El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

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jilguero
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La prodigiosa jaula de Baltazar


Limonero.jpg



Pronto hará un mes que la colgué del limonero y por el momento no ha soltado ni un solo gorjeo. Pero estoy seguro de que, en cuanto las ramas del árbol se le llenen de flores de azahar, no podrá seguir callada. Yo estaba en la sala cuando el doctor Octavio Giraldo le dijo a Baltazar que era tan perfecta que ni siquiera haría falta ponerle un pájaro dentro, que bastaría con colgarla de un árbol para que cantara. Es verdad que don Octavio era ya viejo y estaba cansado de ver enfermos, pero seguía siendo muy sabio. Y si él dijo que cantaría, antes o después, lo hará.

Cada vez que Baltazar terminaba de hacer una jaula, la colgaba del alero y permanecía allí, a la vista de todos, hasta que alguien la compraba. Aquella tenía ya dueño porque era un encargo del hijo de Montiel. Pero la fuerza de la costumbre había hecho que, esa mañana, Baltazar la expusiera en público por error. No tardó en ser un secreto a voces que en la carpintería se podía ver la jaula más bella del mundo; y para la hora del ángelus había tanta gente concentrada delante de la casa, que Baltasar consideró prudente descolgarla y cerrar la carpintería.

Era miércoles y los miércoles por la tarde yo no tenía escuela. Después del almuerzo pude ir con mis amigos a ver esa maravilla de la que todo el mundo hablaba. Cuando llegamos a la casa, las contraventanas de la fachada estaban todas cerradas; y si pegabas la oreja a la puerta, dentro solo se escuchaba el bordoneo de un moscardón. El sol se encontraba aún muy alto y, como el calor era sofocante, rodeamos la vivienda en busca de refugio. Acuclillados bajo el emparrado del patio, aguardamos a que Baltazar se despertara de la siesta y abriera la puerta de atrás para refrescar la casa. Era un hombre de costumbres fijas y no tardó en escucharse el chirriar de las bisagras. Nos arremolinamos alrededor de la puerta y en cuanto esta se abrió, sin darle tiempo a reaccionar, nos precipitamos dentro.

La sala se hallaba en penumbra y me llevó unos segundos acostumbrarme a la falta de luz. Pero recuerdo que, cuando al fin vi la jaula, me quedé boquiabierto. Estaba sobre la mesa y era enorme. La cúpula de alambre se elevaba un par de palmos por encima de mi cabeza. Tenía tres pisos y, en cada uno de ellos, dos compartimentos. Más que una simple jaula parecía un señor palacio; al menos para alguien como yo, que vivía en una casucha de barro y cañabrava a orillas de la ciénaga. Quizás por eso, aunque no fuera todavía consciente de que estaba ante una obra maestra, deseé ser un pájaro que, posado en uno de los balancines de la jaula, despertaba la envidia de mis amigos.

De que era una obra sin par no me di cuenta hasta que llegó el doctor Giraldo y, después de examinarla cuidadosamente, dijo lo de que era tan perfecta que ni siquiera necesitaría tener un pájaro dentro para cantar. Don Octavio no solo era un magnifico médico, sino también un especialista en pájaros y en pajareras. Lo primero por crianza, porque en casa de sus padres había un hermoso jardín y había crecido viendo revolotear en libertad a los pájaros; lo segundo, por necesidad, porque tenía una cautiva en casa y, en consideración a ella, se había visto obligado a entender también de jaulas y pájaros enjaulados.

A doña Tranquilina no la conocía personalmente. Cuando yo nací, ya estaba inválida y, como era muy presumida, se negaba a salir a la calle en silla de ruedas. Yo sabía muchas cosas de su vida por mi madre, que acudía cada mañana a su casa a levantarla y ayudarle en su aseo personal. Desde que estaba impedida no madrugaba para evitar que el día se le hiciera demasiado largo. Pero le gustaba escuchar las campanadas del ángelus sentada en la butaca de mimbre que tenía en su pequeño paraíso doméstico: una terraza interior con las paredes tapizadas de flores y de jaulas. Sentía por las aves canoras tanta devoción como odio por sus eternos enemigos: los gatos. Y cada vez que se oía un maullido en el vecindario, ordenaba correr el toldo mosquitera. La terraza se convertía así en una especie de pajarera gigante cuya cautiva parecía ser doña Tranquilina.

Aquella tarde, pues, don Octavio no fue a ver la jaula por gusto, sino pensando en que su esposa estaba a punto de cumplir años y quería hacerle un buen regalo. Por eso, después de decirle a su artífice que habría sido un magnifico arquitecto y que aquella obra de arte cantaría sin necesidad de contener un pájaro, se interesó por su precio. Pero la mujer de Baltazar se apresuró a decirle que era un encargo del hijo de don Chepe Montiel y que no estaba, por tanto, en venta. Pepe era un niño malcriado y caprichoso al que los demás chavales del pueblo le teníamos envidia y también ojeriza. Acostumbrado a conseguir en casa todo cuanto se le antojaba, en la escuela pretendía hacer lo mismo y era un acusica que, en cuanto se le llevaba la contraria, corría en busca del maestro.

Don Paulino era un buen hombre, aunque también demasiado pusilánime. Temía las represalias de los Montiel y siempre le daba la razón a Pepe. Cuando me quejaba a mi madre de ese trato desigual, ella me consolaba diciéndome que tuviera paciencia, que a todo cerdo le llega su san Martín. Y no se equivocaba, pues al cerdo de Montiel ya le ha llegado el suyo. No soy persona vengativa ni a la que le gusten los insultos, pero la forma en que esa tarde se comportó no merece otro calificativo. Fue un gran error que Baltazar no aceptara la propuesta de don Octavio. Si le hubiera vendido la jaula a él y hubiera hecho otra nueva para el hijo de Montiel, ambos habrían salido ganando: Baltazar se habría librado de una humillación injusta y el doctor Giraldo habría puesto en práctica el sueño de no tener en casa pájaros enjaulados.

Pero Baltazar era un hombre de palabra y, por ende, esclavo de las suyas. De ahí que, después de decirle al doctor que la jaula ya tenía dueño, se encaminara con ella en la mano hacia la casa de don Chepe. Aunque Baltazar todavía no fuera consciente de ello, cuando aquella tarde avanzó por las calles del pueblo lo hizo convertido en un héroe local. Era un hombre tan humilde como el resto de nosotros, pero tenía unas manos prodigiosas y, a gracias a ella y a su tesón, había creado una maravilla digna de ser admirada hasta por quienes tenían de todo en casa. Su triunfo con los Montiel sería también nuestro triunfo. Y como nadie deseaba quedarse sin su migaja de gloria, aquel atardecer todos le seguimos.

Al llegar a la casa de don Chepe, Baltazar golpeó la puerta con la aldaba en medio de un silencio expectante. Se escucharon unos pasos precipitados y de inmediato se abrió la puerta. Era la madre de Pepe y, nada más ver la jaula, soltó una exclamación de asombro que nosotros coreamos con un«¡Bien!» triunfal. Al ser consciente de nuestra presencia, se valió de la excusa de que éramos muchos y le íbamos a convertir la sala en una gallera para solo permitir que entrara Baltazar. La jaula despareció así de nuestra vista. Pensé que no volvería a verla más porque Pepe nunca invitaba a jugar en su casa a los niños que vivíamos junto a la ciénaga. Y aunque es verdad que nunca me invitó, la jaula está ahora colgada precisamente en el patio de esta casa, hecha de barro y cañabrava.

A ninguno de los que aguardábamos en la calle, se nos pasó por la cabeza que dentro pudieran estar humillando a Baltazar. Desde fuera solo pudimos escuchar los gritos y los lloros de Pepe. Pero acostumbrados a sus habituales rabietas de niño malcriado no le dimos mayor importancia y, cuando se calló, supusimos que se había vuelto a salir con la suya. Poco después se abrió la puerta y, tal como cabía esperar, nuestro recién estrenado héroe salió con las manos vacías. Lo extraño fue que, después de protagonizar semejante gesta, no salió con el previsible aire de triunfo.

A fin de salir de dudas, alguien le dijo en voz alta que seguro que le había sacado a Montiel no menos de cincuenta pesos por la jaula. En un primer momento, Baltazar bajó la mirada y pareció estar confuso. Pero luego levantó la barbilla y, aunque rehuyendo los ojos de la gente, respondió que habían sido sesenta. La cifra fue acogida con vítores porque Don Chepe tenía fama de avaro y nadie antes había conseguido arrancarle tanta plata, máxime tratándose de algo tan poco productivo como una pajarera. Los mayores decidieron ir a celebrarlo al salón de billar; y nosotros, los compañeros de Pepe, nos decantamos por aplacar la envidia jugando un partido de fútbol.

Eso ocurrió hace un buen puñado de años. Pero yo he seguido el consejo de mi madre y he tenido paciencia hasta que a los Montiel les ha llegado también su san Martín. Dicen que ha sido la avaricia de don Chepe la que le ha hecho meterse en un asunto tan turbio que toda la familia se ha tenido que marchar a la carrera del pueblo. No sé si por culpa de la prisa o bien porque carecían de valor para ellos, han dejado un montón de cachivaches arrumbados en el trastero. Entre ellos, la obra maestra de Baltazar, polvorienta y con la alambrera un poco oxidada, pero sin visos de haber sido usada. Se ve que, tras salirse con la suya, a Pepe dejó de interesarle la jaula.

Ha sido una suerte que no llegara a meter dentro ningún turpial. Ha bastado quitarle el polvo y lijarle la poquita de herrumbre que tenía para que vuelva a estar tan reluciente como la tarde en la que el viejo doctor, tras mostrarle su admiración a Baltazar, golpeó la cúpula de la jaula con los nudillos y la sala se llenó de acordes melodiosos y rotundos. A don Octavio le mortificaba tener en casa pájaros enjaulados y supongo que fue esa musicalidad inesperada la que le hizo entrever la posibilidad de alcanzar la mítica cuadratura del círculo. Me refiero a que, al menos por unos segundos, debió acariciar el sueño de que, si conseguía aquella jaula para doña Tranquilina, podría llenar de trinos su casa sin enjaular a ningún pájaro.

Es una pena que el doctor haya muerto sin ver cumplido su vaticinio. Pero los hombres de palabra, como Baltazar, son prisioneros de las suyas y cometen tamañas tonterías como la de llevar una obra maestra a casa de un patán que, en lugar de apreciar su talento, lo humilla. Porque, según lo que le contó la criada de los Montiel a mi madre, fue justo eso, humillarlo, lo que el cerdo de don Chepe le hizo a Baltazar aquella tarde. No solo miró la pajarera con indiferencia, sino que tuvo la desfachatez de decirle que se la podía llevar de vuelta porque no pensaba pagarle por ella ni un solo peso. Fue entonces cuando Pepe tuvo una de sus pataletas y, en un arrebato de bondad o bien en un intento de salir airoso de la afrenta, mientras le entregaba la jaula al niño, Baltazar le dijo a don Chepe que nunca había tenido la intención de cobrarle nada porque el precio de aquella jaula no se podía pagar con plata.

Dicen que en el salón de billar recibieron a Baltazar con un aplauso cerrado y que este, al escucharlo, los miró un tanto sorprendido. Luego, en cambio, el reconocimiento de sus paisanos pareció llenarle de orgullo y, aunque no tenía costumbre de beber, aceptó tomarse una cerveza con ellos. Y a esa primera ronda siguieron otras muchas, pero ya a costa de los pesos que supuestamente le había sacado a Montiel. Hasta el mismo Baltazar, ya borracho, pareció olvidarse de lo ocurrido y se pasó la noche calculando la fortuna que iba a ganar con los miles de jaulas de sesenta pesos que le pensaba vender a los ricos. Pero la realidad es que esa noche se gastó la plata que no había cobrado y tuvo que dejar el reloj a cuenta.

Y dicen también que, cuando salió del salón, llevaba la cara embadurnada de colorete y que acabó durmiendo la mona en la calle. O que de madrugada, las mujeres que iban a misa de cinco lo vieron despatarrado y no se atrevieron a mirarlo por creer que estaba muerto. Y aunque nadie se diera por enterado del fiasco, desde entonces Baltazar no ha vuelto a ser el mismo. De hecho, cuando terminé de limpiar su obra maestra, pensé que le alegraría recuperarla y se la llevé a su casa. Fue verla y, en vez de alegrarse, se echó a llorar. Dijo que había sido un error no vendérsela al doctor Giraldo y me pidió el favor de que se la llevara de su parte a la viuda.

Pero doña Tranquilina está ya tan ida que ni siquiera reacciona ante los maullidos de los gatos. Por eso he decidido quedarme la jaula y ser yo quien, en memoria de don Octavio, haga realidad su sueño. Lleva casi un mes colgada del limonero y todavía no ha soltado ni un solo gorjeo. Después de llevar tanto tiempo arrumbada en un trastero, no me extraña que no tenga ganas de cantar. Pero confió en que, en cuanto llegue la primavera y las ramas del limonero se llenen de flores de azahar, lo que hasta ahora solo ha sido un vaticinio dejará de serlo.


Limonero en flor.jpg


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Última edición por jilguero el 07 Mar 2023 10:51, editado 2 veces en total.


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por luchana »

Gracias jilguero por los pájaros cantores.
Yo tengo uno para ti:
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por luchana »

Que final tan bonito jilguero...
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

luchana escribió: 05 Mar 2023 14:22 Yo tengo uno para ti:
Muchas gracias. Me gusta mucho Vivaldi y esta pieza es preciosa.
luchana escribió: 05 Mar 2023 22:54 Que final tan bonito jilguero...
Me alegro te haya gustado (gracias por leerlo). Yo me lo he pasado muy bien metiéndome en la piel de un chaval paisano de Baltazar.

PD: he cambiado el video de las aves cantoras porque un "paxariño" me dijo que había desacuerdo entre cantos, nombres e imágenes. El nuevo es mejor, o eso creo yo.


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


:hola: Ando, Cata, muy perdida porque estoy muy liada.

Pero eso no impide que cada día saque un ratito para contemplar la puesta de sol.

Hoy no ha sido muy espectacular, pero sí muy agradable y sedante. Justo lo que más necesitaba. :D

Pusta de sol.jpg


Por cierto, había un carguero en el horizonte que parecía navegar rumbo al sol.

Carguero.jpg
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


Hoy, Cata, he escuchado a una joven poeta recitando uno de sus poemas que decía, entre otras cosas, que al otro lado del teléfono tenía a su madre diciéndole, con esa intuición que suelen tener las madres, Hija, te noto en la voz que estás delgada. Y eso me ha hecho acordarme de aquella niña que tenía la voz pequeña desde que su hermano quedó atrapado en la mina. Me refiero a los protagonistas de De cuando el carbón era verde y daba sombra, pamplina que ya tengo casi olvidada. Recordaba que me quedó un tanto oscura y demasiado densa. Pero he ido a buscarla y su comienzo me ha gustado.

Dice así: Veo a los dos jóvenes, cogidos de la mano, caminando hacia la desolación. Pero solo escucho la voz de ella. El maestro tenía razón. Ahora lo sé. Yo soy el otro, el nonato. Y desde este palpitante mar de aguas cálidas, rodeado de la roja noche que ya agoniza, me propongo recordar mis días, llenos de verdor, niebla y hollín, en Noigas, un pueblecito minero del norte de Iberia...

He sido niño otras muchas veces, pero ninguna de mis infancias ha dejado en mí una huella tan hermosa, al tiempo que tan triste, como la que me dejó mi niñez en el valle del Nelsos. Un río de aguas cristalinas hasta llegar a Noigas, pero que se vuelven oscuras y untuosas una vez han rebasado las balsas de la mina. Una garganta de la que escapar no es posible porque los caminos se desvanecen cuando lo hace la niebla. Una cuenca minera donde morir bajo la piedra y en la noche forma parte de la propia vida. Y a escasos metros de los negruzcos tesos que dan sombra a Pozo Travieso ­­el yacimiento del que viven todos en Noigas­­, nacieron ellos, en una casa desvencijada y polvorienta, indistinguible de cualquier otra del pueblo. Hijos y nietos de mineros: él, el rampero que se tragó la tierra cuando solo tenía catorce años y las uñas ya ennegrecidas; ella, su hermana mayor, la muchacha de los ojos blancos como dos balcones abiertos a la nada y la voz pequeña.


Y al final de la pamplina, unos versos del poeta dominico, amigo de jilguero, que la pandemia se llevó por delante :
Morir bajo la piedra
y en la noche
es demasiado
para una sola muerte.

(Como árboles que andan, Emilio Rodríguez)

Versos de ese joven rampero al que la sangre le corría por las venas con un murmullo semejante a la risa.

Catorce años llenos de un fuego semejante a la esperanza.
Tenía catorce años y ya el miedo le había reconocido como suyo.
Si un tronco golpea el pecho deja siempre alguna huella.
Pero un golpe de carbón está siempre debajo de la piel.
Catorce años y bajaba ilusionado, como si buscara cada día un nuevo silencio.
Con todas las venas surcadas por sonidos semejante a la risa.
Cartorce años, pero ahora se le ha quedado negra la mirada.

(Como árboles que andan, Emilio Rodríguez)

Sus poemas eran sombríos y desesperanzados, pero llenos de belleza. Y en este caso, hablaba de la muerte en la mina, algo que conocía bien porque era natural de una cuenca minera asturiana.

Ya ves, Cata, como funciona la memoria, lo que ha desencadenado en mi cabeza esa delgadez adivinada por una madre en la voz de su hija...




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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió: 14 Mar 2023 20:54Ya ves, Cata, como funciona la memoria, lo que ha desencadenado en mi cabeza esa delgadez adivinada por una madre en la voz de su hija...
Ha desencadenado belleza y sutileza a partes iguales, jilguero.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió: 15 Mar 2023 13:33 Ha desencadenado belleza y sutileza a partes iguales, jilguero.
¿Pero no te fascina la manera de concatenar las cosas que tiene nuestro cerebro?

Me imagino las conexiones neuronales como una centralita llena de cables y que, de tanto en tanto, se produce cortocircuitos, jajaja.


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió: 15 Mar 2023 21:58¿Pero no te fascina la manera de concatenar las cosas que tiene nuestro cerebro?
El tuyo, jilguero, y el de otras muchas personas. El mío, no sé si de natura o por falta de entrenamiento, concatena poco.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió: 16 Mar 2023 09:08
jilguero escribió: 15 Mar 2023 21:58¿Pero no te fascina la manera de concatenar las cosas que tiene nuestro cerebro?
El tuyo, jilguero, y el de otras muchas personas. El mío, no sé si de natura o por falta de entrenamiento, concatena poco.
¿No hay estímulos visuales, olores o palabras que te hacen recordar cosas que creías olvidadas y, al hacerlo, no aparecen otros recuerdos anidados en lo recordado? Seguro que sí. Lo que pasa que es un proceso que ocurre de forma espontánea y, salvo que nos paremos a reflexionar sobre ello, pasa desapercibido.

Y siguiendo con la crónica local, Tomasito sigue sacado arena. Cada vez más creo que lo hace para pasar el tiempo. Cuando sale y otea el horizonte, diría que se demora más de lo necesario que si fuera solo por precaución. Y luego, una vez entra en la madriguera, echa para fuera una par de patadas de arena y desparece. Se comporta con una indolencia parecida a la de los sin techo y sin oficio.

Y la anémona de tierra (Mesembryanthemum crystallinum) ya está echando las hojitas de puntas rojizas que rodearan a las flores. Y cuando la miras más de cerca, ves que ya está acumulando agua por todos lados para el verano.

Hojas.jpg
detalle.jpg


Pensar que en noviembre, al verla tan seca, tuve miedo de que no rebrotara. Se me olvidaba, Cata, que las plantas urbanitas suelen ser todo terreno. :cunao:
seca.jpg
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Mensaje por magali »

Es bonito eso de los recuerdos que se ramifican, que nos llevan y nos traen de una cosa a otra .

Qué maravilla.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

magali escribió: 16 Mar 2023 11:13 Es bonito eso de los recuerdos que se ramifican, que nos llevan y nos traen de una cosa a otra .
Y que incluso resucitan a los que ya no están con nosotros, como me pasó ayer tarde a mi...

Resulta que decidí llevar las tijeras a afilar. Tengo tres en casa y ninguna cortaba ya. De regreso, al comprobar qué tal había qudado la más pequeña de las tres, de repente se me vino a la cabeza la voz de mi santacatalina preguntado: ¿Dónde están las tijeritas negras? ¿Quién me las ha cogido?

En realidad, las tijeras de las que hablaba mi madre no eran originariamente negras, sino que del uso habían perdido la capa niquelada. Habían sido de su abuela y luego de su madre, de ahí que estuvieran ya oscuras, faltas de su brillo original. Con ellas nos cortaba las uñas a todos de pequeños y nos tenía prohibido cogerlas por miedo a que le estropeáramos esa reliquia familar.

Hoy en día las conserva una de mis hermanas y, cuando voy a Hispalis, necesite o no cortarme las uñas, abro la cajita de las mariposas (ahora esta guardada en una caja muy bonita que le regalé a mi hermana unos días después de la muerte de mi santacatalina), saco las tijeras y, mientras me retoco las uñas, pienso en esas mujeres que antes lo hicieron.

Y entonces no es raro que me acuerde de Aurora, la de La última siesta, la de Fin de viaje y, me diga que todas las mujeres actuales hemos tenido que luchar, de una u otra manera, para librarnos de las cadenas de esas otras mujeres que nos precedieron. Esas mujeres de la familia a las que tanto debemos, incluidas las cadenas que hemos heredado generación tras generación por el simple hecho de ser mujeres.

Y dejando a una lado las tijeras y los recuerdos "reivindicativos" que estás me pueden despertar :cunao:, aunque seguro que ya he puesto este segundo movimiento de la septima sinfonía de Beethoven, te lo vuelvo a poner, Cata, porque es tan bello y produce tanta paz que merece la pena buscarse un momento recóndito en el que escucharlo con los ojos cerrados.




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Mensaje por Gretogarbo »

¡Qué vida interior tan entrañable tienes, jilguero, que nos vas dejando aquí en pildoritas!
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió: 19 Mar 2023 10:20 ¡Qué vida interior tan entrañable tienes, jilguero, que nos vas dejando aquí en pildoritas!
Seguro que la vuestra no lo es menos, solo que sois más pudorosos.

A todo esto, esta semana marcho a la sierra. Cualquiera otra vez lo haría únicamente con gozo. En esta ocasión no tanto porque tenemos un problema con la puerta de entrada y, hasta no solucionar este, no podré dedicarme de verdad a disfrutar del campo, el cual espero que haya empezado a florecer a pesar de la sequía. De ser así, procuraré dejar alguna muestra gráfica en el bujío.



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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió: 20 Mar 2023 10:11A todo esto, esta semana marcho a la sierra. Cualquiera otra vez lo haría únicamente con gozo. En esta ocasión no tanto porque tenemos un problema con la puerta de entrada y, hasta no solucionar este, no podré dedicarme de verdad a disfrutar del campo, el cual espero que haya empezado a florecer a pesar de la sequía. De ser así, procuraré dejar alguna muestra gráfica en el bujío.
Pues que se solucione pronto ese problema con la puerta y puedas así disfrutar del campo. Esperamos tus fotografías.
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