Luces y sombras (terror)

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Bagrar
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Luces y sombras (terror)

Mensaje por Bagrar »

LUCES Y SOMBRAS

Los pasos le llevaban cada vez más lejos. No podía ver nada en medio de la oscuridad por mucho que lo intentara. No distinguía el suelo del techo, y su orientación se encontraba perdida en la inmensidad del vacío. "Un primer paso te lleva a un segundo, y éste a un sitio nuevo", se repetía en su cabeza. Era el único consejo que recordaba.

El recuerdo de cuando y como empezó todo se había esfumado. Había olvidado los motivos y las causas, pero no la única consecuencia, la que realmente importaba. Ahora andaba a lo largo de infinitos túneles oscuros, un laberinto sin entrada por donde empezar ni salida por la que salir. Sus sentidos, a pesar del ambiente hostil, se habían acostumbrado al menos en parte y ya percibía algún que otro fragmento de la realidad. Reconocía ya sin sobresaltarse el roce de las ratas acariciando su tobillo, el goteo incesante del agua filtrándose entre invisibles fisuras y la brisa rociada atravesando tanto hueso como carne.

Tenía frío. Su piel temblaba sin acostumbrarse a las bajas temperaturas. Un aliento de vapor salía de su garganta, aunque no podía verlo. Sabía que si se detenía moriría congelado, así que cruzaba los brazos en torno a su pecho y seguía dando largos pasos, siempre sin detenerse, siempre adelante. Nada más podía hacer.

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Las gafas mostraban unos ojos cansados por el esfuerzo pero cultos por años de dedicación. Leía cada una de las páginas sentado cómodamente en la butaca de su salón, disfrutando de una de sus mayores aficiones. Sólo necesitaba la luz de su anticuada lámpara, ambientada por una bombilla de sesenta vatios. Alternaba párrafos correosos con sorbos de vino tinto, un placer que no podía permitirse durante el resto de la semana por culpa del esclavo trabajo. Era oficinista, pero no en ese momento. Vestía su bata color crema y unas zapatillas excepcionalmente cómodas aunque muy usadas. Aún llevaba el pijama debajo. Era domingo y se encontraba solo en su hogar, sin visitas inoportunas a las que atender ni familiares a los que aguantar. Frente a su preciado reposo se alargaba el pasillo, falto de iluminación, cubierto por el gastado parquet de su vieja casa. Más lejos, ya en el otro extremo, el balcón que daba a la calle ofrecía luz para su pequeño jardín.

Ese día era especialmente silencioso. Había apagado la radio y desconectado el teléfono, tanto el de sobremesa como el de bolsillo en pos de la tranquilidad. No tenía televisión. Se había cansado de ella. Hoy se había propuesto terminar con el dichoso libro cuyas páginas ya se le hacían interminables. No era una mala novela, ni una historia carente de interés. Extrañamente consideraba su trama delirante y bien formada, con unos personajes bien definidos y creíbles. Pero como todo en esta vida, había llegado el momento de darle el empuje final para finiquitarla y pasar a otra cosa.

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El cansancio ya afectaba a su mente. Habría jurado sentir un hormigueo que recorrió su espalda de un extremo al otro. No estaba seguro si haber notado el frío gélido del laberinto o el aliento de la inevitable muerte, pues le cogió desprevenido. Ambas cosas con total seguridad. Por otra parte, su estómago protestaba con rugidos de fiero león. No lo podía contar en días, pero tenía la sensación de no comer nada desde hacía ya una eternidad, o quizás dos. La sed, en cambio, ya no era problema. Podía lamer las paredes húmedas y empapar sus labios con el preciado líquido que se filtraba de un supuesto pozo. Si bien eso calmaba la sed, también incrementaba la sensación de frío en todo el cuerpo, pues el agua parecía estar congelada.

Se sentía débil, desdichado, sin rumbo fijo y sin apenas esperanza. Buscaba una salida pero sólo encontraba oscuridad. Andaba despacio cruzando el umbral de la eterna noche, y cada paso suponía derrumbar un muro de desilusión y desánimo. Sentía como la locura llamaba a la puerta de la razón, y parecía que ambas estaban a punto de intercambiar los papeles. Se estaba rindiendo ante la desazón de escapar.

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Bebía un nuevo trago después de pasar página. Ya llevaba media botella. El hombre de los binóculos aplaudía la historia.

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El goteo del agua filtrada entre las rocas se volvía ensordecedor de tanto insistir. Procuraba taparse los oídos para no escucharlo, pero era inútil. El gota a gota penetraba en su cabeza siempre con el mismo ritmo, cada vez más adentro. Hablaba en voz alta para no escuchar su tortura. Pronunciaba palabras que ni siquiera él comprendía, frases inconexas sin sentido alguno, siempre con el único fin de dejar de escuchar. No servía de nada.

La locura llamaba a las puertas de la razón y ésta finalmente abrió. Nunca más volvería a recordar ese preciso momento en el que dejó de ser humano para convertirse en animal. Definirlo o expresarlo resultaba casi imposible, sólo semejante a cuando se rompe una botella de cristal en mil pedazos y vierte su contenido en un océano de abandono. En su caso, el cántaro que guardaba su alma se había roto y ésta permanecía libre y desprotegida ante las amenazas que esperaban el momento oportuno.
No pudo soportarlo, su mente dijo basta. Odiaba el goteo incesante del agua, aborrecía la oscuridad insuperable que le flanqueaba, escupía en su soledad impuesta y exigía la libertad que sólo la locura podía concederle. Un grito nacido desde lo más profundo de su garganta inundó todo aquello que le rodeaba, señal inequívoca de que todo había empezado.

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Se encontraba absorto en uno de los momentos más interesantes de la novela. El gángster había conseguido escapar de la policía con su amante, aunque una inoportuna herida de bala en el muslo derecho y un maletín lleno hasta los bordes de billetes cuyo propietario era su antiguo jefe minaba las expectativas de éxito en su empresa. Habría jurado haber leído al menos una docena de historias parecidas a esta, y nunca dejaban de sorprenderle. Quizás fuera un sentimiento de identificación con el protagonista lo que le unía a la novela. Si no fuera así, ya habría desistido de seguir leyendo.

Se disponía a beber un nuevo trago de vino cuando un grito aterrador le sobresaltó. Sus gafas cayeron colgando del cordón que las ataba, sorprendidas por el repentino movimiento de su dueño. No se atrevía a asegurar de donde procedía. Quizás de la calle, aunque el tráfico de los coches y las ocasionales ambulancias habrían amortiguado el sonido. Además, las ventanas se encontraban al otro lado del piso, justo al final del pasillo. También podía haber sido algún vecino. Los nuevos inquilinos de abajo ya habían demostrado excelentes dotes de incivismo reflejados en fiestas nocturnas y escándalos bochornosos. Cierto era, sin embargo, que hacía días no sabía nada de ellos. Su sorpresa y curiosidad se esfumó cuando un evidente disgusto se dibujó en su rostro. Había derramado la copa entera, manchando el viejo parquet del suelo y parte de su cálida bata.

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El problema del hambre ya lo había resuelto. Perder la razón había significado encontrar soluciones a sus problemas presentes. Sólo un loco sería capaz de morder la carne peluda de una rata de alcantarilla sin siquiera molestarse en matarla. Consideraba su sabor una delicia, un auténtico manjar digno de los más altos reyes y mandatarios de este condenado planeta. Sentía la sangre caliente chorrear por la comisura de sus labios, y no dudaba en compararlo al mejor vino de provincia.

Satisfacer el estómago fue la primera premisa del nuevo loco. Con el rugido del fiero león domado, podía dedicarse a otros asuntos. El goteo del agua había desaparecido oportunamente de su cabeza, y ahora escuchaba con claridad otros sonidos antes completamente desapercibidos. Escuchaba susurros distantes, el viento balancearse en las más altas copas de los árboles, el cantar de los pájaros en un verdoso jardín y la risa de los niños jugando en la plaza mayor. Escuchaba éstos y otros de similares en medio del oscuro túnel, rodeándole, sin siquiera atisbar un punto de luz, sin conocer pero si imaginar sus orígenes.

Pero no todos eran sonidos agradables. También escuchaba pasos a sus espaldas, pisadas lentas pero firmes que le seguían a cierta distancia. Tres veces giró la cabeza en busca de su perseguidor, pero sólo encontró la conocida oscuridad, siempre tan amenazante. Aceleró el paso para dejarlo atrás, fuera lo que fuese, mientras gotas de sudor frío empañaban su frente. No sirvió de nada, intuyéndolo a su lado.

Sintió como una mano arrugada, débil, parecida a la de un anciano difunto le agarraba el hombro. Reaccionó casi instintivamente, dándose la vuelta con gran ferocidad. Y lo encontró.

El demonio de la demencia controlaba su persona, y esa era la fuerza que le empujaba a salir de allí. En realidad era la única fuente de esperanza que disponía para salvar la vida, y se aferraba a ella con todas sus fuerzas. Si con la razón no podía escapar, quizás dejándose llevar por la locura lo conseguiría.

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Limpiar el estropicio le había supuesto cinco preciosos minutos de su ocio, además de empezar una nueva botella que reservaba para ocasiones especiales. El paréntesis también le había permitido estirar los músculos y encender la estufa de queroseno. Aunque le desagradaba el olor que ésta emitía, agradecería su calor.
Extrañamente, en su hogar había bajado bruscamente la temperatura y un frío impropio de la recién inaugurada primavera se calaba lentamente en sus huesos. La bata apenas conseguía abrigarle, y el alcohol no era suficiente.

Al hombre cuerdo le rugía el estómago. Tenía hambre, y sabía con certeza que tenía la despensa vacía. Defectos propios de un bohemio despistado. En la nevera apenas le quedaban un par de cervezas y comida demasiado caducada. Sabía de la necesidad imperiosa de bajar al supermercado, el cual no cerraba, pero cuando lo intentó una extraña sensación le apresó en el sofá. Se veía incapaz de salir del salón y cruzar el oscuro pasillo que se interponía delante de él. Sintió ante sí como los lados se curvaban hasta tocarse pared con pared. La noche había invadido su hogar, y un silencio absoluto ocupaba su mundo, a excepción del lejano goteo de una tubería olvidada. Un miedo irracional se iba apoderando lentamente de su ánimo, y decidió renunciar salir a la calle. Esperaría terminar el libro acompañándolo por el enésimo trago de vino.

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La locura se abría paso ante la oscuridad como aquel explorador que, machete en mano, corta la jungla del Amazonas. Si antes había conseguido saciar el apetito y, más tarde, afinar el oído, ahora sus ojos empezaban a distinguir figuras, siluetas enigmáticas hijas de la oscuridad. No era capaz de reconocerlas, pues un loco se ve incapacitado de distinguir aquello que se presenta evidente. Sin embargo, y en un rincón perdido de su alma, creía reconocer lo que podría ser una salida.

En medio de las sombras apreciaba un leve brillo parpadeante. En un principio se le pasó por alto un detalle tan escueto, pero pronto aseguró no equivocarse. Al fondo del pasillo, entre tuberías, arcadas y adoquines pudo vislumbrar una tenue luz que iba y venía. Fueron unos segundos, apenas un suspiro, pero suficiente para dirigirse hacia ese punto que se perdió de nuevo en la oscuridad.

Avanzaba con paso decidido, concentrado en no perder la orientación, siempre acompañado por su demonio. Ignoraba las cada vez más numerosas mordeduras de los roedores, el agua encharcada colándose en sus zapatos y el frío afilado arañando su carne. No estaba dispuesto a perder esa oportunidad, y por muy desquiciado que estuviera, su decisión era firme: saldría de ese laberinto.

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Pasaba las páginas con entusiasmada angustia. Ya sólo le quedaba el capítulo final y sentía en su estómago el cosquilleo típico de cuando uno termina algo que ya llevaba demasiado tiempo empezado. A cada frase sus gafas se deslizaban por el tabique nasal hasta que un dedo salvador las retornaba a su sitio. Pero no llegó a terminarlo. Pensaba haber superado el miedo absurdo que había sentido antes, como prueba inequívoca de juicio y valor. Un extraño presentimiento, impropio de alguien tan cuerdo como él, alguien tan culto y versado en la ciencia del conocimiento, le recordaba que estaba en peligro.

Alargó su mirada hacia el pasillo, ese extraño y misterioso pasadizo oscuro que se interponía ante él con su aura amenazadora. Tuvo la sensación que la oscuridad era más exagerada que de costumbre, casi palpable. No distinguía sombras, brillos ni nada parecido. Parecía como si la otra parte de su piso (habitaciones y sala de estar con balcón, su preciado jardín) estuviera aislada por un muro abismal. No reconocía los cuadros que deberían colgar de la pared, ni el mueble restaurado del recibidor. En realidad no observaba absolutamente nada, a excepción de una extraña silueta tan negra como la oscuridad que la rodeaba. Se intuía lejana pero acercándose lentamente. Podía escuchar el gemido repulsivo que emanaba de esa cosa. El hombre racional intentó mantener la calma. Para eso recurrió a Einstein, Voltaire y Nietzsche. Sus maestros no pudieron más que aconsejarle gritar, pedir auxilio o llamar por teléfono, pero descubrió aterrado que era incapaz de tan sencillas acciones. El miedo se había convertido en un poderoso grillete que le esposaba a su sillón, anulando cualquier resquicio de resistencia y cordura.

Goethe, Cervantes y Edison se reían de su particular situación, mientras Hemingway suplicaba clemencia por su alma. El hombre de los binoculares aguardaba sin habla.

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Desde allí lo estaba viendo. ¡Había encontrado la salida! Una brillante luz señalaba el fin de su pesadilla. Su anciano demonio le señalaba con aquellos dedos repugnantes hacia donde dirigirse. Desde allí podía saborear el olor a paz y reposo que le aguardaban. Parecía contemplar a lo lejos las puertas del paraíso, la entrada al mismísimo cielo. Quizás san Pedro estuviera esperándole con los brazos abiertos, o quizás le cerrara el portón de la felicidad eterna en sus mismísimas narices.

Tenía que darse prisa y dejarse de ideas absurdas. A cada segundo las ratas se amontonaban bajo sus pies, atraídas por el hedor de la sangre fresca. Empezaba a cojear de una pierna debido a la marca de sus dientes, pero una nueva fuerza le empujaba seguir hasta la ansiada luz. Respiraba con dificultad (parecía un asmático), y de vez en cuando emitía grotescas risas imposibles de ser refrenadas. Síntomas inequívocos de nerviosismo y de expectante libertad.

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¡No te acerques! Gritaba asustado. Incapaz de moverse, su única defensa fue arrojar todo aquello que tuviera al alcance de su mano. Lanzó a la oscuridad del pasillo un sucio cenicero de vidrio, un cuchillo de untar, a Lovecraft, a Poe, a Robert Mccammon, así como la botella de vino ya casi vacía. Todo aquello que lanzaba era tragado por la oscuridad, y el espectro que le retaba ante sus ojos se acercaba lenta pero incansablemente. Escuchaba una cruel risa burlarse de su funesto destino, como si pudiera asentir con total seguridad que era la misma muerte quién venía a buscarle. ¿Porque tenía que pasarle a él? ¿Acaso no había nadie en todo el condenado planeta merecedor de su suerte? ¿Y porque nadie escuchaba su auxilio?

Sabía que estaba perdiendo la razón en favor del miedo irracional, pero era incapaz de controlarse. Fuera lo que fuese aquello, ya se encontraba demasiado cerca para poder huir. El monstruo ya estaba aquí.

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Gemía de dolor. Los cristales esparcidos por el suelo de una supuesta botella rota se clavaban en la palma de sus pies. Un objeto duro como una roca impactó en su rodilla, haciéndole caer. Varios libros le dieron en la cabeza e hicieron que flaqueara, preso de las ratas que no dejaban de torturarle. Pero no se rendía. Por mucho que le arrojaran desde la luz, siempre se dirigiría a ella pues allí estaba su salvación.

Su anciano demonio le animaba a seguir, a escapar de aquel infierno negro a cualquier precio. Contestaba con sarna y decisión cada una de sus quejas. Al parecer san Pedro le pondría las cosas difíciles.

Arañaba el suelo con fuerza, arrastrándose como un insignificante gusano. Las marcas de sus uñas señalaban el paso. Gemía con voz rasposa, y sus ojos se volvían de un tono amarillo pues la sangre ya no le llegaba a la cabeza.

Allí delante tenía la salida, una maravillosa estampa para descansar de la pesadilla en que se había visto envuelto. Un sofá aparentemente cómodo, una hermosa lámpara creadora de luz y a buen seguro, suficiente vino y tiempo para recuperarse plenamente. Sólo tenía que librarse de ese monstruo, ese mal nacido que le privaba del ansiado paraíso.

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Sus ojos no se lo creían. Su corazón palpitaba al ritmo que el miedo le dictaba. Todas sus manos temblaban, y un blanco marchito ensució su cansado rostro. Estaba convencido de haber perdido cualquier signo de racionalidad, pues aquello que contemplaban sus ojos era, sin lugar a dudas, imposible.

Una criatura extraña y deforme, con toda seguridad de otro mundo, se arrastraba hacia él arañando el suelo con chirriante dolor. Sus piernas estaban mordidas por decenas de pequeños cortes, y un hilo de sangre continuaba su camino. Los ojos amarillos permanecían dilatados, observándole con un odio ciego que creía imposible en una criatura del señor. Sabía perfectamente que quería matarle.

Sintió sus manos posándose en su tobillo. ¿Manos? Más bien garras huesudas, afiladas como si de una rapaz nocturna se tratara. Y el era su presa. Se defendió con la poca voluntad que le quedaba, repartiendo sendas patadas que dieron en el rostro esponjoso de la extraña criatura. Pero ella no cedía, más bien todo lo contrario.
Se vio despojado de su asiento, cayéndose al suelo junto al demonio de la oscuridad. Procuraba agarrarse a cualquier sitio, en balde. Ni las patas de la mesilla, ni el diván, ni los marcos de la puerta sirvieron para no verse atraído hacia el fondo del pasillo, donde aguardaba la oscuridad.

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Cerraba los dedos alrededor de su captura. No se le iba escapar. El demonio animaba hacerle daño, mientras él mordía los pantalones de su enemigo. Sudaba en su estado frenesí. Las dilatadas pupilas gozaban del terror que dominaba al hombre del sofá.

Le agarró por los pelos y, empujado por una diabólica fuerza, estampó el cráneo de su víctima reiteradas veces contra el suelo. A cada golpe le seguía una maldición, un insulto. Ni siquiera se reconocía, pero eso no le importaba.

Pronto su víctima perdió el conocimiento, dejándole el camino libre. El anciano demonio se limitó a felicitarle con un apretón de manos. Le pareció ver como probaba la sangre con la punta de los dedos, aunque no habría puesto la mano en el fuego.

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Tardó un precioso tiempo en despertar. En cuanto lo hizo sólo tuvo una reacción. Gritaba aterrorizado, con los ojos ciegos de locura hipnótica. Pataleaba al aire con violencia desconocida, maldecía, insultaba, golpeaba, amenazaba y finalmente lloraba. Tardó eternos momentos en guardar silencio. Tardó el doble de tiempo en darse cuenta que tenía los ojos abiertos, que en realidad no estaba ciego. La realidad era mucho más aterradora, pues ante sí solamente se posaba la absoluta oscuridad.

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Apenas opuso resistencia, y si se la hubiera ofrecido no habría dudado en terminar con su vida. Ahora se encontraba donde le tocaba, sentado en el diván. A su lado aguardaba una botella de vino tinto, una buena cosecha, y un delicioso tabaco habano. Se puso la bata que encontró tirada en el suelo y se acomodó debidamente. A su izquierda aguardaba un libro por empezar. Sentía la imperiosa necesidad de vivir con una nueva historia por leer, y la portada parecía prometerlo.

El anciano demonio sonreía a su lado, feliz por la oportunidad que se le había concedido. Una criatura de su condición no solía llegar hasta la luz. Debían de celebrarlo. Con evidente complicidad le encendió un cigarrillo acompañado por un guiño de ojo. Y el demonio se fue tal y como vino.

Ya no se consideraba un loco, un desquiciado o un animal salvaje. El hombre que siempre había sido se había recuperado de sus adversidades y ahora tenía una nueva oportunidad. Volvía a sus orígenes, cuerdo, inteligente, sagaz como ninguno. Ya nada le asustaría, pues había cruzado el umbral de la locura y había regresado con la mente intacta. Se sentía pletórico.

A pesar de todo lo vivido, no pudo evitar encender la luz del pasillo. No le gustaban los rincones oscuros.

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Última edición por Bagrar el 17 Feb 2012 17:22, editado 1 vez en total.
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Bagrar
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Re: Luces y sombras

Mensaje por Bagrar »

Espero os guste el relato. Necesito vuestros consejos y críticas, así que no os cortéis!

Gracias.
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lucia
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Re: Luces y sombras (terror)

Mensaje por lucia »

Se me ha hecho un poco largo, aunque la atmósfera hay ratos que está muy bien. El otro problema es que ha habido un par de momentos en que no sabía si habías introducido un tercer escenario o seguíamos en los dos iniciales. Igual poner la parte del demonio en cursiva y el resto en redonda, hasta que se funden al final, hubiese ayudado a delimitarlo.
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Bagrar
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Re: Luces y sombras (terror)

Mensaje por Bagrar »

No se ve claro? Lo de las cursivas es una opcion...
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kassiopea
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Re: Luces y sombras (terror)

Mensaje por kassiopea »

Hola, Bagrar :wink:

Pues yo sí he visto claro los dos puntos de vista, además, ya has diferenciado cada cambio con una señal en el texto. Pero me falta algo en el principio, algo que nos dé una idea de por qué ese hombre está ahí, perdido en la oscuridad. Yo pensé que él mismo era un demonio, pero entonces no me cuadraba lo del escenario con el agua congelada (pues en el infierno no haría frío :mrgreen: )... No, resulta que es un hombre, ¿pero qué explicación tiene? ¿Por qué se encuentra en esa situación? Creo que para que el relato fuera redondo, tendría que haber una explicación de lo sucedido: al final todo cuadraría y el lector se sorprendería.

Me ha parecido muy interesante la idea: a medida que uno se adentra en la locura, percibe la luz y alcanza al hombre cuerdo... el cual (opuestamente) cae presa del miedo y se adentra en las tinieblas. Tal vez me ha faltado un poco de acción (o me han sobrado algunas líneas), pero esa atmósfera opresiva, viciada, repelente y claustrofóbica está muy bien lograda :D :D

Este relato (aunque no me parece redondo) me ha gustado más que el del hombre que se convierte en caníbal. Tiene más fuerza, más tensión (al menos para mí). Como aquél, formalmente, está muy bien escrito.
Un saludo, espero haberte ayudado un poco :60:
De tus decisiones dependerá tu destino.


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Bagrar
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Re: Luces y sombras (terror)

Mensaje por Bagrar »

Tu siempre ayudas Kassio!
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