, de vez en cuando, recuerda:
—Mi padre me hablaba de la lucha por lo que sentían que era justo, muchos dejaron atrás sus familias, sus hijos. Realmente pensaban que podían cambiar el mundo, pero la historia nunca fue justa con ellos. Cuando huimos a Francia, mi padre me mando a Inglaterra con la familia de su camarada. Se que fue duro y difícil para el, yo era lo único que le quedaba, pero una niña flaca y enferma no era la mejor ayuda, ni para el, ni para mi. ¡Solo Dios sabe lo que tuvo que hacer para conseguir aquel pasaje! El billete de barco que cambió mi vida.
Ellos se quedaron y los que como ellos, no murieron, perdieron la ilusión y las ganas de continuar viviendo en una sociedad en la que sentían que estaban fuera de lugar.
Cuando Alemania declaró la guerra a Francia, los intelectuales, pintores, artistas, se fueron a Sudamérica o a Rusia. Los que tenían patrimonio también pudieron elegir.
Como siempre, muchos no tuvieron esa opción y se vieron obligados a quedarse.
Andrés, el padre de Joseba, formo una compañía con los camaradas españoles junto a los que había combatido. Otros regresaron a la España franquista y algunos de los que quedaron fueron recluidos en campos de exterminio nazis. —Tomó la palabra Joseba, los recuerdos eran demasiado duros para Adela.
—Ante la desolación, mi padre se fue a Inglaterra y Arturo se quedó. No pudo resistir mucho tiempo sin su camarada y una mañana llegó un correo a Inglaterra anunciando que Arturo se había ahorcado. Mi padre nunca hablo de ello. Nosotros al menos, sabemos donde están sus cuerpos enterrados. Muchos no han tenido esa suerte. Adela vivió con nuestra familia hasta que se caso con un hombre maravilloso. Mi mujer y ella siempre fueron grandes amigas. Los dos nacimos en Donosti y como hermanos crecimos en Inglaterra, yo me case con una mujer inglesa y ella con un hombre ingles, y ninguno de los dos esta ya. Al poco de quedarse viuda, decidió volver a España. A pesar de todo, es nuestro país natal, en él nacimos y vivimos parte de nuestra infancia. Yo comprendí que mi sitio también estaba aquí. 
Solo conociendo nuestro pasado, podemos evitar vivir lo que otros vivieron.
Haciendo posible que los errores cometidos no vuelvan a ocurrir y valorando la paz y la convivencia en una medida que muchas veces ignoramos o dejamos de lado.
El pasado ya pasó, no lo podemos cambiar.
Perdonamos, pero no olvidamos, de esta manera esperamos que no vuelva a ocurrir.
No hacemos ningún favor a nuestros padres ni a nosotros mismos torturándonos con los recuerdos.
Todo eso es nuestra historia, que esta bien conocer, pero no continuar en ella.
Hemos pasado página y seguimos vivos, tenemos una experiencia que, de no haberse dado así la situación, careceríamos y eso es de agradecer.
El pasado te ayuda a llegar al presente y eso es lo realmente importante.
De no ser por nuestros padres, nunca habríamos conocido Inglaterra. —
—Ni muchas otras cosas y experiencias—- reconoció Adela. —Mi marido y tu mujer, vete tu a saber quienes habrían sido.
—No estaríamos aquí, de no ser por nuestro pasado, el nos ha traído hasta este momento y es justo disfrutarlo y aceptarlo. Todo hubiera sido distinto si en España la República no hubiera caído, si los franquistas no hubieran ganado la guerra.
Hay unos hechos históricos, que son los que nosotros hemos vivido, y gracias a ellos, somos lo que ves ahora, eso es lo realmente valido. 
—Mi padre quiso explicarme lo que estaba sucediendo.— Adela tomó de nuevo la palabra. 
—Yo era muy pequeña, recuerdo que me hablaba, aún a riesgo de que yo no entendiera nada de lo que decía, de los instantes realmente verdaderos, de esas fracciones de segundo en las que comprendes todo de ti mismo, esos instantes en los que todo es entendimiento. 
Después, esa magia se evapora, te asaltan las dudas y ya no sabes si ha sido un sueño o algo de lo comprendido permanecerá en ti, dándote la fuerza necesaria para seguir adelante.
—También tú.—Continuó Joseba mirando hacia Inés —Tienes un pasado duro y por él, estas aquí, compartiendo esta noche tan especial con nosotros. Seguro que ni en tus mejores sueños estábamos nosotros dos aquí, a tu lado. —Joseba dio la charla por concluida con esas palabras, aunque conocía a Inés y había confianza, sabía hasta donde podía llegar, no quería por nada del mundo herir sus sentimientos.
Inés se quedó pensando en las palabras del anciano, ante él no había nada que ocultar, se sentía ¡tan cómoda!

Sin más dilación apuraron el te y las pastas. “Como los ingleses.” bromeaban los tres. Después vino el brindis, Inés, animada por las palabras de Joseba fue la que alzó la copa y dijo “¡Por el presente y por el futuro! que seguro es algo totalmente nuevo y positivo para nosotros. Feliz Año Nuevo”.
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lucia
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Re: Vidas anónimas (Novela) capítulo 1

Mensaje por lucia »

En esta entrega ya vemos que la marca de la casa de la autora es terminar los capítulos con disquisiciones un tanto filosóficas que te sacan de la trama porque están metidas como con calzador.
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Vidas anónimas (Novela) Cap. 4

Mensaje por Endika »

Hola amigos de Abretelibro! Aquí os pongo el capítulo 4 de Vidas anónimas, perdón por el retraso y espero que os guste, saludos y gracias por leer y por los comentarios, se tienen en cuenta.


Capítulo 4 - JOAQUÍN CORTÉS

—¿Qué quieres que te diga? Mira chico, las cosas ya no son como eran antes.
Cuando te ibas con una mujer, era distinto, había algo de cariño, no se distinto.
Si es puta no, entonces vas a lo que vas.
Pero a mi no me había pasado nunca algo así, estoy preocupado, para que negarlo. —Era la voz de Alfonso, quién apoyado en la barra del bar, hablaba.
El resto del cuerpo a duras penas conseguía mantenerse en pie.
Al otro lado, yo difícilmente entendía lo que intentaba decirme, no era el ruido lo que me lo impedía, apenas eran las cinco de la madrugada y el 24 horas, tenía una de sus pocas horas bajas.
Simplemente el problema es que para Alfonso, con la garganta seca y la lengua inflada por el alcohol, lo que denotaba una de sus habituales borracheras, era difícil hacerse entender.
—Que no chico, que no se me sube, ¿tu crees? Menuda desgracia me ha caído.
Toda la vida viviendo con mi madre, desde que mi padre falto yo he sido todo para ella, siempre pendiente, que si al médico, que si a la peluquería, de compras, al súper... ¡Todo! y ahora que ya no esta, tengo la casa para mi solo. Nadie me manda, nadie me espera, a nadie molesto ¡Puedo llevar a las mujeres a mi casa!
Se acabo el ir de pensiones baratas, se acabo el buscar compañía en un club de alterne.
Cuando por fin, tengo sitio, va y no se me levanta.
Siempre he sido un desgraciado, pero esto, esto no me había pasado nunca, ¿me oyes? Nunca.—
Alfonso continuaba su discurso repetitivo y yo allí, haciendo que escucho, con la mente y la mirada puesta en otro sitio, puesta en la puerta del bar, por donde entra ¡ya era hora! mi relevo.
Le señalo desde la barra la muñeca con un gesto. Vuelve a llegar tarde.
Mi turno terminaba a las cinco y ya son las cinco y media, pero tampoco me importa tanto, al igual que Alfonso, no me espera nadie.
Me despido del interlocutor y cuando entra Cristina, le hago un gesto para que se acerque hasta mí.
—Lo siento, Joaquín, perdona, perdona mil veces. Me he dormido, tío.—
Es Cristina, una de las compañeras que trabaja conmigo en el 24 horas, uno de los bares de moda en la zona. El que no cierra ni de día, ni de noche.
Se deshace en excusas, pero yo prefiero ponerla al tanto de los especímenes que a esa hora quedan en el bar.
Me acerco hasta su oído para que me escuche, le pongo una mano en el hombro y acto seguido le paso el parte:
—En la esquina esta Alfonso, el borrachín, ya sabes. Hoy esta pesado por que no se le sube, no me extraña chica, con todo el alcohol que se mete en el cuerpo, lo raro es que no se haya ido ya al otro barrio.—
—¿Qué es lo que no se le sube? — Me interrumpe Cristina.
—Que va a ser, mujer, la polla. ¡Parece que todavía estas dormida! Voy al grano, lleva cinco cubatas de bacardi y no ha pagado ninguno.
El resto de las mesas esta arreglado.

En ese momento entran seis chicas en el local.
—Hola, hola ¿cómo están las joyas de la corona hoy?— Les digo dirigiendo mi mirada hacia ellas.
—Calla, venimos rendidas, menuda nochecita. ¿Qué pasa con los tíos esta noche? Oye, todos impotentes. Que si me acuerdo de mi mujer, que si hace mucho que no lo hago, un asco oye. Trabajar el doble, por el mismo dinero, así estamos. Sírvenos algo que estamos secas.

Es Rocío, la que entre lamentos y aspavientos entra en el local, vienen con ella cinco chicas mas, todas putas, aunque suene brusco, lo digo con cariño, realmente ese es su oficio. Haría igual si fueran recepcionistas o dependientas de una tienda.

Les gusta venir al terminar el trabajo, se toman algo y cuando cambian su disfraz nocturno de minifalda, pelucón y grandes tacones, sale de su interior lo que tanto intentan ocultar durante el horario laboral. Todo lo auténtico que tienen dentro y guardan recelosas, por miedo a parecer vulnerables, pero están tan solas como Alfonso o como yo mismo. Lo único importante, es que no se vea, que no se note.
Corremos el riesgo, sin saberlo, que de tanto guardar y esconder casi nos olvidemos que hay algo en nosotros por lo que merece la pena continuar adelante y seguir viviendo.

Cuando salen de los aseos, están transformadas, han cambiado su disfraz nocturno por otro más acorde con el local.
Cuando las miro, tan discretas, sin querer llamar la atención, pienso en ellas dos o tres horas antes y no lo puedo imaginar. Tampoco las puedo imaginar dos o tres horas después, cuando a solas en sus casas se encuentren con ellas mismas, sin maquillaje, sin uniforme, sin disfraz, igual que yo, igual que Alfonso, como cualquiera de los que de día o de noche pasan por este bar.

—Venga, me marcho, que estoy molido, me voy a dormir, os dejo con Cristina ¡chao! Adiós, Alfonso.— Alcanzo a decir desde la puerta.

Cuando salgo a la calle, aun es de noche, hace frío, el viento helado mueve mis cabellos y hace que me abroche la chamarra casi por instinto.
Después de más de 10 horas seguidas en el bar, agradezco el volver a sentir en la piel algo que no sea el humo y el aliento de los que beben.
El turno de esta semana es de los más duros. Empiezo a las siete de la tarde y tengo la salida a las cinco de la mañana, que nunca son las cinco, siempre hay algo que me entretiene. Mi nombre es Joaquín Cortes, si como el bailaor. No penséis que somos familia ¡ya quisiera el! Lo único que tenemos en común es el nombre y el primer apellido, que ya se que es mas que muchos.
Lola, la autora de este libro, hablo conmigo hace unos días y me dijo:
—Joaquín, llevo unos días dando vueltas a la cabeza y quiero que me hagas un favor.
—Tu dirás, le conteste, pero ve al grano que tengo un poco de prisa.
—Sabes que he vuelto a retomar el tema del lápiz y el papel. No me digas que no me has visto tomando apuntes en el 24 horas, porque no te voy a creer.
—Si mujer, si te he visto, como no te voy a ver si cuando entras no te quito el ojo de encima.—Le conteste paciente.
—Pues eso, quiero que formes parte de el, del libro y he pensado que contar las cosas que ocurren en el 24 horas puede ser enriquecedor para todos. Tu local es un sitio, donde sobre todo por el horario, hay variedad en cuanto al género humano se refiere.
—Vale, no hace falta que me pidas permiso, escribe lo que quieras, cuando vendas los primeros 10000 ejemplares ya hablamos. Venga, un beso que me tengo que ir.—Le dije.
Pero ella no tenía bastante:
—Perdona, Joaquín,— Continuó— Lo que realmente quiero, es que lo escribas tú, con tus palabras, tu vocabulario. ¿Quién mejor? Tú estas todos los días, conoces vivencias de las personas que a mi no me contarían nunca. Tú lo vives ,y te gusta. Quiero que escribas lo que quieras, como quieras, no hay normas, ni reglas. Luego ya sabes, hacemos limpieza y dejamos lo que mas nos guste. ¿Quién sabe si hay en ti un gran narrador? O quizás ¿un escritor?
Hablaba decidida, resuelta, como es ella, y yo que la adoro solo alcance a decir tímidamente:
—Tardare un poco, no dispongo de mucho tiempo.
—¡Venga ya!.—Fue su respuesta —Si le coges el gustillo, seguro que luego hay que pararte. ¿Trato hecho?
—Trato hecho.—Conteste con desgana.
Sellamos nuestro acuerdo con un gran abrazo y dos sonoros besos en las mejillas.

Y aquí estoy, delante del papel, intentando contar y transmitir vivencias que nunca he creído importantes, no había pensado jamás que lo que ocurre en mi vida podría ser interesante para alguien. Pero ahí voy:

Voy a empezar por la idea de abrir un gari.
Como todos, o al menos todas las personas que yo conozco, cuando tenemos 20 años, yo quería tener mi propio bar, poner la música que me gusta, decorar como yo quiero, hacer exposiciones de arte, actuaciones en directo, todo lo que nos gusta cuando tenemos esa edad.
Se me pasó el tiempo y me vi, con 25 años y un montón de pasta de una herencia de un tío-abuelo que murió y el hombre tuvo un recuerdo para mí, que apenas si le conocía.
Yo estaba pasando una temporada extraña en mi vida, no sabía que hacer, hacia donde encaminarme, la empresa para la que trabajaba dió en quiebra y cerró, nos fuimos todos a la calle.
La relación que llevaba con mi novia se acabo de puro desgaste mutuo, después de mas de cinco años, decidimos que no queríamos continuar compartiendo techo y comida.
Me encontraba deprimido y solo.
Cuando llegó la notificación por correo certificado de lo mi tío-abuelo, pensé que era una broma.
No obstante me presente en la notaria y allí, al comprobar que era cierto casi me desmayo.
Cuando salí era un hombre nuevo.
Iba andando abstraído. no recuerdo bien en que estaba pensando cuando pare mis pasos delante de la persiana de un local donde ponía “SE VENDE”.
Apunté el número de teléfono que estaba en el cartel y me fui a comer cerca de allí.
Pregunté a uno y otro, indague, quería saber las características del barrio donde estaba la lonja y, en poco mas de un mes, ya tenia al arquitecto y el aparejador haciendo el proyecto para el 24 horas que es como se llama mi bar. Ya que esta abierto prácticamente todo el día y la noche.


Inauguré pasados apenas cuatro meses, sabiendo que era difícil de creer todo lo que me estaba ocurriendo, uno siempre piensa que las cosas interesantes siempre le pasan a los demás, pero en un año, mi vida había cambiado totalmente
Ahora me veía al frente de un bar, sin saber muy bien por donde me daba el aire.
Lola, siempre estuvo a mi lado, animándome, viniendo a tomar copas con amigos, presentando el local en todos los sitios que conoce, sabiendo yo positivamente que no bebe alcohol y, que por tanto lo de salir de copas no le agrada excesivamente.
Siempre ha creído en mí.
Como ahora que piensa que puedo escribir y yo si ella lo cree, lo creo también.
Pero no todo fueron rositas, los comienzos, quizás por costumbre, son duros y para mí, no fue distinto. Lo que mas trabajo me costo, fue, sobre todo, encontrar personal, acorde con el local y conmigo. No es que sea una persona rara, pero soy solitario, y de esa costumbre, con los años he hecho un hábito y una forma de ser.
Los peores turnos los hacia yo, casi, casi como ahora.

Han pasado cinco años de aquello, hoy el 24 horas es un local puntero en la ciudad, pero yo sigo trabajándolo con la misma ilusión del primer día.
Me gusta mi bar, me gusta mi vida, me gusto yo, y me gusta Lola.
Creo que esto último igual lo borro, por que lo va a leer y luego se mosquea.
Pero ¡que más da! Me ha dado carta libre para poner lo que quiera ¿o no?
Pues eso, me gusta mucho.
Nos conocemos hace la tira de años y al principio yo le tiré los tejos nada mas verla, salimos un par de veces, nos acostamos otro par, pero ella puso las normas, buenos amigos, nada más.
Ya sabéis lo que ocurre cuando una mujer dice eso: que puedes contar con ella para lo que quieras, menos para lo que quieres.
No me importa, yo la adoro en la distancia y hacemos una pareja ideal, sin celos, sin historias raras, nos podemos decir todo lo que queramos porque respondemos sin tapujos.
Con el paso del tiempo hemos ganado terreno en esta extraña amistad, la cual a todas luces es mejor que una relación normal.
Podemos tener las dos cosas, salir con quién queramos y luego contárnoslo o no, nosotros elegimos.
Pues eso, hace cinco años que abrí mi bar y, si me pusiera a contar historias no acabaría nunca, por eso contare lo que se me vaya ocurriendo y como tengo la tranquilidad de que seguro que luego se queda todo en dos páginas ¡pues hala! Yo me explayo y disfruto que creo que se trata de eso principalmente.






He contado cuando abrí el 24 horas.
Ahora creo que lo justo es describir un poco a este narrador sin experiencia que soy yo, y procurar no ser demasiado subjetivo, aunque en mi caso se que me va a ser difícil.
Ahí voy:
Tengo 30 años, pelo castaño, ojos oscuros. Mido 1,70 y soy más bien flaco, según mi estado de ánimo estoy algo mas relleno, pero mi tendencia es la delgadez extrema.
Soy tímido, muy tímido.
Pero cuando me siento libre y estoy pleno, sale de mí el niño que siempre he sido, lleno de alegría y frescura. Eso no ocurre muchas veces, me pasa con personas con las que estoy a gusto, me ocurre con Lola.
Con ella no tengo problemas, pero cuando pasa con alguien más, enseguida me entra el pánico por que tengo un miedo atroz al compromiso y a parecer vulnerable o tonto ante los ojos de los demás.
Por eso me gustan las horas difíciles del día para trabajar.
Por que las personas que pasan por las barras de los bares a partir de las cuatro de la madrugada, con más de 30 años en las espaldas y sin compañía, están tan solas como yo.
Me cuentan sus historias y entre ellas, mi soledad queda disimulada, queda como en la trastienda y, yo siento que no soy como ellos, yo no voy por ahí contando lo guay que soy.
O como el pobre Alfonso, que ya todo el barrio sabe del problema con su polla.
Yo lo guardo, lo que no se si será mas patético todavía.
Cada uno es como es, lo que a unos gusta, a otros desagrada.

Hay unas horas, o a lo mejor no son las horas, sino las personas.
Cuando coinciden clientes que están en la misma onda, la magia del aire me fascina, si tengo suerte de estar en el turno, respiro hondo para impregnarme de la fragancia que rodea la experiencia.
Los observo con la incredulidad de quien no se cree que tanta armonía pueda existir entre personas que se conocen solo de tomar una copa en el mismo bar.
¡Míralos!, están todas las mesas llenas con cuatro o cinco personas.
Los que llegan son: uno, dos, son once, juntan tres mesas.
Inés que esta por allí, los ayuda.
¡Que mujer esta Inés! Vive aquí al lado, tiene dos hijos y habla poco, pero presiento que también esta sola.
Ella no hace turno como nosotros.
Solo viene los fines de semana cuando hay mucha gente.
La llamo, para que nos ayude: llenando cámaras, limpiando vasos, un poco de todo.
No tiene experiencia en barra pero el trato con el publico sirviendo mesas, no se le da mal, aprende pronto y es dispuesta para lo que le pidas.
Además, el dinero le viene bien y como vive cerca, cuando tiene un rato, va a su casa a echarle un ojo a los críos, por si acaso.
Ellos no están solos, tienen una vecina que los cuida.
Pero Inés tiene necesidad de verlos.
Me entretengo en observarla, como hago con todos y más ahora que se que tengo que escribir todo esto.
Son las ocho de la tarde hay dos compañeras conmigo que atienden a los clientes, y esta Inés echando una mano.


Yo estoy escribiendo en un rincón de la barra, refugiado dentro de mis propios pensamientos y conjeturas, dándome la oportunidad de hacer algo totalmente nuevo para mí; 
Relatar las historias de las personas que están a mi alrededor, cosas normales, de todos los días, pero que son la esencia de la vida de esas personas.

En esto estoy cuando noto que alguien delante de mi me observa igual que hago yo con los demás mientras escribo.

Levanto la vista un poco molesto y me encuentro a Quique y a Eric, los relaciones públicas del Obrim, un local en el centro, lo mas moderno de la ciudad.
—¿Qué Joaquín? ¿haciendo inventario?.—Me dice Eric
—Si, de los clientes, no te digo.—Responde su amigo Quique.
—Que, venís con ganas de guasa ¿eh?—Les respondo.
—No es eso, pero se hace raro verte ahí, en una esquina, solo, con lo que te gusta el meneo y ¡encima escribiendo!—
—Tienes que reconocerlo, eres blanco fácil.—Dijo Eric, y Quique asentía con la cabeza desde el otro lado.
—Calla, calla, respondí.—Que tengo un embolao que pa que. —Hace unos días vino Lola, si la nuestra. Me contó que escribía un libro nuevo, y estaba muy liada. Se le ocurrió una brillante idea: que yo le escriba cosas, anécdotas, lo que suele ocurrir en los bares, un poco de todo, pero en la parte humana del asunto, no en el chascarrillo.
Quique y Eric se miraban sorprendidos.
—Si, ya se lo que estáis pensando y, yo se lo dije:
“Ven, y pregunta a los clientes, escribe lo que quieras.”
Pero no, ella quiere que lo haga yo, dice que se cosas que a ella no le dirían nunca, y no es lo mismo como lo cuente ella a como lo hago yo.
—Vamos, que te ha engañado como a un pardillo.—Dijo Quique con acidez.
—Hombre, no es eso, pero casi. Me pide las cosas con esa voz y esa carita de cordero degollado, ya sabéis, no me puedo negar. Pero yo le he pedido algo a cambio ¡eh! No os creáis que esto es así, de gratis.
—Cuenta, cuenta que le has pedido ¿una cena?
—No seas vulgar Eric, cenamos juntos cundo queremos, eso no es misterio. Le he dicho que a partir de los 10000 ejemplares vendidos, hablaremos. —Confesé satisfecho.

Los chicos llenaron el local con sus carcajadas, ninguno de los dos podía parar de reír.
—Si, hablaréis seguro, pero ¿de que? —Dijo Eric —Como eres Joaquín, nunca he tenido un amigo como tu, tío eres la monda.— 
—No se a que viene tanta risa. La verdad es que estoy un poco preocupado, empecé ayer y, creo que se me ha ido la olla. He contado un montón de cosas mías, de mi privacidad y poco de lo que se me ha pedido.—Les dije. Tratando de poner un poco de seriedad y de que comprendieran la gravedad del asunto que me traía entre manos.
—No te preocupes hombre.—Dijo Quique, nosotros te ayudamos, con la condición de que cuando pasemos de los 10000 hablamos todos— Y volvieron a reír.
—Sois incorregibles.—Les respondí, pero yo también reía con ellos. ¡Porque era tan evidente que todos hablaríamos!
—Venga, seriedad.—Dijo Eric, y tomó la palabra—Vamos a empezar por el principio.
Tú quieres historias, historias guays, pues es con nosotros con quien tienes que hablar, deja a los clientes tranquilos, que beban y coman, que de contarte cosas nos encargamos nosotros.
Tu de escribirlas y Lola de transmitir ¡somos un equipo perfecto!
¿Ves aquellas mesas? Prosiguió señalando con el dedo el grupo de once personas que había llegado no hacia mucho.
— Si —Contesté—Como para no verlos.
— El chico alto.—Prosiguió Quique —El que esta de pies ¿sabes quién es?
— Claro, es Txemari. Lleva mucho tiempo viniendo, es majo, soltero, 
pero no se mucho mas de él,—Conteste un poco apesadumbrado por la poca información de que disponía.
Suele venir sobre esta hora, los viernes y los sábados.
Cuando viene solo, cena en la barra y les da conversación a las chicas y cuando esta acompañado se van por ahí, es discreto y nada fanfarrón, buena gente.
—Ahí entramos nosotros.—Dijo Eric, bajando un poco la voz y dando un toque de confidencialidad poco usual en el.
Le gusta que se sepa donde esta, por eso tiene tendencia a hablar un par de tonos mas alto de lo que toca. Pero en esta ocasión y para mi sorpresa, tuve que acercar el oído hasta su boca para escuchar lo que quería decirme.
—Le llaman el vasco-ingles.—Dijo sigiloso
—Y ese apodo ¿de donde viene?—Dije yo
—De su abuelo. Es un hombre mayor, que vive en el campo. Es de esos que de pequeños se llevaron a Inglaterra, cuando la guerra civil.
Si hombre, has tenido que oír hablar de ellos, los llamaron los niños de la guerra.—Insistía Eric ante mi cara de asombro.
Yo, aunque afirmaba con la cabeza, no debía de ser muy convincente, lo que realmente quería era que continuara y así lo hizo.
—Su abuelo es de Donosti y, le llaman como a él. Creo que es escultor y tienen una galería por aquí cerca, para nuevos talentos y cosas de esas raras.
En Inglaterra están sus padres y sus hermanos, pero el se vino con su abuelo, ya sabes debe ser el nieto preferido y, dicen que vive con una señora mayor que no es su mujer, su mujer murió.
— ¿Cómo? ¿Murió la mujer de Txemari? Yo pensaba que estaba soltero.— dije interrumpiendo a Eric.
—No, Joaquín, no, la mujer del abuelo, —Me replicó con cara de paciencia. Vamos que no están casados.—Continuaba Eric.
—Pero no me hagas mucho caso, ya sabes como habla la gente cuando tiene envidia, por que Txema ha viajado mucho y, los demás no, y eso, quieras que no, da rabia.
En ese momento levantó la vista, la llevó hasta la mesa y vió a Inés.
—¡Inés!—Exclamó sorprendido y, puso un gesto de interrogación en la mirada que pedía la revancha por el chascarrillo que me acababa de contar.
—Si, Inés ¿de que la conoces?.—Pregunté yo a la par.
—Trabaja con nosotros, tío.—Me respondió.
—¡Vaya sorpresa!—Exclamé —Mira que es reservada esta mujer, yo se que tiene un trabajo durante la semana, pero ella no me cuenta y yo no pregunto, y así estamos que como de costumbre vosotros sabéis mucho mas que yo.—

Los tres teníamos la mirada puesta en la mesa en la que Txemari estaba con sus amigos. Inés hablaba con el, de manera informal, así que aprovechando el momento y sin ninguna disculpa por mi parte, pregunte sin mas vacilación, que hacía ese Txemari y que es lo que sabían de el.
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lucia
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Re: Vidas anónimas (Novela) capítulo 1

Mensaje por lucia »

Me has despistado con lo de los relaciones públicas, ya que cuando los mencionaste la primera vez trabajaban en Agropur y hasta que no hablaste del vasco-inglés no se veía la relación con los capítulos anteriores.
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Endika
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Re: Vidas anónimas (Novela)

Mensaje por Endika »

Hola amigos del foro, aquí continúo con el siguiente capítulo de vidas anónimas, os pido perdón por el retraso, no me he podido conectar, pero no me olvido.
Espero que os guste, saludos y gracias de nuevo por los comentarios, se agradecen mucho


Txemari

—Jose Maria Sarp que ahora tiene unos treinta y tantos, hace unos cinco años que se vino de Inglaterra, su abuelo ya llevaba aquí cerca de diez años y el dejó todo lo que tenía para venirse aquí, incluido un buen trabajo. Parece que quería romper con el pasado, y el amparo del abuelo debió de ser lo que mejor se acomodaba a sus referentes, fuera de lo que había vivido desde que nació. 
Cuentan que, como te decía antes, es un hombre viajado, no se si hasta algo superficial, pero que quieres que te diga, Joaquín, a mi eso me da igual.—Terminó Eric cambiando el tono— Yo todo esto lo se porque estuvo medio liado con una de las chicas que trabaja con nosotros en el Obrim, pero la cosa no acabó muy bien, y ella estaba despechada, así que no se si ha sido muy objetiva al hablarnos del chico en cuestión.
—Pero a lo que íbamos. —Continúo Eric.—Que es buen chaval, aunque yo creo que lo mejor es que le preguntes a él. —Dijo dirigiendo su mirada hacía la mesa en la que se encontraba Txemari.
—Hombre yo creía que me ibais a ayudar.—Proteste.
—Si, pero hasta cierto punto, tampoco sabemos todo de todos, pero venga toma nota que te echamos una mano.—
Y así, de una manera informal, en la barra de un bar, que creo que es el mejor sitio para las confidencias fue como Eric de la mano de Quique en un tándem bien trabajado, empezaron a contarme lo que sabían de la vida de Txemari. 

—Vamos a empezar por el principio y luego tu ya te buscas la vida majete.—Replicaron los dos amigos dándome una amigable palmada en la espalda.
—Txemari nació en Inglaterra, no se en que ciudad en concreto. Es el primero de sus hermanos, tres en total. Cuando la guerra civil, como yo te contaba antes, el abuelo se fue a Inglaterra con su madre y sus hermanos, allí hicieron su vida, se casaron, tuvieron hijos y de ahí viene nuestro amigo Txema. Su madre se caso con un inglés de esos de bombín y costumbres muy arraigadas, pero eso no debía de gustarle mucho al chaval, acostumbrado a compartir con su abuelo andanzas y viajes. El abuelo en cuestión es escultor y parece ser que se llevaba al nieto a los viajes que sus estudios le permitían. De ahí le viene esa vena que tiene un poco pija, pero te lo digo de bien, no a mala leche, que es buen chaval.
El caso es que conoció a una chica, por supuesto inglesa también, amiga de la familia de su padre. Parece que en ella encontró una aliada para su vida, y durante dos años, mantuvieron un noviazgo, a la antigua usanza, en el que lo que primaba sobre todo era la amistad, ya que el derecho a roce, parecía no estaba bien visto por la familia ni por la chica en cuestión. ¡Vamos que no se comieron una rosca!
En estos años, viajo unas cuantas veces con su abuelo, en los que me imagino yo, que algo picaría el muchacho, por que dos años a pan y agua, eso no es para vivir un ser humano con sangre en las venas, y con veinte años que calculo yo tendría el chaval.—Eric hablaba mientras hacía el cálculo con los dedos.
—Lo que ocurrió es que su abuelo enviudo y decidió que ya era tiempo de volver a sus raíces, como conservaba una casa aquí, en la que ahora vive, no lo pensó en exceso y se marchó. Te puedes imaginar como se quedo Txemari... que entonces tendría unos veintipocos, si las cuentas no me fallan.—
—Me contaba Rocío, que es como se llama la chica que estuvo con el, aquí en España, que se encontraba muy solo y fue cuando decidió, después de unos cuantos viajes a casa del abuelo, que donde mejor se iba a sentir era al lado de la persona que siempre le había apoyado y querido sin ningún tipo de condición.
Así que un buen día, después de mucho meditarlo dijo ¡hasta aquí! y se marchó.
Le dijo adiós a su novia, a su familia y dejo atrás todo lo que hasta ese momento le había servido.
—Para un poco el carro macho, que me estas volviendo loco. —Le dije en cuanto vi que los dos amigos callaron para coger aire. Me estas diciendo que se fue de una vida acomodada, ¿pero que hay del trabajo? ¿a que se ha dedicado? o vuestra Rocío ¿ no contó eso?
—Hay que ver como eres de chismoso, pues veras: como el siempre ha estado al lado de su abuelo, cuando este se marcho, le dejo al cargo del tema del arte, de las obras que quedaron terminadas, de vender y de mandar a la nueva casa, lo que ambos acordaron. De todas formas mira que eres, estamos hablando de un chaval con veintidós mas o menos, ya he hecho la cuenta antes, todavía no había terminado de estudiar y ya lo quieres ganándose la vida.
A lo que íbamos, cuando Txema llego a casa de su abuelo, cinco años hace de esto, contaba con unos veintisiete años, hacía tiempo ya que había terminado la carrera de económicas, que era lo que su padre quería, estuvo trabajando ¡como no! con un amigo de la familia, y entre eso y el encargo del abuelo parece que estaba bastante liado, hasta que llego el día del que hablábamos antes, en el que dijo “finito”, y se vino a tierras mas cálidas.
Aquí tiene una galería de arte de esas alternativas, y se dedica a encontrar nuevas promesas tanto en la pintura como en escultura.
Y hasta aquí podemos contar, sobre todo por que no sabemos mucho mas.
— Yo.—Comencé a decir.— Siempre le he visto un aire distinto, algo que me descoloca, ahora entiendo porque, para mi entender tiene una sensibilidad distinta a los demás, algo que llama la atención, y si no mirad, mirad como no le quitan ojo mientras habla, sobre todo Inés, que ahí sigue tomando nota de lo que quieren tomar.—
Ahí estábamos los tres, hablando, contando las vivencias de una persona que nos era casi desconocida, pero sintiéndola un poco mas cerca.
Nos quedamos callados, observando, viendo como interactuaban los clientes, ajenos a lo que estábamos diciendo, yo por mi parte sentía mas cercano a Txemari, era como si me diera cuenta de que una nueva forma de soledad, se acercaba a mi. Una nueva manera de vivir, buscando como todos un asidero al que agarrarnos y hacer que nuestra vida sea un poco mas satisfactoria, pero a la vez con el miedo a dejar al descubierto nuestras cartas y sentirnos de nuevo vulnerables.
Tenía en ese momento, en el que los tres callamos, un sentimiento de vergüenza, era como si hubiera entrado en la vida de una persona, sin permiso, como violando su intimidad, en el afán de saber, de tener algo que contar, quizás me había pasado un poco indagando y preguntando y ahora no me sentía bien del todo. Me quede con la mirada perdida, pensando en que todo lo que sabia de Txemari no era valido si no era él quién me lo contaba, no solo me refiero a los hechos, sino también a lo que sintió cuando su abuelo se fue, o cuando conoció a Inés, hace ahora unos meses.
En eso estaba, cuando Quique y Eric, me hicieron volver a la realidad, sabiendo que si yo permanecía callado era por que estaba mascando algo y sin ningún tipo de pudor me preguntaron.
—¿Que pasa Joaquín? te has quedado mudo. ¿Algo de lo que hemos dicho te ha incomodado?
—No, no es eso, es solo que me siento un poco mal, por estar hablando de alguien que no esta presente. No se, no me parece bien del todo esto que hemos hecho.
—Hombre Joaquín, no te lo tomes así, nosotros no somos amigos de ir contando por ahí cosas de nadie, nos gusta saber, pero no contar... Si te hemos dicho todo esto es porque eres tú y tenemos la certeza de que no vas a ir con el cuento a nadie, y de que antes de ponerlo en ese famoso libro, esperamos que hables con Txemari y le dejes que él te cuente. Nosotros solo pretendemos ponerte un poco en contexto, luego tu ya iras sabiendo como preguntarle y llegar hasta donde nosotros no podremos llegar nunca. Evidentemente no es lo mismo que hable el interesado a que te cuente cosas un medio amor despechado.
—Si, ya comprendo, pero de repente, que queréis que os diga, me ha venido un remordimiento, que vamos, yo no cuento nada de esto sin hablar con el. Así que me habéis metido en un buen lío. Tengo una buena historia y no la puedo contar sin hablar con el interesado, ya veremos como salgo de esta.—
Nos miramos los tres y asentimos, sabiendo que nunca hubo ninguna intención maliciosa en los comentarios.
—Bueno Joaquín, nosotros nos vamos, ya nos contaras como termina todo esto ¿eh? No te guardes el final para ti solo.
—Venga chicos, gracias por todo, ya nos vemos.—
Y allí me quede, en la esquina de la barra, viéndolos marchar.
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lucia
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Re: Vidas anónimas (Novela)

Mensaje por lucia »

Me gusta cómo describe los pequeños detalles que dan vida a una persona, pero la puntuación y las tildes siguen necesitando repaso.
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Re: Vidas anónimas (Novela)

Mensaje por Endika »

Hola foreros!!
Lo primero feliz año nuevo, os deseo que 2014 venga lleno de buenas historias!
Continúo con los capítulos de Vidas anónimas, viene uno corto relacionado con el siguiente así que esta vez pondré dos seguidos, espero que os gusten y, como siempre, gracias por leer y por los comentarios, se agradecen mucho.


ERIC Y QUIQUE

Son las cinco de la mañana, acabo de llegar a casa y estoy extenuado con todo lo que estoy viviendo estos días.
La soledad ya no se me hace tan opresiva, siento que formo parte de un entramado que se escapa a mi entendimiento, me encuentro sin saber porque como mas protegido.
Siento que la forma en la que veo a las personas que me rodean ya no es la misma de antes, seguramente por que soy yo quién ha cambiado.
Toda esta movida de las historias para Lola, esta despertando en mi, sentimientos e inquietudes que ni sospechaba y que están guardados ¡tan dentro!
Supongo que son tiempos distintos, donde disfrutar es compartir. Donde dar, es recibir.
Pensando en esto me vienen a la mente las historias que Quique y Eric me cuentan siempre de su querido barrio, que siento como mío... Mejor enciendo el ordenador y pongo todo esto con un poco de orden, ya que teniendo en cuenta la hora que es, corro el riesgo de recordar todo mientras me duermo, y a estas alturas del libro en cuestión, no puedo permitirme el lujo de dejar pasar de largo a las musas...

Vuelven atrás en el tiempo, cuando aun eran niños y desconocían todo lo que aquel lugar traería a sus vidas en un futuro.
Entre risas y nostalgia reviven las lluviosas mañanas de los domingos, cuando la periodista, así la llamaban, no por sus estudios sino por que era la vendedora de periódicos llevaba el diario hasta la puerta de sus casas.
O el de los muertos ¡como olvidarlo! En este recopilatorio de infancia no puede faltar.
El hombre que una vez al mes, llamaba a la puerta de tu casa, siempre en domingo, con el recibo del seguro en el que tus padres pagaban la mortaja, mientras un aliento de vida quedara en ellos.

Echan la vista atrás, cuando en verano subían al monte con las cestas de mimbre llenas de filetes empanados, tortillas de patatas y pimientos, tapadas con manteles de cuadros que mas tarde se ponían en la tierra para después distribuir la comida, llevada hasta el lugar con tanto esfuerzo. “No te creas” me dicen siempre “Qué íbamos en coche eh? no que va, ¡lo hacíamos andando!”

Hablan de todo esto para mí.
Y cuando esto ocurre, el aire se llena del aroma de los pinos.
Oigo los gritos de las madres llamando a sus hijos que, ajenos a todo, corren en absoluta libertad por un bosque plagado de nuevas sensaciones, ¡tan distintas a las de todos los días!
El viento trae de nuevo, no solo los aromas, sino sabores, paisajes… todo un mundo de antiguas sensaciones para sus oídos, bocas y ojos, y, también para los míos, que al no haberlos experimentado de niño, tengo la ocasión de hacerlo ahora.
Siento el aire fresco dándome en el rostro mientas me columpio entre dos pinos, el aroma que desprenden es para mi, es solo mío, es el aroma de la infancia, desde donde traigo a ese niño que fui, para hacerme la compañía que tanto eche de menos, años atrás.
Incluso el ruido de las cuerdas del columpio rozando con la rama del árbol, se vuelve melodía para un alma tan solitaria como la mía.

Este barrio, el que ya siento como mío, es algo especial, no solo por la infancia no vivida en el, sino por el asilo y recogimiento que me ofreció desde que vi, el letrero de “SE VENDE”, en la fachada de mi local.
Hay gente que dice que tenemos suerte cuando encontramos una casa o un local, da igual, algo que parece hecho a medida de nuestras necesidades y deseos.
Yo no lo siento así, para mí, son las casas, los locales, hasta las las personas o las situaciones los que hacen mil y un cambalaches para dar con nosotros.
Los llamamos, acuden a nuestro encuentro y nos ofrecen lo que en ese momento mas anhelamos y necesitamos.

Abrir un bar en un barrio como este, ha sido para mi, la mejor forma de reencontrarme con todo lo que deje pendiente en mi niñez y que ahora tengo la suerte de poder vivir.
De pasear por sus calles y saludar a los vecinos, a los clientes…
Los lugares por si mismos, nos dicen bien poco, lejos de parecer bonitos o feos.
Son las personas las que con su amor hacia ti, llenan por completo las experiencias.
Nada tiene sentido, si no se comparte.
Por eso disfruto cuando en el 24 horas, se juntan de vez en cuando, las antiguas cuadrillas y les pido que revivan de nuevo las tardes de bocadillo de pan con mortadela de aceituna, pasadas en los autos de choque. Las partidas con los iturris y los repatines inventados por cualquier lugar donde hubiera un trozo de cemento en cuesta.
Me gusta cuando hablan del Inque. Un destornillador viejo que se clava en el barro cuando esta fresco.
En este juego que rememoran con autentica pasión, discuten sobre la conveniencia del barro duro o blando, dependiendo del tiempo que hubiera pasado desde la última lluvia, hablan con auténtica propiedad, de algo tan trascendente para ellos como la dureza del barro para el juego, que en aquel momento suponía su vida.
Como si fueran ingenieros de la Nasa y creo que en aquel momento así se sentían.
Describen, como si lo estuvieran viendo, el modo en que dibujaban en la tierra los cuadrados y círculos para ir pasando por ellos a la pata coja.
Todo un estudio de viejos juegos que han sido reemplazados por video consolas y horas y horas de televisión.
La niñez es algo ¡tan egoísta! Que asusta ver a seres tan pequeños pensando solo en ellos mismos ¿pero es que hay alguien mas en la tierra?
A veces creo que una de las mejores cosas de esta época de nuestra vida es su recuerdo.
Sigo recordando en esta noche eterna, que ya es nuevo día y el episodio de las abuelas, que para ellos y para mi también forma parte ya de nuestras vidas. y recuerdo como si fuera ayer cuando me hablaban, de que “el tiempo, el implacable, el que pasó, siempre una huella triste nos dejó”,



LAS ABUELAS DEL BARRIO


Ese día amaneció radiante. El sol, por suerte, no entiende de tristezas humanas. A pesar de todo, la vida sigue hacia delante, abriéndose paso por donde puede.

La calle estaba llena de personas con el rostro apesadumbrado. Todo el barrio lo sabía ya. Las esquelas se habían ido imponiendo en la estructura de la puerta de la iglesia y en los portales de las viviendas donde estas personas pasan sus días y sus noches.
Como era costumbre la esquela anunciando la muerte de Raimundo colgaba en el portal del inmueble en el que había vivido los últimos 40 años.

En la iglesia estaban ya todos los vecinos y cuando llegaron sus hijos y familiares más cercanos, todos se acercaron a besarles y hacerles participes de su ayuda y condolencia. 
En un instante se mezclaron los abrazos, los besos, las lagrimas.
Los sentimientos sinceros, amorosos y dolidos flotaban en el aire, se sentía el dolor del barrio entero, que se mezclaba con el miedo y la certeza de que todos pasarían por lo mismo, cualquiera podía ser el siguiente.

Uno más se había ido, uno más de todos los que llegaron ¡hace ya tanto tiempo!
En su mayoría con pocos recursos, con un par de maletas de cartón, buscando una vida mejor que la que dejaban en sus pueblos de origen.
Venían huyendo del hambre y la miseria, a una tierra que creían prometida por el simple hecho de que el trabajo no faltaba.
Todos parecido: apenas unos mínimos ahorros, la esperanza y la ilusión en un corazón hambriento de amor y de paz.

Eran jóvenes, por lo tanto no había dificultades que no se pudieran echar a la espalda para continuar trabajando todos los días y a todas las horas, a cambio de un sueldo que les permitiera vivir dignamente la vida de la que se sabían merecedores.

Cuando llegaron, salían en tropel de los trenes y autobuses y allí estaban los patronos para contratarlos desde ese momento, para hacer suyas esas vidas tristes cargadas de ilusión.
Ofreciéndoles el trabajo que ansiaban y que les sacaba de la miseria , PERO los sumergía en una rueda de la que ya no pudieron salir nunca.
Después empezaron a llegar los hijos y la lucha por una vivienda mejor fue infatigable.
No había más horizonte, ni más meta, que ganar el dinero suficiente para sacar a la familia adelante.
Todo era poco para dar a esos niños que disfrutaban de un entorno en el que no faltaba de nada, entendiendo por nada un plato caliente en la mesa y un trozo de pan con mortadela para merendar.


Hoy quedan pocos, el ciclo de la vida continúa, pero curiosamente las calles del barrio se han llenado de mujeres viudas.
Aquí la estadística de que las mujeres viven más que los hombres esta presente en todos los rincones.
Mujeres solas, que pasean con su bastón y sus recuerdos por los lugares donde todo el mundo se conoce, donde han nacido y crecido sus hijos y donde han muerto sus maridos. Aquí se sienten seguras y dueñas de algo, aunque solo sea de sus recuerdos.
Se han visto obligadas por las circunstancias y han hecho una adaptación al medio que las rodea, digna de admiración y respeto.
Mujeres como Josefa, la vecina de Inés y María, que partió lejos de sus padres y amigos esperando algo y con los años se contenta con seguir viviendo en su casa propiedad del ayuntamiento. Como Paca “la andaluza”, Dolores “la maña”, Remedios “la modista” Modesta la del doce, Romu “la gallega”... Hay tantas historias como mujeres quedan en el barrio. 
Mujeres que con el paso del tiempo han aprendido a sobrevivir sin saber muy bien como ni para que y ahí están, en nuestras calles, en sus calles, símbolos vivos de lo que fue el barrio, de lo que significó llegar a un lugar donde abrías un grifo y salía agua y donde accionando un interruptor se encendía la luz.

—Se nos hace viejo el barrio, Josefa.— Es Remedios “la modista” quién empieza a hablar.
Después de dar el pésame a la familia del difunto, a la que han visto crecer, casarse y tener hijos y antes de la misa, a la que todas acuden sin falta, las vecinas se van reuniendo en la entrada de la iglesia.
—Si chica, de los que empezamos, quedamos cuatro.— responde Josefa.
Los recuerdos afloran en la mente y el corazón de las dos mujeres.
—¿Te acuerdas cuando llegamos? Hace ya tanto tiempo, que creo que toda mi vida he estado aquí.
—Cuarenta y dos años hace que llegue yo y tú, parecido. Me acuerdo como si te estuviera viendo, yo estaba embarazada de mi Paquito y llegaste tú, con la tripa también.
Yo te veía limpiar la casa y cargar con los bultos mientras pensaba: ¡dios mío! Esta mujer se nos pone a parir ya mismo. Pero no, oye ahí estabas hecha un jabalí.
—Igualito que ahora, que tengo que pedir permiso a una pierna para levantar la otra.
¡Que tiempos chica! Podíamos con todo y, ahora mírame, no soy ni la sombra de lo que era.
Desde que falta mi Mariano nada es igual.
No hay día que no piense en el y, cuando llego a casa, siempre digo:
“Mariano, ya estoy aquí” y le hablo, le cuento cosas como si me pudiera escuchar, ya ves soy una vieja chocha.
—Mi suegra decía que cuando una mujer cría a sus hijos y muere su marido, tiene que morir ella también, pero mira, cosas del destino o de Dios, yo que se. Su marido murió cuando ella tenía 35 años, crió a los hijos que quedaron después de la guerra y no se fue hasta los 90 años. Yo creo que Dios la castigo por decir esas gilipolleces.

—¿Ya estáis contando penas?—Es Dolores “la maña”, la que acercándose a las mujeres les habla:
—Siempre que hay un entierro decimos lo mismo: que si el barrio esta viejo, que si te acuerdas cuando llegamos… Y ahora que, ¿qué pasa con nosotras? Mas solas que la una y, siempre lamentándonos de todo. ¿Sabéis que os digo? Pues que yo voy a ir, no veo por que no.—
—Pero a donde vas a ir tu ¡alma cántara!—Le dice Josefa
—Dirás ¡alma cándida! De candor, que siempre te lías, Josefa.
—Pues eso ¿dónde vas tu alma cándida? ¿Donde vas a estar mejor que en tu casa?
—A esa excursión que hay. Se van para Andorra y yo creo que si que voy. Mi hija me ha apuntado ya, me lo ha pagado y todo. Total si pienso otra cosa o no venís ninguna me desapunto y santas pascuas, como dice mi nieto el pequeño, que es un demonio.—Continuaba diciendo Dolores “la maña”.
— Creo que tienes razón, yo por lo menos me lo voy a pensar.—decía Josefa.
— Pues date prisa, por que hay pocas plazas.
—¡Os imagináis chicas! Durmiendo en un hotel. Yo nunca he estado en uno.
Dicen mis hijos que te levantas por la mañana y cuando vuelves, te han hecho la cama y recogen hasta el camisón. Eso no puede ser verdad. Pero yo lo quiero comprobar.

Ese día era el entierro de Raimundo, llevo un tiempo en el barrio, conozco a los vecinos, y por respeto y cariño hacia ellos, yo tenía que estar allí. Entonces reparé en la conversación de las señoras y tuve claro que su historia tenía que ser contada. Así que me acerqué a hablar con ellas:
— Qué, arreglando el mundo ¿eh?
Josefa respondió:
—Aquí estamos chaval, la maña que dice que se va para Andorra tres días ¿tu crees que eso es fundamento? A sus años.—
—Pues claro.—les dije yo. —Eso tendrían que hacer ustedes también, salir un poquito del barrio, seguro que cuando vuelvan lo ven hasta bonito.
— Oye guapo, que bonito ya es y, menudo bien que lo han arreglado para nosotros los mayores, tú también lo estarás notando en el bar, que va más gente.—La maña me replicó con la autoridad que los años le otorgan.
— Si, terrible. Desde que se me ocurrió la brillante idea de organizar campeonatos de mus, tengo el bar lleno de gente joven bebiendo a todas horas.—Replicaba yo con sarcasmo.—Por no hablar de los miércoles cuando van todas ustedes y entre calceta y punto de cruz, esta aquello de lo más animado. Hay horas en el día.—Continué. —Que si sumamos los años de los clientes, nos damos un susto de muerte.
—A la bicha, ni la nombres, hijo, que cada vez quedamos menos para ir a tu bar y, eso que el licor ese de 100 pesetas es casi mejor que el chichón.
—No hable en pesetas Reme que eso pasó a la historia.—Le respondí. Tiene que acostumbrarse a los euros.
—No, hijo, no. Toda mi vida he estado con pesetas y con céntimos, eso tan moderno yo no entiendo.—Dijo Reme.
—Chis, calla.—Dijo Dolores acercándose los dedos a los labios en gesto de silencio, ya llega el coche con Raimundo.

El coche fúnebre aparcó delante de la entrada principal de la iglesia, abriéndose paso entre todos los que allí esperaban. El conductor salió y abrió la puerta trasera. Los familiares más cercanos, ayudados por los vecinos que querían dar el último homenaje al difunto y mostrar su apoyo a la familia, sacaron el féretro a hombros y lo introdujeron en la iglesia. Todo era silencio.
El resto del barrio que estaba allí congregado fue entrando, siguiendo los restos del vecino que nunca más estaría entre ellos.

Yo entré también, siguiendo a los que en otras ocasiones son mis clientes, apoyando en la medida de lo posible, ayudando a pasar el mal trago aunque solo fuera con mi presencia.
Después de la misa, el féretro fue llevado de vuelta hasta el coche fúnebre, que llevará los restos de Raimundo al cementerio donde se realiza el entierro propiamente dicho.

Todos quedamos callados.

Era como si con la charla previa se hubiera borrado el motivo por el que estábamos reunidos en la puerta de la iglesia. Pero no, allí había estado el féretro para dar testimonio físico de que había uno menos en el barrio, uno menos en las partidas de mus.
Ahora el resto de las mujeres se arriman a la nueva viuda, para animarla y consolarla, al fin y al cabo quien más quien menos todas están igual y recuerdan cuando vivieron lo mismo como si fuera ayer.
Es una especie de protección. Como antaño hacían con los niños.
Por eso los torneos de mus y los corros de mujeres tejiendo los miércoles en el bar.
Ese día, es el suyo: el día del jubilado. El que entra ya sabe lo que hay, un geriátrico.

Después de los años en el barrio, escuchándoles hablar, hace seis o siete meses que decidí, que mi forma de agradecer todo lo que han hecho por sus hijos y por los demás era esa. Un día especial, con las consumiciones baratas, para que no sientan que les estamos dando una limosna, para que no se avergüencen, la música que les gusta, todo especial para ellos. 


De todas formas, humor no les falta. Hay quien dice que ese día no va por que esta lleno de viejos.
El Roge, el marido de Romu “la gallega”, tiene cerca de 70 años y lidera un grupo de abueletes.
Que dicen que los miércoles no vienen, ni hartos de vino, que el bar esta lleno de viejos.
El lunes es mejor día.
Allí se juntan, en una mesa de la entrada, para que no escape ni uno a su control, menudos son.

En general es muy buena gente. Si ahondas un poco en ellos, tienen la sensibilidad a flor de piel y, aunque estén solos, ninguno se quiere ir del barrio.
Aquí tienen su vida hecha y todos los recuerdos de sus últimos 40 años.
Se conocen, se echan una mano en lo que pueden y van sobrellevando esta vida que han elegido, sin saber muy bien porqué ni para qué.

Los abuelos del barrio, son los que nos recuerdan de donde hemos venido y nos ayudan a que no olvidemos quiénes somos.

Las abuelas del barrio crean un paisaje que difícilmente volveremos a ver cuando ya no estén. Echaremos de menos su andar cansino y su repetir una y otra vez las mismas historias de siempre.
Por eso, mientras quede una sola de ellas, yo seguiré manteniendo el día especial para todos ellos que ofrecieron su vida para nuestro bienestar.
Sobrevivieron a una guerra civil. Vieron como mataban a sus padres, hermanos, como los vecinos se mataban entre ellos.
Fueron los niños de la guerra y ahora son nuestros mayores.
Los que sacaron fuerzas para seguir adelante y luchar por sus hijos.
Los que resurgieron de sus propias cenizas.
Espero que cuando ya no estén, nos quede el recuerdo de su fuerza y su entereza, de su dignidad y su amor, para no volver a vivir lo que ellos vivieron.

Se me cierran los ojos, ahora si que me puedo ir a dormir.
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