Ventana al Norte (Novela fantasía)

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BelieveInDragons
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Ventana al Norte (Novela fantasía)

Mensaje por BelieveInDragons »

¡Hola!

Esta es una pequeña novela de fantasía que publico los domingos en un blog, y quisiera compartirla por aquí también. Sirve de precuela para la segunda novela que escribí: Hay un lugar en el Norte - Donde queremos ser libres... historia de fantasía épica salpicada de comedia. Dejo la sinopsis de esta pequeña historia y su primer capítulo. Espero que lo disfruten.

Rósevart es un reino corrupto en el que la libertad ha escapado a las tierras salvajes y ya no existe en la ciudades, donde gobiernan los que se hacen llamar nobles y quienes les lamen los pies. Pero, ¿qué hizo que la libertad huyera de esta manera, abandonando a tantas personas? ¿Quiénes trataron de resistirse, aferrándose a lo que amaban? Banron era un simple campesino, un hombre normal que vivía en un pueblo; uno de tantos afectados. Sin embargo, quizá fue el primero en luchar a pesar de que no era un guerrero; el primero en tratar de defender a los suyos, aunque no era un guardián; el primero en forjar una leyenda que se contaría tiempo atrás, a pesar de que no era un aventurero. Él solo era un hombre cualquiera, y solo deseaba recuperar a su familia.

1. Primavera de malas hierbas

Despertaba antes que nadie, para ver la luz del amanecer. Allí sentado en su cama observaba cómo segundo a segundo la oscuridad del reino cedía ante el brillar de un nuevo Sol. Banron amaba las cosas sencillas, como mirar por aquella ventana cuyo cristal apuntaba al norte. Por eso la luz que se desperezaba en el este nunca la cegaba, ni la que se dormía en el oeste del mundo la estorbaba; a cualquier hora entraba con una belleza armoniosa, y esta era una de las cosas que Banron más apreciaba.
Algo que sin duda también apreciaba, era la familia. Amaba a su esposa, tumbada en la cama o de pie ocupada en cualquier tarea, callada o habladora, llevando mucha, poca o ninguna ropa. Banron nunca se cansaba de sus largos cabellos negros, por mucho que en ellos creciera la maraña del fatigoso trabajo diario. Un trabajo para el que Eredhri, su hija, aún era joven. Doce primaveras habían pasado por ella, aunque Banron diría que ninguna de esas primaveras la había abandonado del todo, pues en sus ojos del color de los bosques más espléndidos despuntaba siempre una luz jovial, y esta luz correspondía a su voz dulce y musical, que se deleitaba recitando algunos poemas de tantos que se lanzaban al aire alrededor de Ólmoran, el pueblo en el que vivían.

Las dos mujeres de la casa no tardaron mucho más en despertar, y junto a Banron prepararon el desayuno y se sentaron a la mesa.
—Hoy al fin deberían llegar nuevas sobre la guerra. Ojalá que el rey Ulharion regrese victorioso —dijo Anbina, la esposa de Banron.
—El pueblo confía en él y en sus soldados —dijo Banron—. Si no lo consiguiera, sería la ruina para nosotros. ¿Quién defendería Rósevart entonces? Temo por una invasión.
—¿Qué haríamos si nos invaden? —preguntó Eredhri, temerosa—. Vivimos demasiado cerca de las fronteras del sur. ¡Es lo peor de esta casa!
—Y lo único malo. Algo que además no es seguro. No te preocupes, hija —dijo Anbina, mirando con reproche a su marido—. Viviremos el día de hoy y lo que tenga que venir con las noticias, no lo sabremos hasta que lleguen.

A mediodía, toda labor en el pueblo fue interrumpida por la llegada de un jinete, que cabalgando de un lado a otro gritaba:
—¡Nuestra es la victoria! ¡Rósevart ha vencido! ¡Ulharion regresa a la capital!
Cabalgó con voz alegre durante largo rato, hasta que todos hubieron oído sus palabras. Pero no les pudo ofrecer muchas más, pues se había separado de las mismísimas huestes del rey y tenía prisa por regresar. Se marchó como un viento dejándoles pocos detalles a los guardias de la entrada.
—No fue una batalla fácil, vecinos —dijo uno de los guardias cuando varios aldeanos acudieron a preguntarle—. Muchos hombres y mujeres de Rósevart cayeron, pero gracias a la valentía de Ulharion nadie hincó una rodilla en el suelo. Hasta que el enemigo fue destruido.
Esto bastó para que los vecinos prorrumpieran en vítores, y muy pocos de ellos continuaron trabajando en aquel día, pues en las horas que siguieron hubo celebración.

La nueva y su posterior fiesta despejaron cualquier temor en la familia de Banron. Su hija ya dejó de pensar en una posible invasión y se dedicó sin preocupaciones al aprendizaje y a otras tareas, y de esta manera todo el pueblo se adentró en unos meses de paz acunada por el otoño recién llegado.
No obstante, en un día de primavera llegó un mensajero proveniente de Rhodea, la capital, y reunió a todos los guardias a su alrededor. Lo que les dijo no llegó a oídos de los aldeanos en aquel momento, quienes pasaban cerca del concilio y miraban de soslayo. Hasta que fueron llamados, y esto escucharon al mismo tiempo:
—Desde hoy estos soldados harán cumplir las nuevas leyes. Pues sabed… pueblerinos, que el rey se ha propuesto cambiar el país para llevarlo hacia un esplendor que nunca hemos conocido —sus palabras generaron mucha expectación—. Primero: debéis trabajar el doble de horas; oficios como el de enseñante, sanador u obrero quedan suprimidos, y la práctica de estos trabajos estará prohibida. Segundo: debéis renunciar a todo aquello de valor y entregarlo a los guardias en la casa de guardia, allí será almacenado hasta que sea recogido. Tercero: los alimentos que obtengáis de la tierra tendrán que ser entregados; debéis comprarlos con la paga que se os dé por vuestro trabajo, al igual que el agua.
—¡¿Está diciendo que tendremos que pagar por lo que nosotros mismos cosechemos?! —dijo un hombre mayor, tan molesto como la mayoría de vecinos.
—No tienes derecho a dirigirte a mí. Si osas volver a hacerlo, serás arrestado —dijo el hombre de Rhodea.
—¿Cómo te atreves tú, sinvergüenza, a venir a darnos órdenes? ¡Rufián! ¡Embustero! —gritaron los vecinos.
—¡Guardias, arrestad a estos pordioseros! ¡Ejecutad a los que se resistan! —les dijo a los soldados de Ólmoran.
Pero estos dudaron, pues eran honestos de corazón y conocían a todas aquellas gentes. Y a pesar de que ese hombre les había ofrecido grandes recompensas a cambio de obediencia, ni el peso de todo un castillo de oro aliviaría la culpa en sus corazones.
—¡Me rehúso! —dijo el capitán de la guardia. Sus compañeros le apoyaron, echando mano a las armas.
El hombre los miró con el ceño fruncido, mordiéndose los labios. Pasó unos ojos iracundos por cada uno de los vecinos de Ólmoran, escupió en el suelo y se marchó a toda prisa, pateando a su caballo.

La inquietud que dejó atrás tardó en atenuarse, mas no fue olvidada. Varios días se arrastraron por Ólmoran sin que nada sucediera, y los vecinos miraban a cada amanecer con suspicacia, a cada noche con temor. Banron lamentaba que su hermosa hija ya no cantara, pues empleaba la voz para hablar de nefastas suposiciones más que para recitar poemas. Todo quedó rodeado por grises nubes de inquietud, hasta que fueron despejadas por un soplo de viento.

Este provenía del norte, y no traía nada bueno para el colorido abril. Unos hombres ataviados como aquel que había alarmado a los vecinos irrumpieron en la aldea, pero no se detuvieron a conversar con los guardias.
—Deponed las armas —dijo uno—. A partir de ahora nosotros nos encargaremos de este maloliente lugar. Soy Tágarot, el nuevo capitán. Y todo aquel que habite entre estos muros tendrá que obedecerme.
—¿Cómo osas mostrar semejante arrogancia? —le dijo Kelres, el capitán de Ólmoran—. No importa que seáis soldados o bandidos, no permitiré que sometáis al pueblo.
—¡Lo que faltaba! —exclamó Tágarot—. Además de condenarme a vivir en este miserable lugar, tendré que limpiarlo primero…
Y sin mediar más palabras, empuñó el látigo que le pendía de un costado y atrapó el brazo de Kelres. El bravo capitán resistió y tomó el arma con su mano izquierda, pero entonces, con una facilidad sobrenatural, Tágarot tiró del látigo y le cercenó el miembro. El soldado de Ólmoran se sintió aterrorizado ante lo que acababa de suceder, y todo el que contemplaba la escena quedó asombrado.
—¡Estúpidos! ¿Creéis que la Guardia Real está formada por guerreros cualesquiera? ¡Rendíos, u os arrancaré los miembros y las cabezas!
Kelres cayó al suelo, sangrando, y a su cuerpo pesado le siguieron las espadas de sus compañeros.

Los hombres de la Guardia Real entraron todos en el pueblo, algunos arrastrando caballos que tiraban de carruajes. Los vecinos pronto descubrieron que uno de aquellos vehículos era para todo objeto de valor que poseyeran, y otro para algo más doloroso aún: toda mujer que fuera hermosa. Tágarot no dudó en ordenar que cualquier mujer de cuerpo bello fuera maniatada y llevada al carruaje, sin importar los años que tuviera. Casa por casa, los soldados de la capital fueron arrancando a las mujeres de sus hogares, de sus maridos y de sus hijos, y hubo mucho llanto y heridas o muerte para quienes se resistieron.
Uno de ellos fue Banron, que se había encerrado en la casa con su esposa y su hija. Eredhri estaba escondida bajo la cama, y sus padres empuñaban hachas de cortar que se habían resistido a entregar. Pero el mismo Tágarot irrumpió en el hogar, arrancando el pomo de la puerta para entrar.
—Veo una hermosa dama aquí. Bien, te vienes con nosotros —se apartó para dejar pasar a otros dos hombres, y uno de ellos portaba una cuerda.
—¡Marchaos! —gritó Banron, lanzándose hacha en mano contra uno de ellos. Pero fue repelido con facilidad y cayó al suelo. Antes de que pudiera levantar la cabeza, Anbina ya estaba siendo atada.
—¡No! —gritó entonces Eredhri, delatándose. Tágarot caminó hasta la cama con dos zancadas y la arrastró fuera de su escondite.
—¡Una joven muy dulce y hermosa! Creo que esta le gustará al rey. ¿Eres virgen, muchacha? —le dijo, acercándose a su rostro.
—¡Suéltala! —dijo Banron, arrojándose sobre él.
Pero en ese momento Anbina logró deshacerse de los captores por un segundo, y se interpuso entre su marido y el capitán de los guardias reales.
—¡No lo hagas, te matarán! —luego bajó el tono de voz—. Vive, solo así podrás arreglar las cosas.
Banron se quedó paralizado ante la duda, pero los soldados le empujaron sin cuidado y atraparon a Anbina de nuevo, y Tágarot levantó a la joven Eredhri por los cabellos.
Sus voces se perdieron por la puerta entre los gritos de las mujeres, mientras el desdichado hombre sentía que la vida misma se le escapa del cuerpo. Lloró, temblando de rabia e impotencia, y buscó el hacha con odio crispándole las manos, pero ya no estaba.
—Se la llevaron. Se lo llevaron todo… —murmuró, antes de llorar con más fuerza.

En horas del crepúsculo, pocas mujeres quedaban en Ólmoran, y los cadáveres de aquellos que intentaron resistirse habían sido arrojados a la escuela, que ya no se usaría más. Mientras la oscuridad se hacía cada vez más densa, los aldeanos fueron reunidos ante los nuevos guardias de la aldea, enfrente de la puerta de Ólmoran, y recibieron órdenes y amenazas que, con los cuellos apretados por la pena y el miedo, aceptaron.
Entonces todos partieron, los guardias se alejaron hacia el edificio en el que se instalarían, y solo uno de ellos avanzó para cerrar la puerta de Ólmoran. Pero el corazón de Banron vio allí una oportunidad que no alcanzaba a comprender del todo, y arrancándose por un segundo la capa de desdicha que le asfixiaba el alma, echó a correr con lo que llevaba encima, y alcanzó el oscuro umbral antes que el soldado, y se lanzó allí por donde le habían arrebatado lo que más amaba.
—¡Eh, tú! ¡Vuelve aquí! —dijo el soldado, persiguiéndolo unas pocas yardas. Hasta que se dio cuenta de que nadie se había percatado de la escena.
Entonces se conformó con el trabajo que hasta el momento había hecho, se dio la vuelta y cerró, dándole la espalda a un simple aldeano. No obstante, un simple soldado nunca podría comprender las acciones que el más modesto de los hombres sería capaz de emprender, aunque en un principio solo pensara en su familia.
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Megan
Beatlemaníaca
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Re: Ventana al Norte

Mensaje por Megan »

Bienvenido al foro Believe :D

Esperamos que sigas posteando la novela, muchas gracias por participar.
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lucia
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Re: Ventana al Norte (Novela fantasía)

Mensaje por lucia »

Deberías esconder a Elhedri en algún sitio mejor que debajo de la cama. Es demasiado inocente para alguien a quien pintas tan malvado como Tágarot :lista:
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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