A gran escala, la escalera se rompía, después de cojear.
A veces escribía como si le fuesen a arrancar la mano.
Aquí solo hay dos opciones:
a) Que todos esos que se hacen pasar por palurdos se estrellen contra el muro.
b) Que él crea que todo está correctamente y en su sitio.
Evidentemente, ambas condiciones iban unidas.
Le quedaban muchos años por delante.
Sopló las velas y pidió un deseo que todos conocían.
La tarta le supo bien.
La sensación de que iba a ser un escritor frustrado, también.
¿El deseo carnal?
En este caso la carne iba después del postre.
Eran ya dos deseos.
Tenía la sensación de haberle dicho al mundo todo lo que tenía que decirle.
No porque tuviera la sensación de que le espiaban.
Más bien por el hecho de que los poetas se tiraban flores entre ellos.
Fue entonces que supo que su estilo era lo más conveniente.
No sabía cómo funcionaba la poesía.
Ni siquiera sabía cómo funcionaba su propia vida.
No quería hacerla un camino de rosas... Para nadie.
Era tan jodidamente cabezón... Que el cuello se le retorcía.
Dadme un boli, que lo pudro todo (Relato)
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Re: Dadme un boli, que lo pudro todo (Relato)
La tarta podrida no debe estar nada buena.
Y entre un camino de rosas y uno de espinas hay muchos intermedios que también se pueden elegir.
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