Las noche en las arenas (relatos con vuestros avatares III)

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Nelly
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Las noche en las arenas (relatos con vuestros avatares III)

Mensaje por Nelly »

LA NOCHE EN LAS ARENAS

El desierto se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Un mar de arenas azules con grandes olas en forma de dunas en las que se marcaba el rastro apenas perceptible de sus pasos en su incesante andar.

Pocos eran los que sabían su nombre, y lo cierto era que hacía tanto tiempo que nadie lo pronunciaba que ella misma podría haberlo olvidado.

Condenada a vagar sin descanso en pos de un sol que jamás vería, Leto, viajaba hacia el oeste desde hacía décadas sin otra orientación que su propio instinto de supervivencia.

Los más viejos moradores del desierto la comparaban con el espíritu de las arenas, para los turistas no era más que una leyenda de tantas, para los osados viajeros que se habían topado con ella, una realidad tan incuestionable como que al sol le siguen las estrellas.

Nadie sabía quién era ni de dónde había venido, pero sí que buscaba con ahínco la fuente de la que manaba el viento del desierto y que, según la leyenda, estaba escondida en algún rincón del más profundo, inhóspito y alejado de su interior.

Leto avanzaba despacio bajo la antenta mirada de la escurridiza luna que una vez al mes la saludaba con todo su esplendor para ocultarse esquivamente después dejándola sumida en la más absoluta oscuridad.

Una noche, antes de despuntar el alba, se encontró con un sabio

- Tú eres la que llaman Leto, -le dijo- déjame que te vea bien.

Pero ella ocultó su rostro rápidamente, dejando expuestos a la curiosidad del anciano solo sus ojos.

- ¡Por todos los oasis! –exclamó el viejo- ¿por qué no me veo reflejado en tus ojos?

Tal era la inmensidad del desierto nocturno que los ojos de Leto no reflejaban más que la soledad que siempre la había acompañado. Teniendo que acostumbrarse a la misma en su viaje hacia la fuente del viento su mirada se había vuelto penetrante, fría e indiferente, y si bien podía absorber, como un imán, cualquier movimiento en kilómetros a la redonda, no podía reflejar nada pues nada había en ella que ofrecer, más que la búsqueda incansable de aquella meta imposible.

- No eres un ser humano normal-dijo el anciano-, pero no debes serlo para alcanzar lo que buscas, pues dicen que la fuente del viento se oculta en lo más profundo del desierto, donde ningún ser humano podría sobrevivir.

- ¿Tú sabes dónde esta? –le preguntó Leto.

- Hacia el poniente, a ocho días a caballo, dicen que hay un pozo seco en torno al cual se arremolina el viento. Sigue en esa dirección, quizás sea lo que estas buscando.

- ¿Un pozo de viento? –repitió Leto con voz dura.

Quizás merecía la pena intentarlo.
Caminó y caminó durante los ocho días hasta alcanzar una planicie en torno a la cual el viento había ido depositando las dunas como si de un pequeño tornado se tratara. Se acercó despacio pisando con precaución la arena, y antes de alcanzarlo escuchó primero el sonido de los vientos arremolinándose en su interior.

- He llegado a mi destino –dijo- solo la Fuente del Viento del desierto puede abastecer este pozo.

Inclinándose sobre él oteó el interior pero todo era oscuridad. El sol aparecería pronto, pero Leto sabía que no debía dejar que tocara su piel con sus rayos, pues si algo recordaba desde que empezara su viaje es que no debía caminar bajo el sol. Y durante décadas, lo único que había echo es caminar de noche y ocultarse de día, sin entender nunca demasiado bien el motivo.

Con una urgencia que no podía explicar, buscó dónde protegerse del cercano amanecer, pero por otro lado, con la oscuridad reinante no podría ver el interior del pozo...
¿Y si esperaba? ¿qué podría pasar?

Desoyendo esa sensación apremiante, aguardó.
Y con la salida del sol, los primeros rayos incidieron en el interior del pozo, mostrándole la fuente que se ocultaba en el fondo, y revelándole los secretos del Desierto, pues en aquellos vientos suspendidos, como cientos de motas de polvo, se hallaban los recuerdos de todos los que pisaron sus arenas alguna vez.

Como pequeñas cuentas de collar, se contaban por miles, diminutas, guardianas cada una de ellas de una memoria de un habitante del desierto. Historias de vagabundos, de comerciantes, aventureros, exploradores, reyes y esclavos, princesas y cruzados, sabios y comerciantes de esclavos.

Y entre todas ellas, estaba también su memoria. La memoria de una mujer joven, de profundos ojos azules, que lloraba junto a un avión siniestrado que las arenas del desierto se tragarían irremediablemente.

Y recordó cómo había empezado a olvidar. Y como después de vagar durante semanas hasta caer exhausta, siguió olvidando.

Y se olvidó de su nombre, de su vida, se olvidó de comer, de beber, de su propia muerte, y solo se levantaba de noche para seguir vagando y vagando sin descanso hacia el poniente.

Hasta un día que escuchó una historia a unos hombres que viajaban en caravana, al pasar junto a ellos...

- ¿Sabes que todo los vientos del desierto vienen de una misma fuente? – le decía uno a otro-, y el que llega allí puede ver todas las vidas de todos los que lo habitaron...

Y comprendiendo que ella no era más que otro recuerdo de alguien que fue una vez, Leto se evaporó en el aire, convirtiéndose en una mota más, suspendida en el viento que azota la noche en las arenas
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

Ah, no me acordaba de la mirada de Felipoween. :D Y, sin embargo, es lo que más llama la atención en el relato. Final ¿metafórico? propio de un cuento.

Hay algunos defectos de forma, Nelly, menudencias que puedes corregir si lo relees tranquilamente.
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Nelly
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Mensaje por Nelly »

Gracias, Jangel :biglaugh3:
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