pues ná, me voy a atrever aunque me de miedito
Recuerdo de luz
Recuerdo ese día de playa. El abuelo me permitió bañar a Cándido, su caballo blanco, casi tan viejo como él. Manso, fuerte, majestuoso en ese pelaje blanco. Recuerdo el olor a sal de sus músculos, ya viejos pero todavía fuertes, no en vano acompañaba al abuelo todos los días a vender sus productos al mercado. “Eres un viejo loco” regañaba la abuela, “deberías llevarte a Canela, que para eso es una mula”. Pero él no podía separarse de Cándido. Aquello era más que una amistad, era un vínculo sagrado entre el caballo y el viejo. Se conocieron tiempo ha, antes de la maldita guerra, en una feria de ganado en el interior. No sé lo que ocurrió, el abuelo siempre contaba que le salvó la vida, pero no especificaba. Sólo reía y decía que el animal le pidió ver el mar. Y el abuelo lo llevó todos los días de su vida. Primero a contemplarlo, después a cabalgar por la arena jugando a saltar las olas, por último a bañarse, a retozar en el agua del verano. Recuerdo el sol reflejado en sus ojos, en sus crines, en su piel. Recuerdo la infancia libre. Libre de ropa, libre de vicios, libre de miedos. Llena. Llena de sol, llena de luz, llena de mar.