Lo que está en mi corazón - Marcela Serrano

Narrativa española e hispanoamericana

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angelpantokrat
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Lo que está en mi corazón - Marcela Serrano

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Lo que está en mi corazón
Autora: Marcela Serrano
Año de publicación: 2001
Editorial Planeta S.A., 2001
Barcelona, España.
Novela finalista en el Premio Planeta 2001
Depósito Legal: M. 47.186-2001
ISBN 84-08-04215-7

Sinopsis:
Cuando Camila llega a Chiapas con el propósito de escribir un reportaje diferente sobre la revuelta zapatista para una revista norteamericana, no sospecha que la auténtica revolución tendrá lugar en su interior. A sus treinta y cuatro años, los zarpazos de la vida la han alcanzado de lleno, y se siente derrumbada por la muerte de su hijo, todavía un bebé. Pero con la llegada a San Cristóbal de las Casas, la dura realidad que debe reflejar la lleva a sentirse viva de nuevo. Arrastrada por los dramáticos acontecimientos que se van sucediendo, e indecisa ante el renacimiento de la pasión amorosa, Camila se ve obligada a replantearse su vida, especialmente la relación con su madre, defensora de la democracia chilena, y con su marido, un periodista con quien abandonó Chile para vivir en Washington. Así, mientras descubre los claroscuros del México actual, Camila se debate entre la necesidad de reconciliarse con su pasado y el renovado impulso vital que la domina.Marcela Serrano ha conseguido con esta novela --por medio de una prosa viva y sugerente-- un apasionado retrato de una mujer de hoy, capaz de enfrentarse a sus contradicciones y abrirse camino en un mundo extraño.
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angelpantokrat
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Re: Lo que está en mi corazón - Marcela Serrano

Mensaje por angelpantokrat »

Mis saludos a todos.

Acabo de terminar este libro, Lo que está en mi corazón de Marcela Serrano y quisiera compartir mis impresiones con ustedes.

Es la primera vez que leo una novela de esta autora y, la verdad, no sé si llegue a leer algo de ella nuevamente. En líneas generales me pareció que el libro estaba muy bien escrito y creo que eso lo mejor que tiene, pero en algunos momentos me sentí exasperado por el exceso de sentimentalismos presente en el mismo —no me confundan con un insensible; creo que toda buena novela necesita exponer la atmósfera sentimental de los personajes, pero me desespera cuando lo único que ocurre en una novela es precisamente eso, sentimientos—, descripciones sentimentales que detenían constantemente la acción principal para no llegar a ninguna parte, solo narrar el estado de profunda depresión y angustia del personaje principal.

Debo confesar que también me molestó un poco el ambiente ideológico de la novela, tendiente a defender las doctrinas de izquierda, aunque creo que tal molestia puede deberse a mi propio contexto-país (soy venezolano y el tema de la izquierda versus la derecha nos ha hecho sensibles a todos nosotros, a favor o en contra. En mi caso, en contra… muy en contra… muchísimo, confieso). Sin embargo, debo reconocer, igualmente, que la autora no hace una defensa ciega de la izquierda, sino que más bien se pone de ese lado, pero no para hacer propaganda política sino para hacer análisis de la realidad social latinoamericana, todo lo cual me causó por momentos un horrible aburrimiento porque creo que ya mucho de ese análisis «izquierdoso» se ha hecho en estos lares del mundo, al punto de que ese discurso ya ha quedado vacío —o por lo menos así me parece a mí, que cada vez que lo escucho se me voltean los ojos con expresión de fastidio, así, como un acto reflejo completamente involuntario e incontrolable—.

La historia del libro en sí no está tan mal:
Una mujer chilena común y corriente, Camila, se encuentra en San Cristóbal de las Casas en el estado de Chiapas, México, haciendo una investigación sobre la revolución zapatista que tiene su epicentro en esa ciudad, para una revista de Washington, ciudad en la que vive junto a su esposo. Una de las personas que conoce en esa ciudad, Reina Barcelona, es arrollada intencionalmente, aparentemente por los Paramilitares antirrevolucionarios —sí, los ojos a mí también se me voltearon de vez en cuando—, ya que Reina es una militante de izquierdas uruguaya que al no tener mucho por lo que luchar en su demasiado ordenado país, se fue de allí y participó activamente en el movimiento democrático chileno en contra de Pinochet, luego se hizo guerrillera en Guatemala y terminó en Chiapas. El arrollamiento de Reina desatará… nada, durante un largo tramo del libro pareciera que algo va a pasar pero no pasa nada, sino que todo se detiene durante capítulos y capítulos para que sepamos la historia de Camila, quien en realidad no es periodista sino que es una mujer corriente que ha sido enviada hasta allí más por un favor que el director de la mencionada revista hizo a Gustavo, esposo de Camila, para sacarla de una profunda depresión en la que cae la protagonista luego de la muerte de su hijo, bebé que nace con problemas cardiacos que lo matan al año de edad. Camila permaneció un año completo sumida en la depresión luego de la muerte del niño y Gustavo, para sacarla de ese estado, la convence de aceptar ese encargo de parte de su amigo de la revista, quien quiere enviar a «alguien normal» —es decir, no a un periodista— para que entregue una visión fresca y despolitizada de la revolución.

Camila comienza a recibir llamadas extrañas, pues al llegar a San Cristóbal de las Casas hace justo lo contrario de lo que le encomendó la revista, involucrándose directamente con una de las facciones en conflicto —obviamente los revolucionarios, que son los buenos del cuento, enfrentados a las fuerzas del orden público y los paramilitares, sempiternamente los malos malísimos en la visión de izquierdas. En este sentido, la novela sigue el guion clásico—. Entre una cosa y la otra, Camila, aterrada por el arrollamiento de Reina, se lanza a los brazos de Luciano, un italiano que es como Reina, un europeo que no tuvo nada que hacer en sus ordenadas tierras de origen, así que se vino a Latinoamérica para involucrarse en las revoluciones de lugares ajenos. Por supuesto, Camila termina acostándose con Luciano. Por un momento me pregunté: «¿Pero para dónde va esta novela? ¿Es sobre la izquierda latinoamericana? ¿Tratará sobre la investigación para descubrir quién arrolló a Reina? ¿Será sobre el adulterio de Camila?» ¡No! Todo continúa por más capítulos y capítulos hablando de los sentimientos de Camila: que si sus padres son revolucionarios y ella no —cosa que la acomplejaba, pues jamás se sintió como una digna hija revolucionaria de su activa madre, Dolores, quien fue presa y todo durante la dictadura de Pinochet—, que si su hijo muerto, que si Gustavo, que si Washington, que si el dedo de su pie mientras pensaba en su hijo muerto —sí, el dedo gordo del pie de Camila se convirtió en un tema que ocupó varios momentos—.

Al fin, pasada la mitad de la novela, para algo: Camila se involucra con Luciano y Reina, convaleciente, hace que Camila realice ciertos trabajos para ella. Por supuesto, esto la pone directamente en la mira de los malos malísimos, los paramilitares, que la secuestran. ¿Va Camila a conocer, por fin, al malo malísimo? ¿Va a sacar la fuerza interior para hacerse tan revolucionaria como su madre? ¿Sufrirá torturas y dolor? ¡No!, capítulos y capítulos y capítulos y capítulos y capítulos están dedicados a sus sentimientos: su hijo muerto, que está descalza y el piso es frio, su hijo muerto, que le duelen los pies del frio, su hijo muerto, Luciano, que le dan sopa, su hijo muerto, Luciano y Gustavo, que qué pasará con Reina, su hijo muerto, el frío en sus pies —especialmente en su entumecido dedo gordo—, su hijo muerto.

En esta parte me detuve y casi dejé el libro, pero luego pensé: «Pero qué autora tan perversa: escribe un libro que al principio es aburrido pero está tan bien escrito que promete, aunque no pasa nada; cuando por fin comienza a pasar algo, secuestran a la protagonista y allí si es verdad que tiene que pasar lo más importante de todo, eso que tanto estabas esperando —“valieron la pena las soporíferas 150 páginas del inicio”, te dices ilusamente—, y finalmente… ¡Nada! Otra vez, maldita sea, no está pasando nada. “Voy a dejar este libro ya mismo”, te dices, pero luego miras el marca páginas con estupor: “pero si me falta menos de una octava parte del libro. ¡Noooooo! —gritas con horror—, ¡Tendré que terminarlo!” Y así, te aprontas a continuarlo como un compromiso contigo mismo y “te calas” (así decimos en Venezuela cuando nos tenemos que enfrentar forzadamente a una tarea desagradable) el final.

Continué: Más de lo mismo por más capítulos, capítulos y capítulos… hasta que por fin los secuestradores la sacan de la habitación y… ¡La dejan tirada en la calle! ¡Maldita sea, te odio Marcela Serrano!

Resulta que Reina había muerto y eso provocó grandes protestas en la ciudad y por eso los paramilitares decidieron liberar a Camila. Esta, al final, se fue al aeropuerto y se largó a Chile a llorar en el regazo de su madre antes de regresarse a Washington y comenzar a escribir el susodicho artículo. Gustavo no se entera de nada y la desgraciada de Camila sale ilesa de su infidelidad causada por la depresión que le produjo la muerte de su niño. Fin.

Casi lloro con ese final, pues fue tan decepcionante y aburrido como lo fue el resto del libro.
Sin embargo, hay algunas cosas buenas para destacar:

Primero: el lenguaje y la gracilidad con que es escribe Serrano, cosa que ayuda a hacer más llevadera la lectura. Logra transportarte a los sentimientos y los momentos que narra, pero por muy buen narrador que seas, siempre llegará un momento en el que el lector extrañe la acción principal y se dé cuenta de que “lo están mareando” —así decimos en Venezuela cuando alguien, para hacerse el importante, para hacer tiempo o por falta de coherencia, comienza a divagar sin fin para evitar llegar al meollo del asunto en cuestión—. De vez en cuando detener la acción principal de la novela es bueno, incluso, a lo mejor detenerla totalmente un trecho largo puede ser positivo siempre y cuando sea para darle al lector una información nueva, pero si es para repetir lo mismo una y otra vez —mi hijo muerto, mi hijo muerto, mi hijo muerto, mi hijo muerto, mi hijo muerto, mi hijo muerto…— cansa y marea.

Segundo: Marcela Serrano es muy sincera en ciertas cosas, exponiendo el machismo como un mal del cual la izquierda latinoamericana no se ha librado —y eso que su defensa de la izquierda es obvia—, y hasta preguntándose si el destino de las izquierdas latinoamericanas no es ser eternamente patéticas, pues ya nadie las toma en serio. Yo sí que tomo en serio a la izquierda latinoamericana, pero no para secundarla, sino para denunciar sus ridículos métodos y los males que produce. Por supuesto, Serrano es indulgente con la izquierda, por más que reconozca algunos de sus defectos, aunque ese reconocimiento se agradece.

Tercero: A pesar de todo, Serrano logra plasmar bien el espíritu de los distintos países latinoamericanos, por lo menos en sus estampas más generales: Uruguay es el país demasiado bueno para ser verdad, tanto que los uruguayos no lo soportan y no lo piensan antes de largarse del «paisito» —así lo llama Serrano a través de Reina—, México es el país desordenado y corrupto que a pesar de todo tiene un peso enorme dada su talla y su economía, Estados Unidos es el país más bien indiferente y aburrido del norte y Chile es el país triste del Cono Sur. Qué bueno que Serrano reconocer la tristeza inmanente de Chile, de tal forma que los vecinos de ese país no lo tenemos que decir por nuestra propia cuenta, pero que es un secreto a voces: Venezuela es la hermana peleonera y altisonante que se cree más bonita y rica de lo que realmente es, México la hermana ordinaria y a veces ridícula que se expone demasiado, Argentina es la hermana engreída que dice ser muy “europea”… pero Chile,… Chile es la hermana triste, gris y aburrida. Es interesante como Serrano se adentra en las causas de esa tristeza. Concluye que una revolución como la mexicana no sería posible en Chile porque lo chilenos… ellos no hacen esas cosas (por tristes, que es lo peor de todo).

Como todos los libros, Lo que está en mi corazón tiene sus altos y sus bajos. Para mí, los bajos son más que los altos, pero ha de ser porque a mí este tipo de libros exageradamente sentimentales me aburren, además de que su visión proizquierda me fastidiaba de vez en cuando. Sus altos, sin embargo, lo hacen resaltar de vez en cuando.

Cabe destacar, además, que esta novela fue finalista del Premio Planeta 2001, cosa que no garantiza que vaya a gustar, pero da una referencia de cierto prestigio —aunque, como todos sabemos, el Premio Planeta no es que se destaque por esto último, pero bueno, eso es harina de otro costal—.

Si alguien ha leído este libro y tiene alguna opinión al respecto, me gustaría saberla. Tal vez alguien haya visto virtudes que no encontré o defectos que obvié.

Finalmente, como siempre, me disculpo por mi larguísima perolata.
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