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A las 7.30, la pareja del cuarto vecino empezó a discutir; el hombre del cuarto de arriba buscaba un Do en su flauta; la luz de gas perdió un poco de potencia; tres carros de carbón empezaron a descargar… único ruido que pone celoso al fonógrafo; los gatos de las cercas traseras se retiraron lentamente hacia otros vecindarios. Estas señales indicaron a Sara que era hora de leer. Sacó El claustro y el hogar (el libro menos vendido del mes), apoyó los pies en su arcón y empezó a divagar con Gerard.
Me ha llegado un libro del que hablaba Pia Pera y del que no puedo prescindir: Derek Jarman's Garden, de Derek Jarman, el último que escribió antes de morir de sida, a los cincuenta y dos años. El cineasta cultivó ese jardín sobre una árida extensión de cantos rodados, frente a la central nuclear de Dungeness, en Kent.
Me gustan los libros que invitan a leer otros. Es una cadena que nunca deberíamos interrumpir. La única forma de eternidad que podemos experimentar aquí en la Tierra, decía Pia.
Ashling escribió: ↑01 May 2023 10:22Me gustan los libros que invitan a leer otros. Es una cadena que nunca deberíamos interrumpir. La única forma de eternidad que podemos experimentar aquí en la Tierra, decía Pia.
Así es, Ashling. Quiero creer que ése es el espíritu principal de este hilo. Bueno, yo no quiero creerlo: lo creo a pies juntillas.
Recuento 2024 Ayer: Hoy es un buen día para morir. Colo
Soberbia. William Somerset Maugham Hoy: La levedad. Catherine Meurisse
Recursos inhumanos. Pierre Lemaitre
Jordan mira detenidamente el libro, intentando concentrarse. Bruce y Eddie resuelven a medias un sudoku y se lo van pasando de un extremo de la fila al otro por delante de sus narices. No quiere participar en el juego y sabe que su padre no lo molestará si lee. Así está a salvo, y el libro es bueno, Oración por Owen, pero no se concentra. No puede dejar de pensar en lo que le espera en Los Ángeles.
— Las francesas no fuman, caballero —dijo la señora un tanto indignada.
— ¡Oh! Yo las he visto en París —exclamó Quintín—. En cambio, en Córdoba no verá usted una que fume. En Francia no nos conocen; creen que todos los españoles somos toreros, y no es verdad.
— ¡Ah, no, no, perdón —replicó el francés—; nosotros conocemos muy bien España. Hay dos Españas: una, la del Mediodía, que es la de Théophile Gautier, y otra, la deHernani, de Víctor Hugo. Porque no sé si usted sabrá que Hernani es una ciudad española. La feria de los discretos, de Pío Baroja
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Pues yo voy a decir que, para mí, el libro que me llevó a leer otro (y todo un género literario, en realidad) fue el Quijote. Cuando lo leí, me entraron unas ganas insanas de leer esos libros de caballerías que volvieron loco al susodicho. Uno de sus capítulos más célebres fue el del escrutinio de su biblioteca, donde se hace un repaso a los libros más representativos del género, y si bien la mayoría hoy están descatalogados, sí que conseguí el buque insignia de los libros de caballerías: el Amadís de Gaula (que también me costó lo mío conseguir). Con el tiempo también conseguí otros más, aunque pocos, es difícil encontrarlos reeditados a un precio asequible.
A los tres amigos, ansiosos de misterio, les intrigaba la iglesia del Carmen. Estaban convencidos de que allí dentro había algún secreto tenebroso; la figura de Rodín de El judío errante les bailaba a todos en la cabeza. Los últimos románticos, de Pío Baroja
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Todas las callejuelas del obscuro y lóbrego barrio, que formaba como un pólipo dentro de París, tenían su historia: la corta calle de Boutebrie había sido de los iluminadores; la calle de la Parcheminerie, negra, húmeda, como la de una vieja ciudad flamenca, de los escribas; en la calle Fouarre, hoy de Dante, habitó el autor deLa Divina Comedia; en la calle Galande, en el Cháteau-Rouge, vivió la duquesa de Baufor, la bella Gabriela d'Estrees, y con el transcurso del tiempo, el nido de amor de la dama de Enrique IV se había transformado en una guarida de criminales y de borrachos, que destilaba alcohol y clientes para la guillotina. La calle de Saint-Séverin tenía la iglesia gótica, conocida modernamente por las orgías revolucionarias celebradas en ella, notable por sus vidrieras y por los ex votos del altar de Nuestra Señora de los Siete Dolores; la calle de San Julián el Pobre tenía la iglesia románica del mismo nombre, que era la capilla del viejo Hotel-Dieu; la calle del Chat-qui-Perche, a falta de otra nombradía, ostentaba la extravagancia de su título, procedente de una enseña. Los últimos románticos, de Pío Baroja
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Hemos llegado, finalmente, a un acuerdo para que Menzogna e sortilegio se traduzca al inglés y se publique el año próximo en Estados Unidos. Con este motivo, o más bien este pretexto, he vuelto a leer la novela. Despierta en mí tanta pasión la capacidad de Elsa para ser poseída con fatalidad por su escritura y provocar su metamorfosis... ¿Recuerdas, mi querido Cesare, cuando llegó a Einaudi el manuscrito? Había correcciones a mano, con tinta roja, un caos. Recuerdo con estupor que leí los títulos de los capítulos y me pareció una obra de otra época, pero la leí de una sentada y me maravilló, aunque solo pude intuir una parte de su grandeza.
Efectivamente, quitaron la colcha del diván, sacaron las sábanas de Carlos y se envolvieron en ellas tomando el gesto hierático de dos romanos muy severos, hombre y mujer, para la representación de una escena deBerenice. Martín vio esta escena —la misma escena siempre— muchas veces durante el verano. Si aquel primer día le sorprendió tanto como la escena de besos con Frufrú, llegó a acostumbrarse de tal manera al recitado de los versos de Racine, a la entonación falsa de Anita y cálida y casi portentosa de Carlos, que ya creyó no sólo entender aquel francés, sino hasta saberlo de memoria. Se acostumbró al papel de árbitro —que en otras cosas era exclusiva de Anita— y siempre dijo la frase del primer día cuando ellos terminaban:
— Carlos lo hace bien. Anita no sabe.
(...)
Ah, pero todo eso quedaba a un lado. Casi no había tiempo más que para disfrutar del baño de la mañana, del incendio blanco del mediodía, de las correrías de la tarde hasta que las primeras estrellas y el toque de retreta en la Batería anunciaban a Martín que tenía que volver a casa. Casi no había tiempo de hablar ni de preguntarse cosas unos a otros. El universo de Martín giraba en aquel sol de Beniteca y en aquellos tres personajes: Carlos, Anita y también Frufrú, pues resultaba importante Frufrú en las tardes en que se quedaban a merendar con ella después de una representación deBerenice. Siempre el mismo fragmento de representación, la misma escena del lucimiento personal y el fracaso de Anita.
(...)
Martín no preguntaba nada. Sabía que aún no era tiempo. Se limitaba a ir por la carretera junto a Carlos o a iniciar conversaciones sobre los ensayos de arte dramático que tanto parecían interesar a los hermanos el año anterior. Pero este año Anita se encogió de hombros en el solarium cuando Martín inició la conversación sobreBerenicey dijo bostezando que ya no se acordaba deBerenice. También intentó Martín explicar a sus amigos ciertas inquietudes de su espíritu y cómo había pintado aquel invierno a la acuarela y que empezaría con el óleo el próximo curso. (...) La insolación, de Carmen Laforet
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En las salas adornadas primitivamente, los asientos estaban dispuestos en el suelo, alineados a lo largo de las paredes. Antes de que los princpados fueran abolidos, el Pakistán del Norte estaba repartido entre siete soberanos, y el emir de Hunza era uno de ellos. Las partes más antiguas del castillo tenían más de setecientos años, pero las renovaciones más recientes, que incluían las ventanas acristaladas y el teléfono con dial, databan del periodo británico. Un rifle polvoriento colgaba en la pared a modo de recordatorio del gran drama político que tuvo lugar en la región a finales del siglo XIX, cuando los Imperios británico y ruso se disputaban el dominio de Asia Central. Esa lucha por el poder ha pasado a la historia como The Great Game, El Gran Juego, una expresión inmortalizada por Rudyard Kipling en su famosa novela Kim.
En la planta baja de la escuela, la maestra Vidalides concluía su lección diaria de redacción apoyada en su manual de florilegios, atentas todas, ejercicio número doce, leeremos un fragmento deTigre Juan, de don Ramón Pérez de Ayala, la plaza del mercado del pueblo de Pilares, primero lectura, después invención y disposición de los pensamientos y por último elocución o redacción, y, para el grupo de las mayores, análisis de la composición literaria. La maestra Vidalides creía ciegamente en la pureza y la armonía de las palabras y en la precisión y la energía de los epítetos, se divertía inventando cacofonías y confundiendo a sus alumnas con rebuscados homónimos y se mostraba visiblemente irritada ante la ofensa de los neologismos. No encuentro mi cara en el espejo, de Fulgencio Argüelles
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Recursos inhumanos. Pierre Lemaitre
Lord Baskin sentía un cariño paternal por la librería y sus empleados, que muchas veces le parecían una serie de animados pero revoltosos niños. Él no tenía hijos, estaba divorciado y solo. Había vuelto de la guerra en el norte de África con un brazo lesionado y una esposa que, en su ausencia, se había fugado con un joven soldado americano. Aquello había sido un escándalo digo de Un puñado de polvo, el libro de su amigo Evelyn. Sin embargo, en vez de internarse en las profundidades de la selva amazónica para escapar de los chismorreos, el conde se había refugiado en Libros Bloomsbury mientras la alta sociedad huía de Londres y de los bombardeos aéreos alemanes y se aposentaba en sus fincas campestres.
[...] Y para terminar, la idea de lanzarme a mi perdición desde una azotea la había sacado de un libro de Nick Hornby, y me gustaba ese toque literario. Así que… Mejor seguir con el plan original.
—En En picado. —Kellan asintió, y puso en blanco esos ojos del color del invierno londinense acompañados de una sonrisa. Nick Hornby había sido el autor que había revitalizado la literatura contemporánea en Gran Bretaña y había consolidado el éxito del fútbol entre la clase media. No debería haberme sorprendido que Kellan lo conociera. Había nacido en una casa en la que la gente leía de verdad. Libros. Música punk-rock. Era como si Kellan y yo compartiéramos un idioma secreto. Rotábamos en la misma órbita, completamente sincronizados, mientras que el resto del mundo divergía. Kellan alzó las cejas sorprendido, tal vez al darse cuenta de lo que implicaba hacer un trato:
—¿Quieres que sigamos hablando?
Me ardieron las mejillas.
—Sí.
Pensé en toda la mierda que tendría que soportar si me hacía amiga de Kellan Marchetti, pero, no sé por qué, no me importaba.
Dulce Veneno, de Parker S. Huntington. Traducción de Cristina Riera
En picado de Nick Hornby. Traducción de Jesús Zulaika Goicoechea.