El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

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La pianista que se volvió invisible


Me encanta indagar en la vida de aquellos artistas cuya obra admiro. Tal es el caso del compositor y pianista Erik Satie. Sus Gimnopedias, sin ir más lejos, son mi compañía favorita en esas tardes lluviosas en las que las calles se quedan solitarias y en los cristales de las ventanas tintinean las gotas de agua...

Buscando precisamente información sobre ese normando que alardeaba de ser un vikingo en el exilio, me topé con un cuadro de Santiago Rusiñol donde al músico se le ve en actitud ensimismada, mientras escucha cómo toca el piano una elegante joven vestida de rojo. En ese primer contacto visual con el lienzo, mi interés estaba centrado en el compositor y de la pianista solo retuve que era mallorquina y se llamaba Matilde Escalas.

De eso hace ya más de un año y casi me había olvidado totalmente de ella. Pero días atrás un amigo me mostró una reproducción del mismo cuadro, realizada por un pintor a quien parece que le molestaba la presencia de Satie. En el nuevo lienzo la joven vestida de rojo sigue sentada al piano, la mirada abstraída, mientras interpreta una romanza compuesta por ella misma; y la única diferencia con el original es que esta vez no hay ninguna otra silueta humana que le robe protagonismo a la pianista.

Santiago Rusiñol A Romance Paris 1894 sin.jpg



Creo en las casualidades necesarias y este segundo encuentro con la imagen de Matilde Escalas lo he considerado una señal de que debía de indagar en su vida. Me he enterado así de que fue una mujer culta, talentosa y atrevida, en unos tiempos en los que solo a los hombres se les permitía ser cultos, talentosos y atrevidos. Y que tal vez por eso, porque era una mujer demasiado cultivada y libre para la época en la que le tocó vivir, su recuerdo ha permanecido injustamente velado bajo una densa niebla de olvido.

Pero remontémonos mejor a sus orígenes y vayamos desgranando, paso a paso, lo que se sabe de la vida de esa pianista, intrépida y contradictoria, de finales del siglo XIX. Y digo intrépida porque fue capaz de marcharse a Paris para vivir de forma bohemia, así como de abandonar a su marido nada más salir de la iglesia; pero también contradictoria porque a partir de cierto momento, por razones sobre las que solo caben especulaciones, la que había sido una chica elegante y atractiva pasó a ser una mujer gruesa y anodina. O dicho de otra forma, dejó de cuidar su aspecto físico y se volvió invisible para los ojos de la mayoría.

En 1870 nace Matilde en el seno de una familia donde la música era el pan nuestro de cada día. Porque en casa de Jaume Escalas y Rosa Chamení, antes de que nacieran los miembros de su numerosa prole —Catalina, Matilde, Rosina, Jaume, Fèlix, Victòria y Ernest—, ya se organizaban veladas en las que se interpretaban obras de Mozart, Beethoven o Chopin, así como piezas de salón de los que en ese momento eran los mejores compositores de la isla.

Aunque trabajaba como apoderado de banco, el padre de Matilde sentía pasión por la música y no dudó en montar un negocio de importación de pianos y órganos desde Dresde y Nueva York. Una aparente excentricidad que se entiende mejor cuando se tiene en cuenta que, a su vez, el padre de Jaume Escalas no había escatimado esfuerzo a la hora de salvar el órgano barroco de la iglesia de Santo Domingo de Palma. El templo iba a ser derribado tras la desamortización y, antes de que esto sucediera, ordenó que el órgano fuera despiezado y transportado en barco hasta Cal Reiet, la casa de campo del los Escalas en Santanyí, donde el instrumento fue montado de nuevo.

El padre de Matilde se preocupó de que todos sus hijos recibieran formación musical y trató de contagiarles la gran pasión que él mismo sentía por la música. Su esfuerzo fue recompensado, ya que Catalina y Matilde fueron excelentes pianistas, y Jaume tocaba con cierta destreza el clarinete y el violín. Además, Matilde componía obras para piano a las que Rosina, la poeta de la familia, les ponía letra y Victoria, que tenía una bella voz, las cantaba; y cuyas partituras eran decoradas por Fèlix, gran aficionado a la pintura. Estas veladas musicales, con participación de casi todos los miembros de la familia, solían tener lugar en Cal Reiet, por lo que hubo una generación de niños de Santanyí que crecieron escuchando el sonido del piano de cola que había en el salón de la casa de campo de los Escalas Chamení.

De los siete hermanos, las más talentosas fueron Catalina y Matilde. Pero mientras que la primogénita se casó pronto con un compositor musical y casi dejó de dar conciertos, Matilde se continuó dedicando a la música durante toda su vida. Su formación artística comenzó en La Criança, la escuela musical de Palma; y luego en Barcelona, a donde la mandaron sus padres siendo muy joven. Se alojaba en casa de unos parientes, pero pasaba la mayor parte del tiempo en compañía del maestro Pedrell, del que recibía clases de piano y de composición. Por aquel entonces, Isaac Albéniz era otro de sus alumnos y fue él quien introdujo a Matilde en el círculo de artistas bohemios que había a la sazón en Barcelona.

Fue así cómo Matilde conoció al pintor Santiago Rusiñol. Este encuentro iba a representar un punto de inflexión ascendente en la vida de la joven, que no dudó en marcharse con él a Paris. En la capital francesa, compartieron un apartamento de Montmartre y, aunque no se sabe con certeza el tipo de relación que existió entre ambos, en 1891 Matilde posa a medio vestir para el cuadro Interior con figura femenina. Que se prestara a ello sugiere que, durante la etapa parisina, el pintor y la pianista compartieron algo más que habitación y círculo de amigos. De hecho, en su familia hubo siempre la creencia de que, a partir de ese momento, Matilde estuvo enamorada del pintor hasta su muerte.

Interior con figura femenina 1891.jpg


En esa época, Rusiñol solía incluir figuras humanas en sus cuadros y usaba como modelos a sus amistades. No es extraño, pues, que inmortalizara también a Matilde tocando el piano en compañía del compositor Erik Satie, quien era buen amigo suyo. Hay quien opina que, gracias al pintor, Matilde se introdujo en el mundo de la bohemia parisina y se codeó con músicos como Satie y Albéniz; quienes, a su vez, la introdujeron en los círculos de la Schola Cantorum de París y propiciaron que le publicaran algunas de sus composiciones para piano. Pero también hay quienes son de la opinión de que la compañía del pintor le hizo sombra a Matilde y que su trayectoria profesional habría sido más exitosa si hubiera viajado sola a París.

En cualquier caso, la Matilde veinteañera no solo vivió con intensidad esa etapa de vida bohemia parisina, sino que debió cogerle gusto, porque a su regreso siguió participando en las veladas musicales y artísticas que tenían lugar en el café Quatre Gats de Barcelona. El local había sido inaugurado en 1897 por Rusiñol y sus amigos Ramón Casas y Miquel Utrillo, hijo, este último, de Suzanne Valadon: la única amante conocida de Satie. Y en las reuniones que se celebraban en ese café se consumían sustancias poco recomendables, pero que estaban muy de moda en Paris, donde las damas se reunían para inyectarse morfina usando lujosas jeringas adornadas con brillantes y metales preciosos. Por aquel entonces Santiago era adicto a ese estupefaciente y es probable que Matilde lo consumiera en alguna ocasión.

Mientras vivieron en la capital francesa, ambos hicieron escapadas a España, como lo atestigua la fotografía tomada en 1893 en las escaleras de Raixa, en la sierra de Tramontana. En la instantánea, Matilde y Santiago posan junto con el resto de la familia Escalas Chamení. El pintor se halla sentado sobre el león de la baranda izquierda de la escalera y, a su lado, la pianista que parece estar más preocupada de él que de la cámara. Matilde tenía entonces 23 años y es muy probable que aún pensara que lo suyo con el pintor iba a ser duradero.

Pensamiento que Santiago alimentó, quizás de forma involuntaria, cuando en esa visita a Mallorca pinta el cuadro Al costat de la porta de Sant Antoni y, en la parte inferior del lienzo, escribe: «A la señorita Matilde Escalas, recuerdo de su admirador Santiago Rusiñol». O cuando al año siguiente le pide que pose tanto para el ya mencionado cuadro en compañía de Satie, como para el de Miss MacFlower, en el que Matilde aparece con el rostro coquetamente recubierto por un velo y un ramo de flores en las mano; o el titulado Figura femenina, en el que, vestida con un recatado traje negro, posa de nuevo de perfil y con su inconfundible penacho de pelo revuelto en la nuca. En este último lienzo hay un espejo al fondo en el que se ven reflejados los rostros de la pianista y del pintor; detalle que debió constituir una suerte de premio de consolación para una mujer enamorada de un hombre que nunca iba a mencionar su nombre ni en sus cartas ni en ninguno de sus otros escritos.

Cabe suponer que la ilusión de Matilde comenzara a desvanecerse cuando Santiago, tras traer su colección de hierros viejos al Cau Ferrat, regresó a París y tuvo una aventura amorosa con Clotilde Pignel, hija del propietario de la casa de pinturas donde el pintor se abastecía de material. Clocló era por aquel entonces una bella joven que no tenía reparo ni en hacer de modelo para los pintores ni en intimar con algunos de ellos. Para colmo, la esposa de Santiago, Lluïsa Denís, de la que el pintor llevaba una década separado, toma la firme decisión de que no abandonará al padre de su hija, a la sazón morfinómano y enfermo, hasta que recupere la salud. Santiago se siente acorralado y, con tal de que su mujer lo deje en paz, accede a internarse en un centro de desintoxicación en Boulogne-sur-Seine.

No cabe duda de que, al igual que la huida de Matilde a París con el pintor supuso un punto de inflexión ascendente en su vida, el que Santiago, una vez dejó de ser un adicto a la morfina, decidiera dejar de frecuentar el círculo de amigos bohemios y, por amor a la hija común, volviera a convivir con su mujer, significó un nuevo punto de inflexión en la vida de la pianista, solo que en esta ocasión descendente. Y es que, cuando en 1901 el pintor hizo una segunda visita a Mallorca y se encontró de nuevo con la familia Escalas Chamení, llevaba ya un tipo de vida en el que Matilde había dejado de tener cabida. Con anterioridad, su única rival verdadera había sido la morfina, de la que Santiago llegó a decir: «Ya no te dejaré, morfina; ya soy todo tuyo, ya me tienes por entero; ya, aunque quisiera, no podría […] Me harás sufrir mucho, ya lo sé, pero moriré besándote, adorándote, idolatrándote.». Ahora, en cambio, la pianista tenía como oponente a Lluïsa, una mujer de carne y hueso.

En esa época, aunque Matilde hubiera superado ya la treintena, según una foto tomada en 1903, continuaba teniendo una silueta elegante y esbelta. No obstante, como si fuera un primer aviso de que el declive de su lozanía comenzaba, el rostro se le había redondeado mucho. Ese mismo año, regresa definitivamente a Palma y, ya sea por despecho hacia ese amor no correspondido u obligada por la familia, se casa con Antoni Rosselló Sendra: un hombre diez años más joven que ella y con el que nunca llegaría a convivir. Hay quien afirma que el mismo día de la boda, al término de la ceremonia, en la puerta de la iglesia la esperaba otro hombre con una moto y un sidecar. Matilde se fuga con el motorista, y durante un tiempo nadie sabe dónde está ni qué es de su vida. Solo de vez en cuando mantiene algún contacto con la familia, como atestigua la postal que en 1905 le manda a su hermana Victoria y en la que le dice que se encuentra bien; o el hecho de que, en cuanto se declaró la república, su hermano Fèlix se encargara de tramitar su divorcio alegando como motivo el adulterio.

En su momento hubo rumores de que la familia le había «comprado» un marido por hallarse Matilde embarazada; otros afirmaron que fue porque no resultaba conveniente que una mujer de esa edad y con un pasado tan licencioso continuara soltera. A día de hoy, la causa de esa boda fugaz continúa siendo un misterio. Y es que a nadie le consta que Matilde tuviera un hijo y, si el marido era una tapadera para acallar chismes, choca el posterior divorcio. Pero lo cierto es que a partir de ese momento la pianista desparece de la vida pública y se vuelve casi «invisible» hasta el final de sus días.

Aunque en adelante no resulte fácil seguir sus pasos, se sabe que la joven esbelta y deportista de antaño se abandona y comienza a engordar. En la familia se cuenta la anécdota de que un día entró en el salón comedor de la casa familiar un ratón y que Matilde, aterrorizada, se subió en una mesa. Y era tal su obesidad que, a la hora de bajarse hubieron de ayudarle seis hombres. Por qué se abandonó de esa manera es otro misterio. Hay quienes dicen que, tras dar a luz al supuesto hijo, no recuperó la figura de otrora y se dejó ir; otros opinan que no tener ya cabida en la vida de Rusiñol la deprimió mucho y eso le hizo buscar consuelo en la comida.

Especulaciones aparte, lo único cierto es que en Matilde Escalas se convirtió en una mujer obesa y que, a su muerte, entre sus pertenencias encontraron una libreta con recetas de platos típicos de cocina mallorquina y francesa. Cabe, pues, también la posibilidad de que a la pianista le gustara cocinar y la buena mesa y, perdida la lozanía de la juventud, optara por no reprimir por más tiempo su gula. En todo caso, sería muy injusto centrarse exclusivamente en su declive físico y olvidarse de que, durante ese periodo de menor visibilidad, Matilde siguió tocando el piano y también componiendo.

En efecto, durante las primeras décadas del siglo XX, la pianista colaboró con su antiguo profesor Felip Pedrell y con su amigo Isaac Albéniz. Se sabe que su principal función en el grupo era la revisión de las instrumentaciones. Pero Matilde compuso también canciones y dio algún que otro concierto, por lo que no se puede descartar que alguna composición totalmente suya fuera publicada, solo que sin que ella figurara como autora. De esa época de menor visibilidad, es también su nombramiento provisional como profesora de música en la Escuela Normal de Maestros de las Baleares, donde haría una buena labor como pedagoga.

La existencia de etapas con experiencias vitales tan diferentes tuvo su reflejo en las obras que Matilde compuso a lo largo de su vida. Así, sus composiciones más tempranas mostraron una clara influencia de la música de Verdi y de Rossini; después se pasó a la composición de lieder siguiendo las corrientes alemana y francesa; y por último, adoptó un estilo wagneriano influenciado por Pedrell y por el ambiente musical de Barcelona. Siendo ya profesora de música, aunque compuso alguna que otra obra para harmonio, el grueso de sus creaciones fueron himnos escolares y canciones para coros, dedicados en su mayoría a sus alumnas.

El 15 de febrero de 1936, murió en la ciudad de Palma una Matilde obesa y madura —tenía 65 años— en la que poco debía quedar ya de la joven intrépida que tuvo la osadía de marcharse a Paris con Santiago Rusiñol para intentar ser una más de la bohemia parisina. Cuando muere, llevaba demasiados años viviendo de forma discreta y para la prensa mallorquina la noticia no fue tanto la muerte de una intérprete y compositora oriunda de Palma como el hecho de que su hermano Fèlix, quien a la sazón ocupaba un importante cargo público en Barcelona, asistiera a las exequias que tuvieron lugar en la iglesia de Sant Jaume.

Varias décadas después, el 14 de abril de 1962, en el Noticiario de Madrid, en una reseña sobre el hundimiento del Titanic, se menciona que la última pieza que se tocó en el buque se titulaba Otoño. La noticia fue recortada por Fèlix Escalas y guardada junto con otros papeles de su hermana. Tras el fallecimiento de Fèlix, el recorte fue encontrado por sus hijos quienes, al ver el interés que le había causado la noticia a su padre, concluyeron que el mencionado Otoño debía ser obra de su tía Matilde. Nada demuestra que tal hipótesis sea cierta. Pero, si algún día se le diera credibilidad y los medios de comunicación se hicieran eco de ella, volvería a ser injusto que a Matilde Escalas se la recordara más por esa anécdota sensacionalista que por su trayectoria artística.

Mi nula formación en la materia me impide poder juzgar personalmente sus méritos profesionales. Pero recientemente le pedí a un amigo, con una excelente formación musical, que escuchara un par de piezas inéditas de Matilde Escalas y me diera su opinión. En ambos casos, su respuesta fue rotunda y un tanto desconcertante: «Es un waltz anodino, carece de alma» y «Está bien, es agradable, pero le falta un corazón latiente», me dijo de Stanley y Tristeza, respectivamente. Pero, como me gustaría concederle el beneficio de la duda y seguir pensando que el olvido de la mallorquina es injusto, me digo que esas piezas tal vez sean dos obras menores de la compositora; y a falta de algo más sólido en lo que basar mi defensa, recurro a ese lienzo de Santiago Rusiñol en el que el gran Erik Satie escucha, absorto, la mirada perdida, cómo Matilde interpreta al piano una romanza compuesta por ella misma…

Santiago Rusiñol A Romance Paris 1894.jpg

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Extraído del libro de reclamaciones del más allá




Matidle en 1890 (20 años).png



¡Qué fácil es juzgar a los demás desde la ignorancia! ¡Con qué frivolidad se interpreta mi conducta sin haberme siquiera conocido! Intenté vivir la vida que supuse que era la mía, pero me fue imposible. Me rebelé contra los convencionalismos y me uní a aquellos que creía libres. Pero no tardaría en descubrir que entre los artistas había más pose que verdadera libertad.

Desde pequeña mi padre trató de inculcarnos a todos la pasión por la música. Conmigo lo consiguió. No solo amaba las notas que mis dedos le extraían al piano. Me gustaba también el tacto de las teclas, el sonido de las cuerdas, el aire vibrando en el interior de la caja, la resonancia del instrumento, la de todo mi cuerpo…

No me conformaba con interpretar siempre las obras de otros. Deseaba componer, crear un mundo propio. Pero solo lo conseguí a medias: era una mujer y como a tal se me trataba. De nada sirvió que me marchara a Paris e intentase ser una más de la bohemia. Porque, aunque a ellos les gustaba contar con una presencia femenina, ninguno me tomó del todo en serio como artista.

Reconozco que también yo tuve parte de culpa. Cometí el gran error de enamorarme y, por amor, me comporté como si fuera una modelo más de las muchas que pululaban por Montmartre. Posé para Santiago a medio vestir y la visión de ese lienzo contribuyó a que los demás me vieran más como una musa que como una verdadera pianista.

No me arrepentí de haberlo hecho: estaba enamorada y fue un halago que quisiera inmortalizar nuestro día a día más íntimo. También me pintó tocando el piano y eso me hizo creer que Santiago sí se tomaba en serio mi arte. Ahora, en cambio, con la perspectiva que da el paso del tiempo, me digo que él era pintor y no músico. Y que probablemente aquel día no cogió los pinceles pensando en mi arte, sino porque deseaba atrapar la belleza del instante.

Erik, el gran Erik, nos visitó esa tarde. Yo acababa de componer una romanza y quise aprovechar la ocasión para conocer qué opinaba de ella un compositor de su talla. Sin previo aviso, me senté al piano y comencé a tocar pensando en él. Pero, en cuanto mis dedos rozaron las teclas, me olvidé de su presencia y me sumergí, como siempre, en ese mundo sensual e indescriptible que es la música.

De vuelta a la realidad, Erik me dijo algunas palabras elogiosas sobre la pieza. Mas las dijo sin demasiado entusiasmo y eso me hizo pensar que las había dicho solo por cortesía. Con todo, cuando Santiago me mostró el lienzo ya acabado y fui consciente de que Erik había escuchado mi música con mucha atención, sentí un gran orgullo.

Estar enamorada jugó en mi contra. Había veces que, en lugar de dedicarme a componer, me dedicaba a mirar cómo pintaba Santiago. Me volví, además, muy celosa. Tan celosa que hasta la morfina me encelaba. Aquel líquido transparente le producía una euforia que yo no era capaz de producirle. Quise probarla para estar más cerca de él. Pero Santiago, que a veces se comportaba conmigo como un segundo padre, me lo prohibió.

Cuando fuimos juntos a Mallorca y me escribió aquella cariñosa dedicatoria en el cuadro de la puerta de San Antonio, me dije que lo nuestro aún tenía futuro. Pero ese mismo año posé dos veces más para él y, a petición suya, lo hice vestida de forma elegante y recatada. Y aunque en uno de los cuadros dibujó su rostro y el mío reflejados en el mismo espejo, los hizo aparecer muy distantes el uno del otro. Estos pequeños detalles hicieron que me preguntase si aquella no era una forma velada de decirme adiós.

matilde real y cuadro.jpg


La aventura de Santiago con Clocló confirmó mis temores. Pero como ella era una mujer con fama de casquivana, supuse que sería algo muy pasajero y el tiempo me dio la razón. Lo de su visita a Mallorca en compañía de Llüisa, en cambio, sí que fue un golpe bajo del que nunca me llegué a recuperar. En los días de Montmartre, Santiago me había contado el infierno que había vivido por su culpa y me resultaba increíble que pudiera vivir de nuevo con ella.

Según me contó, al mes de nacer la hija de ambos, se habían casado para huir de su abuelo, cuya pretensión era que se hiciera cargo del negocio textil de la familia. Pero no tardaría en darse cuenta que los celos de su mujer eran una cárcel aún más insufrible. Tanto que se marchó de viaje por toda Cataluña en compañía de su amigo Ramón Casas. Durante esa escapada, pudo pintar a sus anchas y por primera vez se sintió un hombre libre. A su regreso no dudo, pues, en separarse de su carcelera y, como sabía que yo soñaba con ir a Paris, me propuso que fuéramos juntos.

Por eso, que volviera a estar viviendo con ella me parecía inconcebible. Durante su estancia en la isla, intenté hablar a solas con él. Pero Llüisa se había convertido otra vez en su inseparable sombra y no pude hacerlo. Aunque fuera evidente que yo ya no tenía cabida en su vida amorosa, deseaba preguntarle por qué motivo rehuía también al resto de sus amigos o por qué ninguno aparecía ya en sus cuadros. Desde que había vuelto con ella, de sus lienzos habían desaparecido las figuras humanas y yo sospechaba que era por miedo a despertar sus celos.

Cuando abandonaron la isla, la certeza de que hasta mi amistad con Santiago era agua pasada, me hizo ceder ante las presiones familiares. Tenía treinta y tres años y estaba harta de escuchar comentarios hirientes. Incluso mi madre consideraba que iba camino de convertirme en una solterona en boca de todos los isleños. Y sí, me casé con Antoni por pura conveniencia. Era mucho más joven que yo y eso me halagó en un primer momento. Pero la víspera de la boda recordé los días pasados en París con Santiago y entendí que era absurdo seguir adelante con aquella farsa.

Sé que no jugué limpio con Antoni. Mas… ¿qué otra cosa podía hacer? Quería demasiado a mis padres para hacerles pasar por la vergüenza de tener que anular la boda a última hora. No me quedó otro remedio que acudir a la iglesia y prometer amor y fidelidad en falso. Lo de que a la salida de la ceremonia huí en un sidecar con otro hombre no es cierto. La primera noche la pasamos bajo el mismo techo. No ocurrió nada, sin embargo, porque ese era mi deseo y, aunque a regañadientes, Antoni lo respetó.

Esa noche la pasé en vela. Me parecía inaudito estar atrapada en aquella suerte de ratonera, casada con un hombre al que ni siquiera deseaba. No dejé de preguntarme qué había sido de la joven intrépida que, desafiando a todos, se había marchado a Paris dispuesta a consagrar su vida a la música. En cuanto amaneció, me fugué sin decirle a nadie, ni siquiera a él, a dónde iba. Necesitaba estar sola para poner orden en mi cabeza. Seguía amando la música y confiaba en que ella pudiera ser mi tabla de salvación.

Cuando regresé a la isla, hice todo lo posible por pasar desapercibida. Mi intención era volverme invisible como mujer para que los lugareños dejaran de murmurar. Lo que no esperaba es que también dejaran de ver a la pianista. Seguí componiendo e interpretando. Mas ya no era ni joven ni bella, las dos cualidades por las que seguramente Santiago decidió inmortalizarme tocando el piano para Erik. Me costó aceptarlo, pero al final lo hice: era mujer y, sin juventud y sin belleza, estaba también acabada como artista.

Me abandoné, lo reconozco, y engordé mucho. Mi cuerpo había perdido su lozanía y, sin esta, no tenía sentido seguir pasando hambre para tener una cintura de avispa. La música y la comida era todo lo que me quedaba y a ambas me aferré. Entre mis sueños de juventud no había estado el ser profesora. Acabó siendo, sin embargo, una tarea gratificante que daba sentido a mi vida. Me volqué con mis alumnas y traté de sembrar en ellas la misma semilla de la música que mi padre había sembrado en mí de niña.


matilde escalas.jpg


¡Con qué ligereza me desprecian algunos por haberme abandonado a la gula sin conocer las circunstancias que me llevaron a hacerlo! De joven, cuidé mi aspecto físico y me formé con la ilusión de llegar a ser una gran pianista. Pero cometí el error de enamorarme y eso provocó que no me dedicara de lleno a la música cuando aún tenía la lozanía necesaria para que me perdonasen el ser mujer. Y cuando me desengañé y quise ponerle remedio, ya era demasiado tarde.

¡Y qué fácil es juzgar la obra de los demás y tacharla de que carece de corazón latiente! Si es usted unos de esos hombres que solo admiran a la mujer por su belleza o su elegancia, y la consideran incapaz de crear música con alma, mire a la pianista, todavía joven y bella, que pintó Santiago Rusiñol e imagínesela tocando la música que más le plazca. Pero, por favor se lo pido a todos, ¡déjenme tocar el piano en paz!



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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


Nuevo cielo, Cata, por unas semanas. Aquí no hay mar, pero a cambio el color del cielo es de un azul más grato. Y eso que hoy no está limpio del todo.

Paisaje del encierro.jpg


Esta mañana me ha chocado ver una parejita de aguzanieves (Motacilla alba), correteando por el parque; y me ha chocado porque las tengo asociadas a las mañana frías de invierno y hoy no hacía ni pizca de frío.

Imagen



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Tolomew Dewhust
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Tolomew Dewhust »

La mañana en que pude conocer al hombre descalzo

Me ha gustado saber de tu Matilde, solo a ti se te ocurre indagar y escribir sobre una mujer que sale retratada en un par de cuadros. Me fascina eso de ti, y me ha gustado conocerla más a través del primer relato que del autobiográfico. Si tú no hubieras sentido curiosidad por ella, los que estamos aquí nunca la hubiéramos conocido.

En casa tenemos un elfo. Es un peluche de tamaño mediano tirando a pequeño vestido como Papa Noel. Llegó a casa el 1 de diciembre junto a una nota manuscrita en el que se presentaba diciendo que era un chivatillo de Papa Noel y que estaría al tanto del comportamiento de los niños; que no se le puede tocar, salvo que se haga mientras se canta un villancico; que había que bautizarlo y que era un tanto travieso... Sandalio lo han llamado los niños -idea del más pequeño.

Me desperté un día con un bigote dibujado con rotulador permanente. Otra mañana estaba el salón lleno de ropa que, al parecer, el elfo había sacado de los armarios... Así andamos.

Ayer trabajé de mañana. No era mi turno pero un compañero celebraba el cumple de su niña y me pidió el favor. No soy partidario de los cambios porque, como decía un compañero ya jubilado: "lo que no está para mí no está para mí". Él vivió la etapa del plomo en el País Vasco cuando los agentes eran asesinados al mismo ritmo que políticos y militares, y bastante se jugaban el tipo los días que trabajaban como para arriesgarse a trabajar cuando no les tocaba.

En fin, que a las 14,10 de la tarde y quedando 20 minutos para terminar el servicio nos mandaron a una dirección donde se había precipitado un hombre. No creo que tardáramos más de tres minutos. Todo indicaba que había saltado desde una altura de siete pisos (desde la azotea), y, aunque tenía sangre en la cabeza no se le apreciaban a simple vista heridas incompatibles con la vida. Comprobé que no tenía pulso y comenzamos la reanimación.

Se veía en sus ojos que estaba muerto, eso se sabe enseguida. Pero a estas alturas de la película, que uno ha visto ya casi de todo, actuamos como robots, haciendo lo que hay que hacer sin apenas pensar. Además, que en esta puta sociedad nos preocupa más que nada que haya tres grabándonos con el móvil y que mañana salgamos en youtube mirando al cuerpo sin vida de aquel, esperando a los servicios sanitarios sin hacer nada.

Los médicos no tardaron en aparecer. Diez minutos después manifestaron lo que ya todos sabíamos.

Subí a la azotea y me encontré las zapatillas del hombre en la puerta de acceso a la terraza desde la que se había precipitado. Qué curioso. En 2004, durante mi período de academia, ya nos habían comentado que en muchos casos los suicidas se descalzan o se quitan las gafas, si las tienen; pero no recordaba ningún caso vivido en primera persona en que hubiera sucedido tal cosa.

Hablamos con varios vecinos y se determinó que el hombre no vivía en aquel edificio. Seguramente encontró el portal abierto, así como la puerta de la azotea...

Estos días de atrás se han suicidado tres compañeros de las FFCCSE. Es una época muy mala y se da el efecto llamada. Es absurdo lo que voy a decir, pero regresé ayer a casa pensando que si en vez de un teléfono de ayuda al que tiene pensamientos suicidas hubiera alguna forma de facilitar teléfonos de particulares con los que aquellos pudieran hablar antes de llevar a cabo el acto, tal vez alguno se evitara. Y pensé que, siendo ayer la final del Mundial de fútbol, si este señor al que traté de reanimar sabiendo que estaba muerto me hubiese llamado por teléfono hubiera sido una conversación más o menos así:

-¿Hola?
-Sí, dígame.
-¿Eres Emilio?
-Sí. ¿Quién llama?
-No, me dieron tu teléfono si...
-Ah, vale, vale... Dime, ¿dónde estás?
-No... que voy a saltar.
-Vale, vale. No quiero impedirlo si es tu decisión, solo te pido que me dejes llegar a donde estás. Una vez allí trataré de convencerte de que no lo hagas, pero, si lo haces, estaré contigo hasta el último momento...

Si era futbolero igual hubiésemos acabado viendo el partido en un bar de Cádiz, con una cocacola zero. O no.

No sé ni para qué cuento esto, en unos días me habré casi olvidado del precipitado. Por otro lado, si no escribiera sobre él le pasaría un tanto como a Matilde Escalas, que quienes estáis ahí no sabríais que una vez existió, que tenía nombre y unas deportivas que se quitó antes de saltar, y que, al menos en el final de su vida, sufrió.

Llegas a casa con un mal cuerpo que ni te imaginas. Bueno, sí te lo imaginas. Giré las llaves y me vino la chica corriendo y me llevó a un dormitorio donde Sandalio, el elfo, se encontraba sobre un puzzle de dos mil piezas que estoy montando. Casi me da un infarto. ¡Sí que salió travieso el elfo! Al mayor le había tocado el jugador Müller en un sobre digital del Fifa 23... Todo buenas noticias.
Última edición por Tolomew Dewhust el 26 Dic 2022 09:26, editado 1 vez en total.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Gretogarbo
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

Tolomew Dewhust escribió: 19 Dic 2022 12:53Ayer trabajé de mañana.
Tremenda las vivécdotas que nos cuentas, Tolomew Dewhust. Debería suponer que para ti son relativamente frecuentes, pero quiero creer que no y por eso las has dejado aquí.

De ese elfo que nos cuentas, fui sabedor de él hace apenas unos días, pero me han dicho que sólo acude a casas con niños. Una lástima porque los míos ya se afeitan. Cuando eran pequeños, ese elfo todavía no había nacido. Debe ser divertido ver sus trastadas. A ver si para cuando sea abuelo.
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Megan
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Megan »

Tolomew Dewhust escribió: 19 Dic 2022 12:53 En fin, que a las 14,10 de la tarde y quedando 20 minutos para terminar el servicio nos mandaron a una dirección donde se había precipitado un hombre. No creo que tardáramos más de tres minutos. Todo indicaba que había saltado desde una altura de siete pisos (desde la azotea), y, aunque tenía sangre en la cabeza no se le apreciaban a simple vista heridas incompatibles con la vida. Comprobé que no tenía pulso y comenzamos la reanimación...
Qué impresionante lo que contás Tolo, debe ser tremendo encontrarse con esa escena y todavía tener que actuar sabiendo que la persona ya está muerta. Lo otro, tres compañeros tuyos se suicidaron hace poco. Todo muy fuerte, muy impactante y triste. Menos mal que ese elfo estaba esperándote para darte alegría junto a tus niños.
Besos.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por lucia »

@jilguero, la última pieza de piano, si aplicas terminología de novela romántica, sería sentimental :cunao:
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por lucia »

@jilguero, la última pieza de piano, si aplicas terminología de novela romántica, sería sentimental :cunao:

@Megan, lo peor es que uno de esos compañeros, compañera en este caso, se llevó a sus hijos por delante antes de matarse ella. :evil: Lo malo de esta época es que recuerdas a todos los que se fueron, los días son cortos, parece que tengas que ser feliz por narices, los problemas no desaparecen…
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Tolomew Dewhust escribió: 19 Dic 2022 12:53 Me ha gustado saber de tu Matilde, solo a ti se te ocurre indagar y escribir sobre una mujer que sale retratada en un par de cuadros.
Me mueve la curiosidad, unida a la impotencia de leer para conocer la vida de tanta gente interesante que me ha precedido. Y dado que no se puede abarcar todo en una vida, el indagar sobre personas concretas es una manera de matar el gusanillo de la curiosidad aunque sea de forma un tanto caótica. En el caso de Matilde, la primera vez fue eclipsada por la presencia de Satie. Pero al ver otra versión de su cuadro sin Satie, ya nadie la eclipsaba y, al documentarme, me llevé la grata sorpresa de encontrarme con una mujer rompedora en su momento.

Tolomew Dewhust escribió: 19 Dic 2022 12:53 Por otro lado, si no escribiera sobre él le pasaría un tanto como a Matilde Escalas, que quienes estáis ahí no sabríais que una vez existió, que tenía nombre y unas deportivas que se quitó antes de saltar, y que, al menos en el final de su vida, sufrió.
Para mí, al menos, estos testimonios que de vez en cuando nos das me hacen más consciente de que convivo, sin saberlo, con gente que sufre mucho: tanto, como para renunciar al mejor don que tenemos la vida. Y como esas muertes se producen en la ciudad donde habitualmente vivo, todavía me conmueven más.

Desde que nos hablaste de esa primera vez que te enfrentaste con la muerte de una princesa en tu trabajo, no he olvidado a Valentine. Y que ese nombre lo lleve una de tus hijas me parece el homenaje más bonito que pudiste hacerle a aquella joven: otra manera distinta de poner en práctica ese principio de que en la vida nada sea acaba, todo fluye.... Y me pareció un gesto tan bonito, por tu parte, que acabé convirtiéndolo en una pamplina dedicada a ese Gades, hombre que cuando va uniformado es en apariencia fuerte e impasible, pero que encierra a un niño tierno y vulnerable. De igual forma, creo que tampoco me olvidaré de este hombre que, no sabemos por qué razón, se quitó las zapatillas antes de lanzarse al vacío.

Recuerdo ahora a ese hombre, relativamente joven y cargado de hijos, que yo veía pasar a veces por la calle cuando estaba en Benaocaz. Una de las veces que fui me contaron que se había ahorcado, a escasos diez metro de donde yo duermo cuando estoy allí. Y que fueron los aullidos de su perro los que alertaron a los vecinos. Quise hacerle, como tú a este otro suicida, un póstumo homenaje en una pamplina. Hay muchos que se sienten donnadies en la vida y a lo mejor, simplemente con esa conversación cara a cara que propones, los haría que desistieran de su intención. Pero incluso aunque no desistieran, el que alguien le dijera voy a estar a tu lado hasta el final, no vas a saltar a vacío solo, yo estaré allí contigo, les haría morir menos solos y haría a nuestra sociedad más humana.

Para que no se nos pierda tu testimonio en el bujío me gustaría ponerlo en el índice. Si me sugieres un nombre, mejor. Si no lo haces, pus a ver cuál se me ocurre. :wink:
Última edición por jilguero el 20 Dic 2022 13:11, editado 1 vez en total.


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió: 19 Dic 2022 17:41 Debe ser divertido ver sus trastadas.
Y tanto. Espero que en el puzle de 2000 piezas solo desordenara algunas de ellas.
Megan escribió: 19 Dic 2022 18:37 Menos mal que ese elfo estaba esperándote para darte alegría junto a tus niños.
Aunque den trabajo, tener tantos infantes en casa imagino que acaba siendo un buen salvavidas al que aferrarse después de una jornada tan dura de trabajo.
lucia escribió: 19 Dic 2022 19:16 @jilguero, la última pieza de piano, si aplicas terminología de novela romántica, sería sentimental
¿Te refieres al vals de Schubert o al preludio de Matilde? El val lo he puesto porque me he imaginado a las aguzanieves correteando al ritmo de las notas :D. En el caso de la piza de Matilde, me suena muy chopiniana.


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Esto, Cata, es ya otra cosa.

Esta mañana he caminado entre niebla y encogida dentro del anorak. Ni siquiera ahora se ha templado el día...

¡Por fin parece que estamos en invierno! :party:


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »



Y entre unas cosas y otras, Cata, ya estamos en Nochebuena y yo ni te he deseado Felices Fiestas a ti ni al resto de los bujíanos.

Para algunos estas fiestas no son ya lo que fueron, pero espero que en tu caso la presencia de algunos de tus nietos le ponga el toque de alegría que compense la nostalgia por los que ya no están.

Y como las dos estamos en esta tierra de María Santisima, les vamos a desear Felices Fiestas a todos con estos campallineros de la Niña de la Puebla. :cunao:



:60: ¡¡FELIZ NOCHEBUENA a TODOS!!! :60:





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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Teniendo aún pendiente recoger el libro de Albatross, se me ocurre que podríamos nombrar aquella experiencia La mañana en que pude conocer al hombre descalzo, ¿verdad?

Otro día y desde el ordenador os respondo adecuadamente. Hoy solo toca desearos a todos felices fiestas.

:icon_smile_blush:
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

Felices fiestas a todos desde este rincón permanentemente mojado... mojado de lluvia, que se me entienda.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por hexagono69 »

Hola Jilguero y compañía te mando estos enlaces para ver si puedes sacar algo para una pamplinita.

https://www.diariodecadiz.ees/cadiz/sin ... 30310.html

https://www.elmundo.ees/elmundo/2010/01 ... 80782.html

Y todo esto fue porque paseando por aquí vi una calle que se llama del Doctor Thebussem y mire en la web.

:hola:
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