Ataque de colegueo, Kassio
- Tolomew Dewhust
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Re: Ataque de colegueo, Kassio
El patito feo
La puerta estaba cerrada. Mientras esperábamos a que el conserje apareciera con las llaves y nos dejara marchar a casa, las niñas hicisteis un corro y, tres de vosotras, en el centro, saltábais la comba mientras el resto cantaba una cancioncilla que hablaba de un conejo con mucha suerte, que podía besar a quien quisiera pese a su cara de vergüenza…
Yo me dejaba caer sobre el murete del patio y te miraba absorto porque, desde el primer día, me pareciste la niña más bonita del colegio. Siempre he pensando que es mejor ser la más bonita que la más guapa, aunque ahora no sabría explicar el motivo.
El caso es que sonó el timbre y salisteis en tromba, y allí me quedé, tiritando de miedo al comprobar que tu mochila se encontraba a mi lado, olvidada, temerosa... No tuve más opción que llevármela, con el firme propósito de devolvértela a primera hora de la mañana.
Esa noche no pegué ojo. ¿Qué te diría?, ¿cómo me aproximaría a ti? ¿Pensarías que te la había robado? Nunca antes había hablado contigo, no me había atrevido… Ya sabes aquello que dicen, que las princesas no son para los feos, así que… Me presenté frente a ti con mi ropa de domingo y embadurnado en litros de colonia para adultos, con tu mochila en una mano y mi corazón en la otra, y quise darte ambas cosas pero me conformé con sonreírte y ofrecerte tu bolsa. Me diste las gracias y un beso en la mejilla, y fue entonces cuando, por capricho del Destino, mi brazo izquierdo se convirtió en ala, en una pequeña ala toda cubierta de plumas blancas y amarillas.
Y así fue que con los días y conforme cogíamos confianza, a poco que me hablaras o que tus dedos me rozaran una extremidad me desaparecía, y ocupaba su lugar la extremidad y el plumaje de un polluelo. Cuando los adultos comprendieron que eras tú quien me provocaba la trasformación ya era casi demasiado tarde, y ni el cambio de colegio revirtió la situación. Y caminaba medio cojo, con una pierna humana y una pata, y tenía un solo brazo y una alita, y había perdido una oreja y parte del cabello, cuyo lugar lo ocupaban ahora plumas muy delgadas, de plumón, de polluelo de apenas semanas de vida que, pese a ello, me daban calor en los días más fríos de otoño.
Pude acabar el Bachiller..., incluso me matriculé en la universidad; y me sentaba en primera fila y algunas chicas al lado mía me acariciaban el ala, aunque nunca tuve el valor de invitarlas a pasear. Me acordaba de ti, de tus coletas, del día en que coincidimos en la esquina de la clase, junto a la papelera, y sacamos punta a nuestros lápices de colores…, me cargué el marrón clarito de tantas vueltas que le di.
Te vi la otra tarde, rodeada de los tuyos. Los niños han crecido tanto… Y aunque el tiempo ha pasado, nunca calmó ese fuego que me prende si te veo, si te sé cerca o escucho tu voz. Sin ánimo de nada salvo decirte que te quiero, que siempre lo he hecho y que he vivido para pensar en ti, me acerqué, aprovechando que te dirigías a la fuente.
Solo di un paso y mi pierna se convirtió también en patita. No me frenó. Continué, y mi brazo desapareció. Cuando llegué a tu altura había menguado unos palmos.
–Helena –acerté a decir. Con mis últimas palabras mis labios se convirtieron en pico. –Mua, muac, cuac.
La puerta estaba cerrada. Mientras esperábamos a que el conserje apareciera con las llaves y nos dejara marchar a casa, las niñas hicisteis un corro y, tres de vosotras, en el centro, saltábais la comba mientras el resto cantaba una cancioncilla que hablaba de un conejo con mucha suerte, que podía besar a quien quisiera pese a su cara de vergüenza…
Yo me dejaba caer sobre el murete del patio y te miraba absorto porque, desde el primer día, me pareciste la niña más bonita del colegio. Siempre he pensando que es mejor ser la más bonita que la más guapa, aunque ahora no sabría explicar el motivo.
El caso es que sonó el timbre y salisteis en tromba, y allí me quedé, tiritando de miedo al comprobar que tu mochila se encontraba a mi lado, olvidada, temerosa... No tuve más opción que llevármela, con el firme propósito de devolvértela a primera hora de la mañana.
Esa noche no pegué ojo. ¿Qué te diría?, ¿cómo me aproximaría a ti? ¿Pensarías que te la había robado? Nunca antes había hablado contigo, no me había atrevido… Ya sabes aquello que dicen, que las princesas no son para los feos, así que… Me presenté frente a ti con mi ropa de domingo y embadurnado en litros de colonia para adultos, con tu mochila en una mano y mi corazón en la otra, y quise darte ambas cosas pero me conformé con sonreírte y ofrecerte tu bolsa. Me diste las gracias y un beso en la mejilla, y fue entonces cuando, por capricho del Destino, mi brazo izquierdo se convirtió en ala, en una pequeña ala toda cubierta de plumas blancas y amarillas.
Y así fue que con los días y conforme cogíamos confianza, a poco que me hablaras o que tus dedos me rozaran una extremidad me desaparecía, y ocupaba su lugar la extremidad y el plumaje de un polluelo. Cuando los adultos comprendieron que eras tú quien me provocaba la trasformación ya era casi demasiado tarde, y ni el cambio de colegio revirtió la situación. Y caminaba medio cojo, con una pierna humana y una pata, y tenía un solo brazo y una alita, y había perdido una oreja y parte del cabello, cuyo lugar lo ocupaban ahora plumas muy delgadas, de plumón, de polluelo de apenas semanas de vida que, pese a ello, me daban calor en los días más fríos de otoño.
Pude acabar el Bachiller..., incluso me matriculé en la universidad; y me sentaba en primera fila y algunas chicas al lado mía me acariciaban el ala, aunque nunca tuve el valor de invitarlas a pasear. Me acordaba de ti, de tus coletas, del día en que coincidimos en la esquina de la clase, junto a la papelera, y sacamos punta a nuestros lápices de colores…, me cargué el marrón clarito de tantas vueltas que le di.
Te vi la otra tarde, rodeada de los tuyos. Los niños han crecido tanto… Y aunque el tiempo ha pasado, nunca calmó ese fuego que me prende si te veo, si te sé cerca o escucho tu voz. Sin ánimo de nada salvo decirte que te quiero, que siempre lo he hecho y que he vivido para pensar en ti, me acerqué, aprovechando que te dirigías a la fuente.
Solo di un paso y mi pierna se convirtió también en patita. No me frenó. Continué, y mi brazo desapareció. Cuando llegué a tu altura había menguado unos palmos.
–Helena –acerté a decir. Con mis últimas palabras mis labios se convirtieron en pico. –Mua, muac, cuac.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Re: Ataque de colegueo, Kassio
Gracias, jose.
Caleti, menuda monada te has sacado del ala.
Si el estro se presta, velaré armas.
Cuac. Cuac.
Caleti, menuda monada te has sacado del ala.
Si el estro se presta, velaré armas.
Cuac. Cuac.
Por un cachito de la mar de Cai les cambio el cielo que han prometío.
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Re: Ataque de colegueo, Kassio
Mis felicitaciones.Tolomew Dewhust escribió: ↑17 Ago 2023 17:02 El patito feo
La puerta estaba cerrada. Mientras esperábamos a que el conserje apareciera con las llaves y nos dejara marchar a casa, las niñas hicisteis un corro y, tres de vosotras, en el centro, saltábais la comba mientras el resto cantaba una cancioncilla que hablaba de un conejo con mucha suerte, que podía besar a quien quisiera pese a su cara de vergüenza…
Yo me dejaba caer sobre el murete del patio y te miraba absorto porque, desde el primer día, me pareciste la niña más bonita del colegio. Siempre he pensando que es mejor ser la más bonita que la más guapa, aunque ahora no sabría explicar el motivo.
El caso es que sonó el timbre y salisteis en tromba, y allí me quedé, tiritando de miedo al comprobar que tu mochila se encontraba a mi lado, olvidada, temerosa... No tuve más opción que llevármela, con el firme propósito de devolvértela a primera hora de la mañana.
Esa noche no pegué ojo. ¿Qué te diría?, ¿cómo me aproximaría a ti? ¿Pensarías que te la había robado? Nunca antes había hablado contigo, no me había atrevido… Ya sabes aquello que dicen, que las princesas no son para los feos, así que… Me presenté frente a ti con mi ropa de domingo y embadurnado en litros de colonia para adultos, con tu mochila en una mano y mi corazón en la otra, y quise darte ambas cosas pero me conformé con sonreírte y ofrecerte tu bolsa. Me diste las gracias y un beso en la mejilla, y fue entonces cuando, por capricho del Destino, mi brazo izquierdo se convirtió en ala, en una pequeña ala toda cubierta de plumas blancas y amarillas.
Y así fue que con los días y conforme cogíamos confianza, a poco que me hablaras o que tus dedos me rozaran una extremidad me desaparecía, y ocupaba su lugar la extremidad y el plumaje de un polluelo. Cuando los adultos comprendieron que eras tú quien me provocaba la trasformación ya era casi demasiado tarde, y ni el cambio de colegio revirtió la situación. Y caminaba medio cojo, con una pierna humana y una pata, y tenía un solo brazo y una alita, y había perdido una oreja y parte del cabello, cuyo lugar lo ocupaban ahora plumas muy delgadas, de plumón, de polluelo de apenas semanas de vida que, pese a ello, me daban calor en los días más fríos de otoño.
Pude acabar el Bachiller..., incluso me matriculé en la universidad; y me sentaba en primera fila y algunas chicas al lado mía me acariciaban el ala, aunque nunca tuve el valor de invitarlas a pasear. Me acordaba de ti, de tus coletas, del día en que coincidimos en la esquina de la clase, junto a la papelera, y sacamos punta a nuestros lápices de colores…, me cargué el marrón clarito de tantas vueltas que le di.
Te vi la otra tarde, rodeada de los tuyos. Los niños han crecido tanto… Y aunque el tiempo ha pasado, nunca calmó ese fuego que me prende si te veo, si te sé cerca o escucho tu voz. Sin ánimo de nada salvo decirte que te quiero, que siempre lo he hecho y que he vivido para pensar en ti, me acerqué, aprovechando que te dirigías a la fuente.
Solo di un paso y mi pierna se convirtió también en patita. No me frenó. Continué, y mi brazo desapareció. Cuando llegué a tu altura había menguado unos palmos.
–Helena –acerté a decir. Con mis últimas palabras mis labios se convirtieron en pico. –Mua, muac, cuac.
Re: Ataque de colegueo, Kassio
Gracias, @Tolomew Dewhust
Soñar... ¡Donosa locura!
Blanca de los Ríos Nostench.
Erase una persona tan despistada que se quedó una semana en su casa encerrada pues sus llaves no encontraba.
Blanca de los Ríos Nostench.
Erase una persona tan despistada que se quedó una semana en su casa encerrada pues sus llaves no encontraba.
Re: Ataque de colegueo, Kassio
Y los suyos descubrieron al pollito y lo adoptaron
Nuestra editorial: www.osapolar.es
Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
Mis diseños
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- Tolomew Dewhust
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- Registrado: 16 Ago 2013 11:23
Re: Ataque de colegueo, Kassio
Cuac, cuac, cuac a todos.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.