Me colecciono a mí mismo (Autobiografía?)

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Snorry
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Re: Me colecciono a mí mismo (Autobiografía?)

Mensaje por Snorry »

Berlín escribió: 30 Dic 2023 11:58 En medio de estas fiestas que reconozco que no me gustan nada, me he hecho un café con leche calentito y me he sentado a leerte. Sin mecedora, porque tú no tienes, y yo tampoco, pero una de mis dos gatas, la más pequeña (hasta hace muy poquito tenía tres) se me ha enroscado en el regazo y le he dicho "Alabama, vamos a leer al bueno de Snorry". Ella me ha mirado con sus ojitos de un verde selvático y ha bostezado. Y eso en el lenguaje gatuno significa "y a mí qué me cuentas".

A mí estas colecciones me conmueven hasta el tuétano, porque aunque los escritores nunca decimos la verdad, lo que contamos siempre es cierto, de un modo u otro, porque sale del corazón.

Me he quedado en el del gigante. Un abrazo, compañero. :60: Por cierto, los recuerdos infantiles son de lo más tierno, ay, cómo disfrutábamos antes con cualquier cosa y cómo lo hacíamos todo grande y mágico a golpe de imaginación.
Hola, Berín. Qué grata sospresa! Has probado a leerle a tus gatas "El lenguage de los gatos y otros cuentos", de Spencer Holst (escribo de memoria). Una pequeña joya. Seguramente será en vano, esos animalitos están por encima de nuestras veleidades. Un fuerte abrazo.
Snorry
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Re: Me colecciono a mí mismo (Autobiografía?)

Mensaje por Snorry »

IX. La más bonita sonrisa/El mayor de los dolores

Otra vez un sueño. Una sonrisa, eso es todo. Una sonrisa maravillosa. A escasos centímetros de mí. Demencialmente tentadora, irresistible. He despertado en mitad de la noche con una tórrida confusión de los sentidos. L* roncaba en el sofá del comedor, estos días se queda allí viendo la televisión de madrugada. La he ido a buscar. Ahora sé que dormirá hasta media mañana y yo dispondré de un rato para mis ensoñaciones, mientras tomo mi taza de café. Hoy el sol es blanco y frío, como un fluorescente en el cenit del mundo. El día se ha vestido con sus mejores galas para celebrar la nostalgia y yo aceptaré la invitación:
En el viaje de fin de curso, en tercero de bachillerato, ya no soy un niño lampiño y destartalado: bien que me afeito. La genética, las pesas y el fútbol me han dado un físico aguerrido. Han pasado dos o tres años desde que aquellas chicas me sacaron los colores. Tengo ahora cierta conciencia de mis posibilidades, pero sigo siendo fiel cautivo de ella, la eterna chica de ayer. Cómo me gustaría viajar al pasado y abofetearme. Quién sabe si por el contrario no volvería a ser embrujado.
Haremos, en este viaje, un circuito por Andalucía. Cuatro cafres compartiremos habitación. La primera noche, tras casi un día de viaje, nuestros pies adolescentes desprenden un hedor tan insoportable como hilarante. Con estruendo de carcajadas abrimos la balconera de para en par. Yo hago el amago de sacar mi cama al balcón. El chirriar de las patas metálicas y el jolgorio general ha debido alertar a un tutor que, nada más entrar en nuestra habitación, proclama: aquí huele a tigre. A pesar de este hándicap, la habitación se convierte en el centro neurálgico del pitorreo, de las partidas de póker nocturnas, del suministro de alcohol ilegal. Nos visitan damas ataviadas con tiernos pijamas de ositos. No somos adultos aún, vivimos en un amago de crapulismo más bien infantil.
Había una discoteca en Torremolinos grande como un palacio, dispuesta en varias plantas. Los sátrapas dábamos una vuelta, obnubilados por todo aquel nuevo imperio de los sentidos que estrenaba para nosotros. De repente una mano asió mi antebrazo y me llevó ante la presencia de la más bella de las sonrisas. La chica era de Madrid, me dijo, también ellos de fin de curso. Su boca imposible estaba solo a unos milímetros de la mía. Yo solo era un niño con cuerpo de hombre, mi corazón estaba enjaulado. Prometí volver un poco más tarde. Vale, sonrió de nuevo. Continué mi ronda.

[youtube]http://youtu.be/nMO5Ko_77Hk?si=Ch9XtsI9c0v0gM8S[/youtube]
Comenzaron las lentas. Desafío al lector a que trate de comprender… Allí estaba ella, dulce, etérea, mágica, imposible. Pero por qué se acercaba a mí. Tantas veces me había dado calabazas. Por un segundo estuve tentado a… pero el presagio de un nuevo rechazo me parecía más insoportable que el mayor de los tormentos, y sin embargo, aún me esperaba algo peor. Me escabullí y me reagrupé con mis colegas. Tonteábamos burdamente con las de los pijamas. Creo que no nos gustaba ninguna, pero ahí estaban las hormonas conduciendo nuestro hilarante discurso.
Entonces se terminaron las lentas y se abrieron las puertas del infierno. Ella, la inolvidable, estaba en uno de los reservados, dándose el lote con un tipo, uno de otra clase ajeno a mi círculo. Sentí algo parecido a lo que debe ser la embestida de un toro. Creo que me doblé en ángulo atravesado por un dolor físico atroz. Busqué un lugar donde sentarme. Las piernas no me obedecían. Estaba literalmente roto. Una tormenta bioquímica, capaz de matar a un perro, se desataba en mi interior. Quería vomitar, me ahogaba. Desde lejos hoy me parece todo tan pueril. Se sentó a mi lado una chica de otra clase. Tampoco olvidaré el brillo de aquellos ojos. Yo no podía ser amable, todas las moléculas de mi ser se estaban reorganizando. En tan solo una hora había perdido tres oportunidades. Pero ahora había ganado unos buenos amigos, el odio y el desprecio. Me odiaba a mí mismo, odiaba al mundo entero, pero especialmente odiaba al amor romántico. Después de un espacio grande e impreciso de tiempo se restablecieron mis parámetros biológicos. Me levanté, herido aún, pero con una mirada nueva. Había perdido una dolorosa batalla, pero… quedaba toda una guerra por delante. Me acerqué a la barra y pedí un cubata. La camarera era preciosa. Ensayé mi nueva sonrisa esquinada, de truhan; ella también sonrió encantadoramente. Se abría un nuevo escenario en mi vida, y yo estaba dispuesto a ser un nuevo personaje.
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Yayonuevededos
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Re: Me colecciono a mí mismo (Autobiografía?)

Mensaje por Yayonuevededos »

Amigo mío, lo que la bruma del tiempo ha vuelto pueril, en su momento definió la vida. Si hay algo más sangrante que el rechazo, es el miedo a ser rechazado. Entonces buscamos compensaciones. ¿Donde descargar la rabia? Porque la rabia ha tomado el timón. Las opciones son puñetazos, el fondo de un vaso, otra hembra. Son todas falsas.
Detrás, en un rincón oscuro, se acurruca un pájaro, un pajarito con su primer plumón. Acabas de descubrir que no hay marcha atrás, que todas las heridas cicatrizan. Todas, salvo esta, la primera.

Saludos cordiales,
Marcelo
Antiguo proverbio árabe:
Si vas por el desierto y los tuaregs te invitan a jugar al ajedrez por algo que duela, acepta, pero cuida mucho tu rey.
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Re: Me colecciono a mí mismo (Autobiografía?)

Mensaje por Snorry »

Hermoso comentario, Yayo; pero casi me haces spoiler jajaja...Un abrazo
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Re: Me colecciono a mí mismo (Autobiografía?)

Mensaje por Snorry »

Qué rara y sorprende es la vida a veces.
Escribí un texto titulado Gigantes, que os ha gustado a algunos. En ese texto yo estaba entrenando frente a un tipo de 120kilos, gran chaval, por cierto, y lo hacia descargando mi rabia hacia la vida, pues se había portado muy mal con mi amigo F*, un gigante.
Acabo de ver un vídeo demoledor.
En la misma academia de artes marciales donde yo entreno, pero en otra provincia, hay un chico con parálisis cerebral. Otro grande. Hay que ser grande, muy grande, para entrenar artes marciales con movilidad reducida.
No sé qué pensar, a veces creo que estoy en el Show de Truman. En todo caso aún estoy un poco colapsado.


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Sin la s de https sale igual de mal. Soy un inútil

Nota de moderación: nada de inútil, :60: .
Muchas gracias, @magali.
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Mensaje por Snorry »


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X. Caminar

Me dice una aplicación en el móvil que acabo de cruzar el Sahara caminando, al menos dos veces, y que ya no me queda mucho para llegar al núcleo del planeta. Son divertidas comparativas que a uno le incitan a soñar. Solo que en muchas de mis fantasías aventureras, camino solo. Me imagino atravesando el oleaje ocre de las dunas, descendiendo por los valles del silencio: y curiosamente siento paz, mucha paz. En soledad siento plenitud, en compañía de mis seres queridos siento amor, afecto, cariño, intensas emociones que se quedan pequeñas comparadas con la plenitud. Una vez le describí a mi madre una pequeña isla frente a Lanzarote, la isla Graciosa, que está prácticamente desierta, y en la vehemencia de mi descripción de cómo viviría yo allí, en ese paraje desolado, me apercibí de que los ojos de ella se ensombrecían. Yo nunca me iré mamá, estaré siempre a tu lado. Al lado de los que amo. Y mi decisión vendrá dada por una volición profunda y sincera de mi alma. Un lazo indestructible. Pero este vínculo es a la vez un tesoro y una condena. El canto de sirena de mí mismo suena a veces con molesta insistencia. Por eso me veis a menudo distraído en las conversaciones familiares, huraño, incluso en Navidad. Pero es que, mamá, estoy saludando a una caravana de beduinos que a lo lejos desfilan con sus renqueantes camellos.
Camino unos siete kilómetros al día. Es uno de los grandes placeres. A lo agradable del pedestrismo per se, se suma lo tonificante de la ensoñación. Me doy cuenta de las dos direcciones opuestas: cuando camino fantaseo, y cuando estoy pertrechado en un sofá rememoro. Pareciera haber una vinculación física con el modus operandi de la mente. Si procuro fantasear sentado o acceder a los recuerdos caminando, obviamente lo puedo hacer, pero es una tarea un tanto forzada, menos natural y fluida. Soy un Walter Mitty de la tranquilidad, siempre alejado de la acción. Un Walter Mitty contemplativo. La mayoría de los cuentos se me ocurren caminando, los escribo en imágenes, pueden estar encerrados ahí durante meses incluso habiendo completado yo la visión integral de ellos, pues lo más difícil será encontrar el tono, la personalidad. Ensayo entonces las primeras líneas mentalmente, las descarto una y otra vez, hasta que un día todo fluye.
Pero últimamente también me hastía este gesto. Es bello compartir con los demás. Pero de nuevo me traiciono a mí mismo. Yo soy feliz aquí, en la noche estrellada del Atlas, al calor de la fogata que los beduinos han encendido. Si extiendo la mano puedo rozar la piel aterciopelada de la luna. Fumamos. Reímos con la franqueza ruidosa de viejos camellos.
Última edición por Snorry el 08 Ene 2024 13:30, editado 3 veces en total.
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Re: Me colecciono a mí mismo (Autobiografía?)

Mensaje por magali »

Con tu permiso @Snorry


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El enlace no estaba bien. Mira cómo tiene que quedar. Hay que copiar la url sin nada más y sin abreviar.

Código: Seleccionar todo

http://www.youtube.com/watch?v=4bec-ChnCSo
Edito para poner el otro vídeo:


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Código: Seleccionar todo

https://www.youtube.com/watch?v=V8ULsTwvXD8
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Re: Me colecciono a mí mismo (Autobiografía?)

Mensaje por Snorry »

Muchas gracias, magalí.
Ponía el código que se genera al compartir el enlace en lugar del enclace directo, pero hacía eso porque tampoco me había funcionado de la otra manera. Nah, uno que es torpecillo.

Gracias!! :alegria:
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Re: Me colecciono a mí mismo (Autobiografía?)

Mensaje por Megan »

Leí el comienzo y tiene muy buena pinta, voy a hacerme un lugarcito para seguirte, Snorry.
Gracias por compartirlo, :D .
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🌷🌷🌷Give Peace a Chance, John Lennon🌷🌷🌷

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Mensaje por Snorry »

Megan escribió: 09 Ene 2024 20:06 Leí el comienzo y tiene muy buena pinta, voy a hacerme un lugarcito para seguirte, Snorry.
Gracias por compartirlo, :D .
Gracias, Megan! :D
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Re: Me colecciono a mí mismo (Autobiografía?)

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XI. Colapso

Días de caminar por el barro, hasta la rodilla. Antiguos fantasmas vinieron a visitarme. Antaño enormes criaturas feroces, ahora caricaturas del horror. Quieren atarme las manos: pero si lo consiguieran, yo escribiría con la nariz, como un pájaro carpintero. Seres queridos que se marchan saludando con un pañuelo blanco desde el vapor de la memoria. Otros que tú quieres, que te muestran un billete de partida. Llueve y truena, hiela adentro, muy adentro. Ser una avecilla que taracea frases en las cortezas de los árboles, de vuelo corto y atropellado. Jugar a las cartas con la tristeza, el abatimiento y algunos primos hermanos de estos dos. Con un as en la manga que nunca usaré. Con la sonrisa en forma de el símbolo de la diosa griega Nike. Bailar con en el demonio de la soledad.
Viejos monstruos del pasado vinieron a molestarme. Las maletas del amor, mil veces remendadas, vuelven a estar listas en el recibidor. El crepúsculo es una tronera de billar por donde ya no quepo, pues la vida me cebó.
Basta ya de enanos -dice Cyrano-, gigantes dadme.
Llueve, a pesar de la sequía eterna. Vapores neblinosos. Pantanos del terror bufo. Pero yo me levanto una vez más, como un Gulliver en Liliput, me sacudo el barro cuarteado y seco, la brizna, apartando con cuidado las hojitas whitmanianas, oh capitán mi capitán.
Me he imaginado que entraba en una cafetería. Allí una muchacha, en una mesa cercana, leía el mismo libro que yo. Al mirarla por encima de las gafas, como un viejo relojero, ha sonado un terrible sonido de muebles arrastrándose.
─¿Tú también lo oyes? ─me pregunta ella con el idioma cósmico de la mirada.
─Así es ─he contestado yo.
La superficie de todas las cosas han comenzado a agrietarse, como si toda la realidad fuera un puzzle. Los edificios se han colapsado, convirtiéndose en cubos de Rubik. Los clientes de la cafetería se van deshaciendo en psicodelias imposibles. Un ruido atroz nos deja sordos y todo vira hacia la luz imposible. En última instancia solo quedan sus gafas y las mías, frente por frente. Tal vez unas sonrisas en forma de alas crepusculares que hayan siquiera llegado a rozarse.
Esto solo es un delirio matinal: pero tengo la convicción de que si algún día se produce ese encuentro, el mundo conocido colapsará para siempre.
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Mensaje por Snorry »

XII Paraísos, cubatas y puñetazos. (Te dedico el título, Yayo, ya que lo preconizaste)


Si nunca fuiste imprudente, voluble, alocado; si nunca te creíste con el derecho natural de tomar con tu mano todo cuanto estuviera a tu alcance, de libar en cálices prohibidos, el derecho conquistado de espantar el rugido de un oso con tu rugido aún más rugiente; si nunca el mundo todo se te antojo vibrante de pura sensualidad, si nunca cantaste con gitanos a la luz de una hoguera, si nunca te emborrachaste con desconocidos en un sórdido bar; si nunca un muslo de mujer apenas insinuado hizo cabalgar loco y ciego a tu corazón por la pradera de lo lúbrico. Nunca fuiste adolescente y yo me compadezco de ti.
Mis notas después del episodio del viaje de tercero fueron a peor, así que acabé repitiendo curso. A la apostura, un tanto arrogante, que las hormonas estaban tejiendo en las fibras de mi ser, se sumó que ahora era un año mayor que mis colegas de clase. Coincidí en esa fecha con S*, también repetidor y al que apodamos Cobra, pues solía llevar un palillo mondadientes en la comisura, y unas gafas de sol de tipo aviador. Cobra es ahora un respetable abogado. Pero en aquella época era uno de los tipos más pendencieros y juerguistas que he conocido. Practicante de boxeo, no solo en el gimnasio, si no también en la discoteca, le he visto noquear a decenas de tipos en mitad de la pista de baile, estando yo a su lado, con el cubata en la mano, sin dejar de sonreír. Nunca he zurrado a nadie, debo confesar. Creo que había algo en mí intimidante, un tipo que te miraba fríamente, con serenidad, cuando tú venías con un brazo constreñido hacía mí, que incluso sonreía. Y si no te detenía mi apariencia, el Cobra te paraba los pies de un mandoble. Él no se lo pensaba. Pero yo no te miraba a ti, gilipollas, estaba mirando a la pelirroja de dos metros más allá.


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Entonces, o más tarde, allí o en otro universo, porque el alcohol te proporcionaba una visión real del cosmos hiperfragmentario, sonaban las lentas, te envolvían una penumbra iridiscente, y tu sonrisa, no tú, tu sonrisa, se acercaba hasta la pelirroja, rubia, morena, oh tiempos que no han de volver. Creo que no había palabras, al menos en lenguaje humano. Eran los primeros pasos en la exploración del paraíso. Y si acaso tus brazos ceñían ora el talle de un cuerpo escultural, ora apenas abarcaban una cintura generosa, poco importaba. Te embriagaba el olor, el calor del tacto, los reflejos inverosímiles en los iris entregados, las impúdicas y descaradas formas y volúmenes. No sabías si volar o escarbar la tierra como los toros que van a embestir. Y entonces tus labios volaban, pero a la vez embestían. Y qué blandas colisiones. Oh doloroso y dulce recuerdo. Época en las que un beso podía marear. Algunos eran acogedores e íntimos como un baño caliente, otros de animal hambriento, alguno con una violencia tal que a punto de partirnos los dientes. Algún beso de veterana que exploraba rincones inéditos. Pero no quiero volar, tengo las alas rotas, o eso creo. Una vez mi corazón perteneció a alguien. Busco el millón de besos que apenas equivaldrán al que nunca di, los abrazos, las maniobras tímidamente tórridas en lo oscuro de los reservados. He enloquecido por primera vez, ahora lo veo claro. Fragmentado, busco un consuelo para cada una de las imágenes que de mí devuelve el espejo. Gozo y dolor múltiple. Ah pero ahora vienen, N* y C*: que venga a ayudarles, que al Cobra lo están machacando entre unos cuantos. Ahora voy, digo. Y me giro hacia la pelirroja, muy cerca de ella, creo adivinar en el ciego resplandor de sus iris la figura de un toro a punto de embestir. Fue el fin de mi relación con S*, alias el Cobra. Unos días más adelante, en una tarde lluviosa, pues todo es como en una película, me salió al paso con los puños crispados. Sabía que me iba a dar una paliza. Pero amigo, si nunca has mirado al peligro con desprecio, nunca has sido joven. Así que caminé hacia él sin dejar de sonreír, más altivo que nunca. Pasé por su lado y ya no lo volví a ver hasta muchos años después, cuando contraté sus servicios, sabía que el lo lograría de una manera u otra.
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XIII Ni mejor ni peor



Quizá alguien pueda escandalizarse de que no fuera un evento extraordinario el hecho de pelear a puñetazo limpio en una discoteca. Será alguien que no ha vivido en una ciudad de extrarradio, ni mejor ni peor que cualquier otra. Se dieron cosas peores que las improvisaciones de pugilismo etílico, y lo cometieron personas que no son ni mejores ni peores que tú y yo. Yo me crie en uno de esos anexos de la metrópoli, levantada de un soplo, como en la pesadilla de un encofrador, como en el choque artificial de placas tectónicas, ciudad dormitorio. Me crie en una de esas ciudades que poblaron en masa inmigrantes venidos de Andalucía, de Galicia, Extremadura… Yo me crie entre gitanos que caminaban con un canario enjaulado y envuelto en un paño, como en un ritual bello y oscuro. Hoy, que paseo por los rincones de antaño, he visto a uno de ellos, heredero de herméticas costumbres que han de perderse. Mi abuelo tenía un canario en el pequeño patio. Yo lo observaba triste y fascinado. Mi abuelo era un hombre bueno así que aquella prisión que no lograba comprender debía tener una misión mágica que se escapaba de mi alcance. Y así, cuando el alegre trinar regalaba mis oídos, yo pensaba que el pajarillo cantaba para ser feliz, a pesar de todo, su canto era su salvación, así como mi escritura, ya que carezco de siringe, sea la mía.
Hoy que paseo por los rincones de antaño, observo nuevos paisajes. La carnicería halal no existía en aquellos tiempos, pero no es ni mejor ni peor que ninguna otra, solo que al ser ajena a mi memoria de la infancia, también es un poco ajena a mí. Ya no existe la vieja librería donde yo compraba libros de Los tres investigadores a un hombre cojitranco y adusto, como siempre pensé que debía ser un librero: en su lugar hay un sitio de comidas para llevar, mucho peor, desde luego, que una librería-papelería. Ya no existen los viejos solares desamparados, guarida de pequeños bandidos, he ahora que han sido poblados por fulgentes supermercados. No veo chicos o chicas correr por las calles, jugar a la lima en el barro, o al bote, o a la charanga. ¿Dónde están los viejos quioscos donde relucía la portada de Cosecha Roja? Los bares no han perecido, pero han perdido su vieja identidad, por fortuna, aunque la memoria frunce un poco el ceño, siempre, ante una pérdida. Porque yo entraba con mi padre en bares de hombres, bares de mecánicos grasientos, de paletas enharinados, de pintores de ropa abstracta, de vendedores de enciclopedias, de borrachos estoicos, de etílicos homeros tanteando torpemente sobre la fuente de aceitunas mientras proclamaban una oda a la cerveza, gente ni peor ni mejor que otra alguna, gente que está a fuego en mis recuerdos, que atesoro a pesar de todo. No muy lejos de allí, pero tampoco no muy cerca, evolucionaban bandidos juveniles, leyendas del crimen adolescente que el cine ha inmortalizado. Si la droga rondó por aquellas latitudes fue de forma muy discreta, o yo fui muy ciego porque nunca la vi. Y ahora recuerdo que en mis ires y venires de discoteca y veleidades alcohólicas flirteé con una chica gitana extraordinariamente bella, y el que no sucumbiera a mis torpes encantamientos nunca sabré si ha sido mejor o peor para nadie. Pero volvamos. Yo siempre he sido un alucinado con el mundo y todo eran movimientos de magia, abanico de milagros que la vida representaba. Y los gitanos que entraban vendiendo alfombras en los bares no eran menos fabulosos que las maravillas de Macondo. Nunca he robado un coche, dejar que me ría, pero he transitado en dirección contraria por una autopista en el mismo prototipo de seat que el cine ha hecho famoso. Siempre alucinado. Ahora que camino por los viejos recodos de la memoria, ya no me encuentro con los antiguos descampados donde nos desollábamos las piernas jugando a futbol, donde una vez al ir a buscar la pelota entre unos matorrales me tope con la muerte por primera vez cara a cara: nunca olvidaré el hedor de aquel galgo que alguien había ahorcado de la rama de un árbol. En lugar de esos territorios salvajes y fascinantes se erigen hoy día grandes naves industriales. Pero todo está a salvo dentro de mí, en la región sagrada e impenetrable del alma. Ahí están mi padre y mi abuelo fumando en la barra del bar, alfombrado el suelo de cáscaras de gambas. Colgados en alto, una docena de pájaros trinan aleatoriamente, pero las blasfemias de los hombres no me dejan oír. Y un Homero de barrio cuyas gafas negras apuntan hacia el infinito diserta sobre la diferencia entre la temperatura real y la sensación térmica. Y sobre la alacena de licores hay un poster de una mujer desnuda, pero yo aún no entiendo esas curvas, tan solo pienso que parece estar un poco triste; quizá, como los pájaros, un día se ponga a trinar como lenitivo de su soledad. Y el camarero, cuyo tupé me parece muy divertido se dirige a mí, en lo que yo creo que es más un cante que una apelación.
─¿Qué ponemos, chaval? ¿Un whiskey, cómo siempre?
Y yo no hablo, solo sonrío y asiento. Un whiskey es justo lo que necesito. Y cuando me llevo el vaso de Fanta naranja a la boca, yo sé que no es un whiskey pero tampoco es exactamente una Fanta naranja. Porque solo los pájaros y yo, y tal vez la muchacha del póster, sabemos que las cosas no son siempre las cosas que parecen ser.
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XIV. Cuando tomé una colina con las manos en los bolsillos.


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Porque la realidad no es continua más que en apariencia, por eso, o por lo que sea o fuese, de repente me vi cruzando al trote por una pista de atletismo, rodeado de otros muchos a los que el sueño del tiempo también había secuestrado. Recuerdo que lloviznaba. El cielo era demoledor de tan viva belleza. A cada flanco se alzaban las sobrias instalaciones militares. Un tipo nos gritaba como si fuéramos criminales, aquello que tanta propaganda tiene en el cine se mostraba en toda su grosera contundencia. Pero todo está ahí, joven Snorry, dispuesto a distraerte de la ordinaria estupidez; aquella nube que hace una pirueta y se deshace en jirones de fantasía. Bienvenido al ejército, soldado Snorry. Todavía llevo mi ropa de paisano, aún mi preciado pelo largo. Por poco tiempo. Aquí querrán enseñarte que no te perteneces, que solo eres un instrumento. Mejor sería que barrieran la arena del desierto. Aires de guerra en la primera noche. Dormimos en el suelo, pues no hay literas. Llegaron los veteranos de unas maniobras, percudidos de roña, con rostros ajados, como si aquello fuera algo más que un simulacro. El capitán, con aires de héroe de pacotilla, se paseaba con un atemorizante pastor alemán mientras nos ilustraba sobre cuánto íbamos a aprender, maldita escoria, y cuán hombre nos íbamos a hacer; más le hubiera valido adiestrar un circo de pulgas…
No hay fuerza en el mundo capaz de detener la primavera. Como no hay insultos, ni castigos, ni largas horas de instrucción bajo el sol asfixiante, que puedan domeñar el espíritu libre de unos chicos de diecinueve años. En las noches consoladoras, el Cucharilla sacaba su guitarra y se montaba un sarao que ríete tú de las noches flamencas de Granada. Y allí, entre grandes granujas a los que a veces añoro, aprendí a ser un hombre, sí. Pero un hombre no es un estúpido que obedece órdenes a ciegas, un hombre es un brazo tatuado y exconvicto que te tiende un trozo de salchichón de su pueblo, un hombre es el que aguanta a otro hombre (ah mi querido Bubu) asido por la espalda, como un títere, para que no se caiga borracho delante del sargento durante la formación; un hombre es un titán sin apenas luces al que ayudas a montar el fusil, pues en su dulce cabecita no hay sitio para las piezas de un arma. Un grupo de hombres son los que caminan una hora de más bajo el sol de Julio, sin protestar, porque el tonto de Snorry ha perdido el cargador en el campo de tiro.
Más tarde, no sé muy bien la razón, quizá porque fue lo que anoté en las preferencias que me hicieron cumplimentar, me hicieron sanitario. Ah Snorry que no tenía la menor idea de medicina. Recuerdo la primera lección. Me dibujaron una nalga en un folio y las indicaciones sobre el papel para realizar la maniobra, luego… El muchacho estaba tumbado en la camilla con los pantalones bajados, ofreciendo una diana amplía y facilitadora. Así la jeringa con fuerza para que no me temblara la mano, y asesté un certero machetazo. Ah cuántas divertidas anécdotas podría contar. Pero se me hace de peculiar interés una que poco tiene que ver con la carnicería. Una noche en la que iba, como de costumbre, tibio de cerveza, me senté junto a la máquina de escribir, en uno de los despachos de la enfermería, y vacié toda mi angustia existencial. A la mañana siguiente ya no recordaba este hecho, creo que se llama resaca. Pero alguien iba con un folio de aquí para allí, azorado. Mirad lo que ha escrito alguien, ¿quién habrá sido?, ¿qué vocabulario es este?, ¿quién escribe así? No recuerdo lo que era, pero seguro que algo petulante y barroco.
Habría muchas cosas que contar, una novela. Pero cierro este capítulo con mi mayor hazaña bélica. Estábamos en los Pirineos, con temperaturas bajo cero y comiendo bazofia. Una tarde el sargento nos dio un poco de teórica, de la que solo recuerdo dos cosas. Una: como se mete una gabardina en un bolsillo pequeño de una mochila “se dobla ajín y luego ajín”, como un truco de circo a caballo entre el mago y el forzudo. Y dos: la convención de Ginebra, entre otras cosas, prohíbe disparar a un sanitario. Con la segunda miré mi brazalete de la cruz roja y sonreí.
Pues bien, llegó la hora de tomar un cerro, o colina, o loma. El sargento se apostó allí con algunos secuaces, en alguna construcción humana semiderruida. Se trataba de subir allí sin ser visto, caso contrario te llovía una pedrada. Hacía mucho frío para reptar por el suelo, estaba de mal humor, y además… Subí por el sendero mientras mis compañeros se atascaban en los matorrales. Iba un poco encorvado por pudor. Un pedrusco pasó rozándome la manga del abrigo. Me indigné.
─Mi sargento!─espeté─, ha estado usted a un tris de violar la convención de Ginebra.
He aquí como tomé una colina con las manos en los bolsillos. Más tarde improvisamos un partidito de futbol en un terraplén plagado de bostas de vaca. El sargento me hizo una entrada bastante fea, con una sonrisa luminosa en la cara. Fue nuestro pacto de caballeros.
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Yayonuevededos
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Re: Me colecciono a mí mismo (Autobiografía?)

Mensaje por Yayonuevededos »

¿Sabes que te vas poniendo más y más brillante a cada entrada?
Yo espero la siguiente. ¿Con qué saldrás ahora? ¿Qué situación miserablemente humana convertirás en poesía?
Después me dices cabrón, tú a mi. Tú, a mí. ¡JA!
Antiguo proverbio árabe:
Si vas por el desierto y los tuaregs te invitan a jugar al ajedrez por algo que duela, acepta, pero cuida mucho tu rey.
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